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Columna
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La Copa metáfora del nuevo Brasil

Juan Arias

Debería haber sido la Copa de las Copas. No lo está siendo en los estadios, porque la formación brasileña ya no entusiasma al mundo como antaño. Ni siquiera a los de casa. El fútbol ya no se identifica con el país de Pelé, Garrincha o Neymar. Otros están jugando igual o mejor que la familia Scolari.

La situación que vive el fútbol de Brasil puede ser a la vez paradoja y metáfora positiva de algo más profundo que está viviendo este país.

Es probable que Brasil gane la Copa, pero ello ya no es, como en el pasado inexorable, indiscutible. Pueden ganarla también otros, o puede ganarla él. Se ha entrado en la normalidad.

Aquel fútbol único que solo Brasil sabía crear e imaginar en el césped de los estadios del planeta y que hizo de Pelé el embajador más brillante del país está cambiando, se ha globalizado y por eso mismo uniformado.

Es quizás lo que intentan explicar los expertos del balón cuando escriben que en esta Copa todo parece cabeza arriba, pura sorpresa, con juegos que se esperaban soberbios, imperdibles y que acaban como escribe Zuenir Ventura con “sabor de derrota”. Y otros por los que pocos apostaban que están sorprendiendo hasta a los más entendidos.

El fútbol es lo más voluble e imprevisible que existe. Quizás por ello entusiasma y enardece. Se suele decir que el fútbol es un juego en el que disputan once contra once y gana Alemania. Y es lo más paradójico. La jugada quizás más famosa del fútbol brasileño la protagonizó Pelé en las semifinales de la Copa, contra Uruguay en 1970, con el regate sin tocar el balón que Sérgio Rodríguez en su libro O Drible califica como “el regate más espectacular de la historia”. Y aquel regate “sin gol” dio más fama a Pelé que sus mil goles juntos.

¿Tiene ello algún significado simbólico que atañe al Brasil de hoy? Quizás sí. Solo los que aún se resisten a aceptar que Brasil se está transformando gracias a un complejo forcejeo por sentarse a la mesa de la modernidad parecen incrédulos y deprimidos con el Brasil que ya no es solo fútbol o dondeel fútbol ya no es lo mejor de él. Al igual que Pelé con su regate sin gol pasó a la historia, Brasil sin aquel fútbol del pasado, con un toque de balón más normal, que nos desespera, sorprende y desanima a la vez, podrá ser admirado un día por otras proezas no futbolísticas.

¿Cuántos no se desesperaron en 1970 cuando aquel soberbio y creativo regate de Pelé acabó sin gol? En esta Copa a pesar de que la televisión multiplica el fervor de los aficionados, lo cierto es que se trata del primer Mundial que no hace vibrar con una sola voz a los brasileños, porque este país es ya democrático y plural, con muchas voces, desobediente al poder, capaz de pensar por su propia cuenta porque ha empezado a estudiar más y sabe mejor analizar la realidad, empezando por la del fútbol.

Esta mañana, Idaura, una mujer que iba en bicicleta a trabajar en la cocina de un hospital de Río, se quejaba de que no había pasado el autobús. Le pregunté la causa y me respondió: “Essa droga da Copa” ("Esa mierda de la Copa"), una expresión inconcebible y hasta ayer irreverente en la boca de una trabajadora brasileña y al mismo tiempo, en fuerza de esa paradoja que hoy es Brasil, podría interpretarse como liberadora.

Es quizás lo mismo que expresa, de forma más matizada y académica, Roberta, directora de marketing, en el precioso reportaje de Carla Jiménez publicado en este mismo diario mientras sufría en un bar de São Paulo al ver empatar a Brasil con México: “Tengo la sensación de que estamos viviendo un momento histórico, la historia está pasando frente a nosotros y no sabemos los que está llegando”.

¿No estará llegando un Brasil más moderno, más inconformista y pragmático, donde se siga sufriendo cuando juega mal el equipo del corazón, pero también donde se pueda llorar y luchar por otras causas más cercanas a nuestra vida real, a veces dichosa y a veces cruel?

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