EE UU gana su primer oro olímpico de la historia en territorio ruso
Nunca hasta ahora un deportista estadounidense había competido en unos Juegos en Rusia El boicot en1980 impidió a sus equipo desplazarse a Moscú Sage Kotsenburg se impone en la modalidad de Slopestyle
La medalla de oro que cuelga del cuello de Sage Kotsenburg lo ha convertido, este sábado, en el primer atleta olímpico de EE UU en ganar un metal en suelo ruso. Probablemente, a sus 20 años este hecho no tenga un significado mayor que el de haberse impuesto, fuera de todo pronóstico, al resto de sus rivales en la prueba de Slopestyle, una de las disciplinas en snowboard más espectaculares y que hacía su debut en unos Juegos de Invierno, pero su transcendencia histórica no se escapa a los políticos, analistas y añorantes de la Guerra Fría.
Los de Sochi son los primeros Juegos Olímpicos en los que el equipo estadounidense ha competido en suelo ruso. En los de 1980, el boicot de Washington impidió a sus atletas desplazarse a Moscú. 34 años después, estos podrían haberse convertido en los juegos de la reconciliación pero la tensión política entre ambos países y la polémica en torno a la ley de propaganda gay aprobada por el Gobierno de Putin han vuelto a traer remedos de la rivalidad del Telón de Acero.
Kotsenburg fue quien mejor se adaptó a la temperatura de la nieve del recorrido
Kotsenburg era ajeno a todo esto cuando inició su concurso sobre la sucesión de barras y rampas heladas de la pista de Sochi. Tras la retirada de su compatriota Shawn White, el máximo favorito para hacerse con el oro en esta prueba, el de Utah se había convertido en la principal esperanza de medalla del equipo estadounidense, pero no era el que partía con mayores posibilidades. Los canadienses Maxence Parrot y Mark McMorris (bronce) y el noruego Staale Sandbech (plata) eran quienes parecían abocados a hacerse con el primer oro en la historia olímpica de esta prueba de estilo libre.
Sin embargo, Kotsenburg fue quien mejor se adaptó a la temperatura de la nieve del recorrido, logrando alcanzar, tanto en la primera manga como en la segunda, la velocidad justa para controlar los deslizamientos sobre las barandillas y el impulso preciso para tomar la altura adecuada de cara a la ejecución de la serie de tres saltos con sus correspondientes piruetas con la comodidad suficiente para adaptar su cuerpo en el aire y aterrizar sin contratiempos.
Para él, el oro es la recompensa a una trayectoria de sacrificios, el punto y seguido de una carrera a la que aún le quedan muchas competiciones y Juegos de Invierno para ponerle el colofón. Pese a ser el primer oro de los Juegos de Sochi y de la modalidad olímpica de Slopestyle, su premio, sin embargo, nunca quedará libre del poso de político que implica ser la primera presea dorada de un deportista olímpico estadounidense en territorio ruso.
Los Juegos han dejado de ser el escenario deportivo del pulso político entre el consumismo capitalista de EE UU y el modo de vida espartano de los soviéticos. Ahora, las citas olímpicas se han convertido en un escaparate de la pujanza económica de los países anfitriones que se proyecta en las televisiones de todo el mundo, pero en el caso de Sochi, la vieja rivalidad entre las dos potencias ha vuelto a revivir no sólo en el plano político, sino en el deportivo.
Rusia ha preparado estos Juegos con la intención de recuperar el cetro de dominador de los deportes de invierno que quedó seriamente en entredicho hace cuatro años en Vancouver, donde acabó en el sexto lugar del medallero con 15 metales, una paupérrima cosecha que hizo ruborizar al país. Por el contrario, la cita canadiense consagró a los estadounidenses como el mejor equipo de la competición con 37 medallas.
Este año, EE UU llega a Sochi con la intención de mantener su dominio frente a una Rusia que busca recuperar la superioridad perdida, un planteamiento que podría trasladarse de las pistas de esquí y de hielo a la escena geopolítica, donde Washington pugna por seguir manteniendo su hegemonía a nivel mundial mientras asiste al resurgir de los rusos como potencia internacional, de la mano de su presidente, Vladímir Putin.
Pese a ser el primer oro de los Juegos de Sochi y de la modalidad olímpica de Slopestyle, su premio nunca quedará libre del poso político
La de Sochi es una de las ediciones olímpicas con mayor trasfondo político de los últimos años. La ley de propaganda gay aprobada por el Gobierno ruso el año pasado ha desatado la indignación internacional. Muchos países han enviado delegaciones oficiales de nivel bajo, entre ellas la de EE UU que, por primera vez, desde Seúl 88, no incluye al presidente, el vicepresidente o la primera dama entre sus miembros. A la polémica social hay que añadirle la sombra de la amenaza terrorista de grupos extremistas e independentistas chechenos, el problema que realmente preocupa a Putin y a su imagen de líder que quiere transmitir a través de los Juegos de Invierno.
Es muy probable que, mientras Kotsenburg acaricia su medalla, su cabeza esté ajena a estas disquisiciones. Su medalla, sin embargo, en un ejemplo más de que el hilo que separa el terreno deportivo del político es mucho más fino y menos nítido que la pista helada sobre la que el estadounidense planeó y se deslizó en pos del oro olímpico.
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