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La augusta autocracia

El club del Masters siempre se ha regido por sus propias reglas, de espaldas a la sociedad

C. A.
Pepsi Cola aprovechó para su publicidad en la Unión Soviética la foto de Jruschov bebiendo un vaso ante la mirada de Nixon.
Pepsi Cola aprovechó para su publicidad en la Unión Soviética la foto de Jruschov bebiendo un vaso ante la mirada de Nixon.PEPSI COLA

A Richard Nixon, amante del golf, nunca le invitaron a jugar en Augusta pese a que antes de ser presidente de Estados Unidos fuera vicepresidente con Eisenhower, socio del exclusivo club. No hubo explicación oficial pero los historiadores sospechan que se debió a que Nixon prefería la Pepsi Cola a la Coca Cola (y hasta logró que fotografiaran a Nikita Jruschov, el líder soviético, bebiendo Pepsi a su lado en Moscú en 1959), un sacrilegio en Augusta donde era socio el presidente de la Coca Cola, quien ayudó en sus negocios a los fundadores del club. Este veto a Nixon, políticamente incorrecto, muestra también una de las máximas del club de Bobby Jones y Cliff Roberts: nunca la presión exterior debe influir en la manera en que dirijamos el club. Ocho años después de que la sociedad reclamara que un negro americano disputara el torneo, y solo cuando la polémica se había agotado, y cuando Charlie Sifford, el mejor golfista negro antes de Tiger Woods, se había cansado de criticar al club, invitaron los responsables de Augusta a jugar a Lee Elder. Era 1975.

La misma táctica siguieron para hacer socia a la primera mujer, años después de que comenzaran las reclamaciones. Invitaron a dos, una de ellas era Condoleezza Rice, mujer y negra, ex Secretaria de Estado con Bush, que se pasea estos días por el campo con una bolsa de compras y su chaqueta verde. La admisión se anunció en agosto de 2012, tres meses antes de que el Royal & Ancient, el club que desde Saint Andrews (Escocia) vela por el Open, abriera su pouerta a las primeras mujeres.

Aun siendo defensor de la libertad y de la democracia, Roberts, el fundador, admiraba las obras de Mussolini en Italia, la limpieza, el orden y el detalle, y convirtió el Augusta National Golf Club en un pequeño universo que se regía solo por sus leyes. Un día vio que los piñotes caídos de los pinos atascaban las máquinas cortacésped y ordenó que desde entonces se recogieran las piñas caídas y se usaran para encender las chimeneas de las casas. Para regir así su mundo tan admirado (no se admitían críticos: el comentarista que dijera una palabra de más por televisión era despedido), el autócrata Roberts necesitaba cientos de empleados, entonces todos negros.

Ahora, durante la semana del Masters, los trabajadores son miles y también se admite a blancos, que se pegan por un puesto de trabajo: cocineros, camareros, dependientes de tiendas, limpiadores, vigilantes, conductores de buggy, supervisores, ayudantes de párking, responsables de los marcadores, administrativos, responsables de prensa, informáticos, jardineros… “No pagan mucho, solo 9,50 dólares [unos nueve euros] la hora, pero regalan tres polos que valen 65 dólares cada uno, una gorra, y un chubasquero de 145 dólares”, dice Omar, un portorriqueño que trabaja la semana del Masters. “Y encima me dejan ver algo de golf”.

Se presume (no hay cifras oficiales) que los ingresos del torneo superan los 115 millones de dólares anuales: 25 millones paga la CBS por los derechos televisivos (una ganga), 56 millones se ingresan en las tiendas de merchandising y 35, en venta de entradas. Aparte de los salarios de los trabajadores contratados, el mayor gasto de Augusta se va en premios para los jugadores. Este año serán 10 millones los que se repartirán. El ganador se llevará 1,8 millones de dólares.

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Sobre la firma

C. A.
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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