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Un misil en la azotea

El Ejército brasileño instala una batería de proyectiles tierra-aire en un edificio de viviendas a 200 metros de Maracaná para proteger el estadio de cualquier amenaza aérea

Vista aérea de Maracaná.
Vista aérea de Maracaná. ricardo moraes (REUTERS)

Carlos G., ingeniero carioca de 51 años, embarcó en un avión a Londres con su familia el día que comenzaba el Mundial. Vecino del barrio de Maracaná, decidió organizar sus vacaciones anuales para “escapar de las multitudes, las molestias, los atascos…”. Su caso es bastante particular: en la azotea del edificio de 12 plantas donde vive con su mujer y su hija de 16 años, a 200 metros del estadio, el Ejército brasileño ha colocado una batería de misiles tierra-aire para proteger el recinto de cualquier amenaza aérea. “Vinieron unos soldados y nos explicaron que la instalación no conllevaba ningún riesgo…, explica encogiéndose de hombros: “Puede imaginarse la gracia que le hace a mi mujer”. La medida, por sorprendente que parezca, está incluida en el exhaustivo plan de seguridad aplicado por el Gobierno brasileño en el Mundial de los Mundiales,cuya “prioridad fundamental”, como afirmó el jefe del Estado Mayor de la Armada Brasileña, José Carlos de Nardi, “es mantener la seguridad en los estadios”.

Cerca de completar la primera semana del campeonato, las autoridades brasileñas guardan un discreto optimismo sobre la evolución de las protestas que han marcado la actualidad diaria en el país desde hace un año. Las manifestaciones contra los gastos efectuados en estadios, el precario estado de escuelas y hospitales y la crónica corrupción, han ido menguando de tamaño paulatinamente. A ello contribuye el acuerdo provisional alcanzado entre el Gobierno de Dilma Rousseff y el Movimiento Sin Techo para que este abandonase parte de su agenda de movilizaciones a cambio de atender algunas de sus reivindicaciones. Pero tan efectivos parecen los cordones de seguridad establecidos por la policía a dos kilómetros de cada estadio para impedir que las protestas (que existen, todos los días) logren llegar hasta el escenario de los partidos.

“Los soldados dijeron que la instalación no conlleva ningún riesgo”, dice un vecino afectado

Aun sin grandes incidentes, los agentes brasileños han hecho uso ya de su proverbial dureza. La tarde del domingo, justo antes del Argentina-Bosnia, dos agentes fueron cazados por un periodista de Associated Press utilizando munición real para repeler el avance de 300 activistas armados con cócteles molotov que pretendían acceder hasta Maracaná y habían destrozado las lunas de varias sucursales bancarias. La Policía Militar de Río aseguró anoche que investiga el uso de las armas por los agentes, que también emplearon gas mostaza y balas de goma.

El tamaño de las concentraciones registradas, donde últimamente suele haber más agentes y periodistas que manifestantes, contrasta con su creciente radicalización y el endurecimiento de la represión policial. Semejante dureza no es ninguna sorpresa para cualquier habitante de las 969 favelas de Río, cuya política oficial de “pacificación” en los últimos años se ha visto constantemente empañada por casos de torturas y homicidios policiales que, a su vez, devenían en estallidos de violencia popular como el vivido hace dos meses en el barrio de Copacabana. “La diferencia es que los manifestantes del último año han sido sobre todo de clase media”, afirma Roberto Kant de Lima, antropólogo de la Universidad Fluminense de Río, “y ahora la gente está empezando a prestar atención a la brutalidad policial, que de repente parece inaceptable”.

La inseguridad en Río parece inexistente estos días en la hiperprotegida y visitada zona sur, pero su estela es visible todos los días para cualquiera que atraviese la frontera del Río más turístico. Cerca de cien personas acompañaron ayer el entierro de Lucas Farias Canuto, niño de 13 años muerto durante un tiroteo entre policías y traficantes en la favela Ciudad de Dios, la inspiradora de la película homónima que en 2002 dio a conocer al mundo la auténtica realidad de las favelas cariocas. También, el teleférico de Alemão, en la Zona Norte de la ciudad, fue suspendido ayer debido al tiroteo que se desencadenó entre facciones rivales en la zona el lunes por la noche.

Paola H. es otra de las residentes del inmueble escogido por el Ejército para ubicar su batería de misiles en Maracaná. Cuenta que el domingo “se oía el rumor de la muchedumbre” en el estadio y que se ha acostumbrado ya a dormir con el armamento encima de su cabeza, custodiado por soldados. Pero contenta no parece.

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