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Mundial 2014
Columna
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El Mundial como sacrificio azteca

En cada Mundial comenzamos apoyando nuestra camiseta verde y acabamos apoyando la amarilla de Brasil

Juan Villoro
Aficionados de Brasil y de México horas antes del partido.
Aficionados de Brasil y de México horas antes del partido.S. DOLZHENKO (EFE)

Poeta de la naturaleza, Carlos Pellicer escribió: “El verde se alimenta de amarillo”. El verso define la vacilante pasión mexicana: en cada Mundial comenzamos apoyando nuestra camiseta verde y acabamos apoyando la amarilla de Brasil.

Por desgracia, compartimos grupo con los brasileños y nuestro cordial temperamento se rehúsa a arruinarle la fiesta a los anfitriones. Las perspectivas del equipo azteca son inciertas. Lo más doloroso es que hace poco eran estupendas.

En 2012 México venció a Brasil en la final de los Juegos Olímpicos y decidimos soñar en futuras proezas. Esta ilusión se reforzaba con los dos campeonatos Sub17 obtenidos por el equipo juvenil. Además, la selección mayor, comandada por José Manuel Chepo de la Torre, había mostrado insólita regularidad.

Pero lo que parecía una épica se transformó en telenovela. La fase eliminatoria nos llevó a imprevisibles altibajos emocionales. El mejor jugador mexicano, Carlos Vela, se negó a alinear con el equipo. Las razones permanecen en la oscuridad, pero apuntan a una desavenencia con la Federación después de que el delantero de la Real Sociedad fuera sancionado por “indisciplina” (nombre políticamente correcto de una fiesta con sexoservidoras).

Aun sin Vela la clasificación parecía sencilla. La CONCACAF ofrece tres boletos directos al Mundial y no incluye a ninguna selección fuerte. Es una reserva ecológica sin depredadores a la vista.

A México le bastaba jugar a su nivel para clasificar sin mayor riesgo que el bronceado de los soles centroamericanos. Pero el equipo que destacó en partidos amistosos se convirtió en una sombra de sí mismo en los compromisos serios. La telenovela aumentó de tono y el público exigió cada vez más de los futbolistas que juegan en Europa, ganan una fortuna y tienen novias demasiado guapas. Los emigrados dejaron de ser vistos como héroes de la patria y se convirtieron en apóstatas que abandonaron a su grey por un puñado de oro.

Honduras, Costa Rica y Estados Unidos se quedaron con los tres boletos para la gloria. Como la FIFA es generosa, México aún pudo ir al repechaje. En esa región de las últimas oportunidades venció a Nueva Zelanda, que parecía confundir la pelota con un kiwi.

Esos últimos dos partidos fueron dirigidos por Miguel El Piojo Herrera, hombre carismático cuya mejor estrategia es el sentido común. Para apaciguar las tensiones del vestuario, enfrentó a Nueva Zelanda sin europeos. Ahora, viajará a Brasil con ellos, procurando que los resquemores previos se conviertan en patriótico buen rollo.

El grupo de México es complicado por varias razones. La principal somos nosotros mismos. En esta etapa del culebrón los complejos parecen superar a las posibilidades.

Nunca le hemos ganado a un país africano en competencia oficial. Camerún es un conjunto poco ordenado pero veloz y nuestra defensa tiende a jugar en cámara lenta. Si no ganamos el primer partido, todo estará perdido.

Brasil suele ser para nosotros menos letal que Alemania o Argentina, pero ahora juega en casa, tiene gran equipo y un entrenador que combina la creatividad con la disciplina.

Croacia cuenta con individuales tan deslumbrantes que El Piojo deberá prohibirle a los suyos que se abstengan de pedirles autógrafos.

Desde hace décadas nuestra esperanza consiste en llegar al quinto partido. Esta vez, el temible cuarto juego sería contra Holanda o España.

El nublado horizonte se presta para un tradicional sacrificio azteca. Esto no acaba con nuestra ilusión. La suerte nos ha dado tantas veces la espalda que nos debe una recompensa. Si el cosmos compensa sus desigualdades, le ganaremos a Brasil y el poeta Pellicer volverá a tener razón: “El verde se alimenta de amarillo”.

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