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Larga vida a Federer

El suizo, de 33 años, celebra el título ante Simon

J. J. MATEO
Federer besa el trofeo de campeón
Federer besa el trofeo de campeón DIEGO AZUBEL (EFE)

En el momento de la verdad, el mejor Roger Federer y el peor Gilles Simon: el suizo ganó 7-6 y 7-6 en la final del Masters 1.000 de Shanghái pese a que el francés disfrutó de saque para sellar la primera manga y de dos bolas de set para celebrar la segunda. En los momentos decisivos, cuando Simon necesitaba oxígeno, atenazado por los nervios e incapaz de resolver con sus propios tiros, Federer le quitó el aire jugando con precisión quirúrgica. El suizo impuso sus galones. Fue el triunfo de la experiencia, y la reafirmación de un genio: Federer no fue el Federer brillante de la semifinal que ganó contra Novak Djokovic, pero sí un Federer competitivo, valiente y sólido, capaz de agarrarse al encuentro pese a ceder el primer break del partido, y de imponerse pese a ir casi siempre a remolque.

Simon, durante la final.
Simon, durante la final.ALY SONG (REUTERS)

El número dos mundial tuvo problemas para acelerar el juego porque Simon se lo impidió con sus pelotas intermedias, ni lentas ni rápidas, ni de ataque ni puramente defensivas. Difíciles de interpretar. El francés ha hecho carrera con ese juego extraño, en el que nunca parece pasar nada hasta que de repente pasa de todo, porque tiene un instinto hiperdesarrollado para saber cuándo pisar el acelerador y sorprender al contrario. Su capacidad innata para el contraataque y el contrapié le llevó hasta el top-10 de la misma manera que sus dificultades para gestionar la presión y ese drive poco fiable le sacaron de los puestos de privilegio.

Puesto frente a eso, Federer no se cruzó con esas pelotas duras del contrario que tanto le gustan como punto de apoyo para sus ataques: absorbe la fuerza del rival y la redirige usando las cuerdas de la raqueta como un muelle. En consecuencia, el suizo tuvo que buscar sus opciones desde la paciencia, sin nada del vértigo que distinguió a su espídica propuesta de la víspera, frente a Djokovic. El suizo, en cualquier caso, ha llegado hasta el Olimpo porque no hay recurso que falte en su repertorio. Poco a poco fue encerrando a Simon y escaneando sus debilidades. Para cuando el francés quiso darse cuenta, ya tocaba más pelotas con el drive que con el revés, su tiro preferido. El primer saque, además, empezó a abandonarle, y a la llegada de los problemas técnicos le acompañaron los físicos, resbalón incluido. “Putain”, gritaba en francés, herido.

Y así se llegó al tie-break decisivo, donde Federer sorprendió a Simon con dos restos profundísimos sobre su revés, pura improvisación, pura sorpresa, porque ahí siempre tuvo Simon el arma con la que lanzarse por el partido. Cuando ya 2014 está echando el telón, cuando ya los mejores bajan el pistón agotados, Federer, de 33 años, sigue celebrando triunfos. Fue su segundo Masters 1.000 del curso. La lanzadera perfecta para atacar la Copa de Maestros y la final de la Copa Davis, que enfrentará a Suiza con Francia. El mito todavía se conjuga en presente. La leyenda sigue teniendo filo. Y que dure.

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Sobre la firma

J. J. MATEO
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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