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Mundial de Clubes
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Jugar a no pasar vergüenza

El Mundial de Clubes es la metáfora de nuestros tiempos. Consiste en llevar el fútbol a lugares sin historia futbolística

Benzema disputa el balón con Kannemann y Cetto, de San Lorenzo.
Benzema disputa el balón con Kannemann y Cetto, de San Lorenzo. JAVIER SORIANO (AFP)

El Mundial de Clubes es la metáfora de nuestros tiempos. Consiste en llevar el fútbol a lugares sin historia futbolística, donde los hinchas carecen de sentido de pertenencia y no tienen más vínculo sentimental con el equipo que su experiencia como telespectadores, mostrando un desinterés asombroso por los jugadores y exhibiendo diferencias brutales entre continentes.

Las distancias insuperables entre los equipos de primera y segunda línea es un fenómeno nuevo en el fútbol. Este Mundial de Marruecos no hace más que amplificarlo. Por un lado tenemos la inmensa mayoría de los clubes de fútbol del planeta con todos sus aficionados. Por otro, encontramos al grupo selecto en un mundo competitivo inalcanzable: Real Madrid, Bayern Múnich, Barcelona, Chelsea y Manchester City. Progresivamente, la industria del fútbol va camino de una separación. La situación es tan perniciosa que la competencia solo tiene sentido cuando se enfrentan los más grandes entre sí. Esto puede hacer mucho daño en todo el universo del fútbol: jugadores, dirigentes, hinchas, televisiones… Sobre todo en Europa, donde esta realidad es muy palpable.

Uno de los grandes atributos del fútbol es la incertidumbre. Esta desigualdad anula la incertidumbre. Sin incertidumbre los hinchas se desalientan, los jugadores asumen su inferioridad, los directivos se resignan y las televisiones ofrecen un producto cada vez menos emocionante a una audiencia que se siente menos representada porque no tiene más conexión con los ganadores que la televisión. Esa audiencia podría perderse. Tal vez ya se esté perdiendo. Porque aquí lo que se está excluyendo no es la aspiración real de obtener un título. Aquí se está privando a la mayoría de los aficionados hasta de la aspiración imaginaria. Si la FIFA no toma medidas para hacer del fútbol un fenómeno más atractivo esto puede desembocar en una crisis grave. La NBA, como la NFL, son ejemplos de una gestión que busca compensar estos desequilibrios que el gobierno del fútbol no hace nada por atenuar.

Los hinchas de los equipos menos potentes se han convencido de que ellos juegan por otros objetivos. Esto destroza la competencia, uno de cuyos combustibles principales es la ilusión de todos. Cuando el 75% no tienen ilusión la competencia se apaga. Pienso en el Sevilla, el Valencia o el Atlético. Pienso en el Arsenal, e incluso en el United. Pienso en una Bundesliga decidida en la jornada 20ª. Y pienso en el Madrid y el Barcelona, acostumbrados a golear sin hacer nada extraordinario, e incluso sin jugar bien. Así goleó el Madrid al Cruz Azul: 4-0 sin más jugadas de relieve que los cambios de orientación de Ramos e Illarra para la subida de Carvajal.

Este verano el Madrid se permitió hacer grandes cambios porque posee un esqueleto muy sólido de jugadores con años de experiencia en el club. Hombres como Benzema, Ramos, Pepe o Modric, te permiten explorar sin que se resienta la estructura futbolística. Uno se pregunta cómo recuperarán la pelota jugadores que van para adelante como Kroos, Modric, James o Isco. Parece una locura. Pero siendo solidarios, teniendo bien el balón, moviéndose a los lugares justos, le ha alcanzado para sobrellevar pérdidas como la de Alonso en el contexto actual. Y el contexto actual es la competencia desvirtuada por las diferencias de poder. El Madrid comete errores, pero muchas veces el rival es tan pobre que ni lo siente. El Madrid y el Barcelona ganan 20 o 30 partidos al año con el piloto automático. ¿Cómo evitarlo? Era lo que se preguntaba Edgardo Bauza en un ejercicio propio de todos los técnicos que juegan contra estos equipos superiores.

Bauza preparó la final para anular al Madrid. Jugó a no dejar jugar. Guardar una única bala puede ser la solución. Porque en definitiva, estos gigantes liberan a los equipos menores de la responsabilidad de crecer y de ser fieles a la identidad de sus jugadores. Es lo que hace Simeone en el Atlético: jugar a impedir bajo el argumento de que “ellos tienen todo”. El jugador argentino responde cuando le tocan esta fibra íntima. Se abruma cuando tiene que llevar el peso y funciona mejor si se coloca en el “prefabricado papel de mártir”, que diría Panzeri. A eso jugó San Lorenzo en este campeonato desvirtuado por la brecha de desigualdad. A no pasar vergüenza.

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