Locura en la pequeña Costa Rica
El país del “pura vida” hace suya la “dolce vita” tras la victoria impensada e histórica ante Italia en el Mundial
Nadie lo imaginó así, por encima de la selección de Italia, por encima de los mejores sueños. Por eso la locura en San José, en las playas y en las montañas de Costa Rica, en sus fincas de café y en las calles donde este viernes los policías y los aficionados son una misma cosa.
Nadie imaginó que 24 años después de la mayor gesta del fútbol de este país centroamericano, los dirigidos por el colombiano Jorge Luis Pinto iban a volver a romper los quicios de una afición que, la verdad, empezó resignada a ver el Mundial de Brasil 2014 consciente de que su equipo era el “chiquitico” del “grupo de la muerte”, frente a Uruguay, Italia e Inglaterra.
Un 20 de junio de 1990 Costa Rica se clasificó a segunda ronda en Italia 90 (Mario Balotelli no había nacido) y hoy, otro 20 de junio, pero 24 años después decenas de miles de aficionados saltaban locos y disfónicos en las escuelas, los trabajos y los parques al verse por encima de Italia y clasificados a la siguiente fase de la Copa del Mundo apenas en el segundo de los tres juegos.
“Pero esto no es como hace 24 años, es mejor”, decía Cecilia Arguedas, una abuela que detestaba el fútbol hasta ayer o quizá hoy. Estaba en el parque de Alajuela, una de las ciudades cuyos centros se llenaron de gente para celebrar lo que no creían. Vencieron a los uruguayos el sábado, a los italianos este viernes y, de paso, a Inglaterra, que ya quedó sin opciones de avanzar a segunda ronda y deberá enfrentar a los “ticos” el martes, ya solo por protocolos.
Claro que es mejor que en 1990. Entonces fue contra Suecia en el tercer partido de la fase de grupos. En el 2014, dirá la historia del futbol mundial, Costa Rica se clasificó después de golpear a Uruguay (3-1) y de desinflar a Italia. Ni Pirlo, Ni Balotelli ni Buffon, ni la cotización de los jugadores, ni los pronósticos, ni nada pudieron evitar la derrota ante los ‘ticos’.
El gol de Bryan Ruiz hizo brincar a los optimistas y a los pesimistas, porque de todos había. Lo mismo dos acciones trepidantes del arquerazo Kéylor Navas y otros pasajes que en otras circunstancias jamás se habrían celebrado. El presidente Luis Guillermo Solís, que había pronosticado el 1-0, vio el partido mordiéndose los dedos en su escritorio lleno de papeles pendientes e intocados. El país estaba paralizado.
Estuvo paralizado hasta que el árbitro chileno, Enrique Osses, levantó los dos brazos y miles de aficionados lo imitaron de inmediato en Costa Rica. Es una locura de camisetas rojas, algunas alegóricas a Italia 90; un desquicio de “ticos” en las calles en un viernes que no sirvió para mucho más.
Es el festival de los “chonetes”. El sombrerito de lona blanco, característico de los campesinos de la región central de Costa Rica, aparecía en las cabezas de la muchedumbre en las avenidas centrales de San José y hacia el extremo este de la ciudad, en una rotonda llamada Hispanidad a donde suelen hacerse las celebraciones.
Pero nunca una celebración de fútbol como esta. Es la mayor gesta futbolística de los costarricenses. Las fuentes en el centro de la rotonda Hispanidad reciben sí o sí a los más aficionados que festejan con el rito de lanzarse con ropas. El juego terminó a la hora que comienza el almuerzo y el Gobierno había dado permiso de dos horas de verlo, pero ya todos saben que pasará en el resto del día. Luis Guillermo Solís atrasó su agenda y se fue también a la rotonda de la Hispanidad.
Las televisores repiten una y otra vez el cabezazo de Ruiz, jugador del PSV, de Holanda nacido en los empobrecidos barrios del sur de San José. También los lances de Navas, salido de un pueblo al sur del Valle Central donde se crió con sus abuelos porque su padres emigraron a Estados Unidos.
Repiten también los gestos de Pinto, el tozudo director técnico admirador del sistema italiano. Los ha estudiado tantos años que hoy supo resolverle las ecuaciones y los trucos en el estadio Itaiva Arena Pernambuco, de Recife. Hoy la mayoría de los 4,5 millones de habitantes alababan saltando al hombre hipertáctico al que bastante han criticado por meses en una afición que tiene más simpatía por el “jogo bonito’ que por el “catenaccio”.
Nadie lo imaginó así. Nadie. Por eso hoy festejan en las calles, en las playas, en las montañas, en las escuelas y en los mercados. Y quién sabe dónde más.
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