El triunfo del apetito
Todos los jugadores del Liverpool tienen hambre de gloria porque ninguno de ellos ha ganado nunca una Premier
En el fútbol hay jugadores que llevan tanto oro en los bolsillos que les pesan las piernas y están tan atiborrados de títulos que han perdido el apetito por la victoria. Nada de eso le pasa al Liverpool. No es que sus jugadores se mueran de hambre, pero, salvo honrosas excepciones, no están en las listas de los jugadores mejor pagados del mundo. Y, sobre todo, tienen hambre de gloria.
Por eso, el domingo en Anfield se zamparon al City (3-2). Porque ninguno de ellos ha ganado nunca la Premier. Porque era un precioso mediodía de primavera y el Nunca caminarás solo retronó como hacía tiempo que no retronaba: no solo porque era un partido grande, un partido clave quizás para ganar la Liga por primera vez desde la temporada 1989-90, sino porque ayer era el día del homenaje a las 96 víctimas de Hillsborough, en vísperas del 25 aniversario de aquella catástrofe.
Había demasiado apetito de victoria en los de casa como para dejarla escapar. El Liverpool de Brendan Rodgers arrancó como una flecha y ese pequeño diablo llamado Sterling abrió las puertas del paraíso cuando se llevaban menos de seis minutos. Raheem Sterling aún no ha cumplido los 20 años y tiene tal fama de chico malo que debe aclarar cada vez que puede que solo tiene un hijo, y no los cinco con cinco mujeres distintas que le atribuyen los tabloides. Pero ayer no parecía tener la fogosidad de un quinceañero, sino la sangre fría de un veterano asesino del área cuando se quebró a la derecha, a la izquierda y a la derecha de nuevo para dejar sentada a la defensa del City, portero de Inglaterra incluido, para marcar el primero de la tarde.
El Liverpool de Rodgers arrancó como una flecha y ese pequeño diablo llamado Sterling abrió las puertas del paraíso
Con Agüero en el banquillo, recién salido de una larga lesión, Yaya Touré sustituido a los 20 minutos al lesionarse él solito al aterrizar de pie después de un salto, siguiendo así la última moda de la autolesión en el fútbol de elite, y Skrtel marcando el 2-0 a la salida de un córner, el partido parecía liquidado a la media hora. Pero Suárez se empeñó esta vez en estar más fuera de juego y pendiente de echar a un adversario que de meter el gol definitivo y el Manchester City demostró que también tiene algo de apetito. A fin de cuentas, el oro que les pesa a sus jugadores no son medallas, sino monedas, y no hay futbolista que juegue solo por dinero: la gloria también cuenta.
Un gol a trompicones de Silva y un autogol de Johnson dieron al marcador la igualdad que tenía el partido y por un momento pareció que el City, más que el Liverpool, se iba a llevar la victoria. Pero este Manchester no tiene la solidez que tenía el otro, el United, en los buenos tiempos y acabó retratado con un doble fallo defensivo a la salida de un saque de banda del que se aprovechó Coutinho, un brasileño menudo con cara de querubín y toque de terciopelo que hace dos años pasó por el Espanyol y antes por el Inter, para explotar Anfield con un disparo imparable que entró lamiendo la cepa del poste, como decían los locutores de radio hace ya muchos años.
El Liverpool celebró la victoria como si ya hubiera ganado la Liga. Pero eso es mucho decir. Antes tendrá que vérselas en Anfield con el Chelsea, que sufrió para ganar en Swansea (0-1) pese a que los locales jugaron con 10 desde el minuto 16.
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