Bengt Saltin, pionero de la fisiología deportiva
Era un referente mundial en la investigación científica del ejercicio
Bengt Saltin (Estocolmo, 1935), considerado como uno de los padres de la moderna fisiología del ejercicio, falleció a los 79 años el día 12 del mes pasado en su ciudad natal.
Saltin creció en pleno contacto con la naturaleza y aunque mostró buenas dotes para el atletismo, su primera intención fue estudiar para ingeniero forestal. Su madre, sin embargo, le convenció para que estudiara Medicina, lo que hizo en el Instituto Karolinska, donde Ulf van Euler lo tomó como ayudante. Van Euler, quien posteriormente, en 1970, fue laureado con el premio Nobel, ya había descubierto por entonces algunas sustancias vasoactivas, como la noradrenalina. Como Saltin mostró un gran interés por el deporte, logró que le presentaran al profesor danés Erik Hohwü Christensen, quien tras haber trabajado con August Krogh y Johannes Lindhard en Copenhague acababa de ser nombrado director del Real Instituto de Gimnasia de Estocolmo (actualmente, Escuela Sueca de Deporte y Ciencias de la Salud).
El verano de 1959, a los 24 años, Saltin comenzó sus prácticas académicas en el campo de la fisiología del ejercicio y su primera investigación, un estudio de la fisiología del ejercicio intermitente, se publicó en 1960. Tras defender su tesis doctoral se embarcó en una prodigiosa producción de investigaciones en el ámbito de la fisiología del ejercicio que le convirtieron en una de las referencias mundiales en su especialidad. Durante esos años Saltin trabajó con algunos de los mejores fisiólogos del mundo y varios de sus artículos se convirtieron rápidamente en clásicos de la ciencia del deporte. La mayoría de ellos versaban sobre los factores que limitan el rendimiento físico y las adaptaciones derivadas del entrenamiento. En esa época, en colaboración con Jonas Bergstrom y Erik Hultman, comenzó una nueva línea de investigación centrada en las adaptaciones del músculo al ejercicio en la que trabajó en décadas posteriores. A finales de los años sesenta, uno de sus artículos sentó las bases científicas para que los pacientes con enfermedades coronarias comenzaran a hacer ejercicio. En 2002 el Comité Olímpico Internacional le distinguió, en parte gracias a este estudio, con su premio en ciencias del deporte, el mayor reconocimiento que un científico puede recibir del mundo deportivo.
En 1973 entró como profesor en la Universidad de Copenhague, donde terminó siendo director del Centro de Investigación Muscular. Diversos científicos investigaron allí bajo su liderazgo la fisiología cardiovascular y del músculo, desde el enfoque más sistémico hasta los más avanzados niveles moleculares. Saltin, además, encabezó varias investigaciones de campo en el Himalaya, los Andes, Groenlandia y Kenia, en las que se estudiaron diferentes aspectos de la adaptación del organismo humano al medio ambiente.
Gracias a su tremenda curiosidad en diversas áreas científicas y a su enorme capacidad de trabajo, Saltin publicó más de 500 obras, dirigió las investigaciones de decenas de estudiantes de todo el mundo y ocupó el cargo de decano de la facultad de Ciencias de la Universidad de Copenhague. Obtuvo diversas condecoraciones, una docena de doctorados honoris causa y fundó y presidió el European College of Sport Science (1995-1997).
Fue Saltin un hombre de talento excepcional, capaz de abarcar cualquier aspecto de la fisiología del ejercicio. Su trabajo contribuyó significativamente al avance de la comprensión del metabolismo muscular, de la regulación de la circulación sanguínea y de los mecanismos de adaptación al entrenamiento. Gracias a sus métodos novedosos se alcanzó un nuevo nivel de complejidad en los experimentos diseñados para estudiar la regulación de la vasodilatación muscular, el metabolismo muscular y el transporte y el consumo de oxígeno.
Cuando le preguntaban cuál era el secreto de una carrera investigadora de éxito, siempre respondía: “Una buena pregunta”. Disfrutaba de las discusiones científicas y le motivaban especialmente los desafíos que le planteaban experimentos aparentemente imposibles que a veces conseguía llevar a cabo. Tenía una memoria magnífica, que unida a su gran gusto literario, artístico y teatral, su agudeza intelectual y su gran sentido del humor, le convirtió en un fascinante contador de historias. Fue no solo un brillante científico, sino, sobre todo, una magnífica persona. Todos le echaremos de menos.
José Antonio L. Calbet es catedrático en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Robert Boushel es catedrático en la Universidad de Estocolmo y Marco Narici catedrático en la Universidad de Notingham y presidente del European College of Sport Science.
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