Pulso de velocidades
Mientras Nadal lamenta que las pistas de Australia sean más rápidas "que nunca", Federer celebra que el tenis no sea solo “esperar”
Por algo es la rivalidad más grande que jamás vio el tenis: porque en la pista es un duelo de opuestos radical. En Melbourne, Rafael Nadal y Roger Federer ejercen de altavoz de las dos corrientes contrarias que agrupan estos días a los tenistas en el Abierto de Australia, que comienza el lunes. La caseta digiere que las pistas del primer grande del curso son las más rápidas del último lustro. La pelota, según describe el mallorquín, “penetra y resbala” cuando toca el piso, se vence hacia el tenista como un mastín contra su presa, devorando el espacio espoleada por el sol eléctrico del verano australiano. Eso, que tanto desagrada a los competidores de ritmo alto, es aplaudido por aquellos que juegan como se vivía en el Oeste, a tiros. “Necesitamos esa ayuda para que este no se convierta en un juego basado en esperar y ser paciente”, dice el de Basilea.
Es el pulso de velocidades del Abierto de Australia. La organización niega cualquier cambio. Los tenistas, con excepciones notables como la de Andy Murray, sienten que se encuentran ante un escenario nuevo.
“Son condiciones completamente diferentes a las que recuerdo, las más rápidas que nunca he jugado aquí en Australia”, cuenta un Nadal moreno, negro como el ala de un cuervo, mientras recuerda que él no participó por lesión en la edición de 2013. “Me entreno todos los días tanto como puedo, con la intensidad y actitud adecuadas”, prosigue antes de enfrentarse con el local Bernard Tomic en primera ronda, probablemente el martes y como primera parada de un cuadro lleno de trampas, con Monfils, Murray, Del Potro o el propio Federer en el horizonte. “No entiendo muy bien por qué han cambiado si en los últimos años este torneo ha tenido partidos increíbles, geniales para el público, largos. No sé por qué se decide hacer las condiciones de juego más rápidas”, cierra.
Lo que Nadal no comprende (pero sí entiende) lo explica Federer, quien subraya como nunca que este es un torneo de dos velocidades, porque en el verano austral, donde se compite rozando los 40 grados, no es lo mismo jugar de día que de noche. “Por la noche no se darán 40 grados, así que la bola va a ir más lenta”, razona el suizo, con nuevo corte de pelo, la tercera hija en camino, nueva raqueta (de cabeza más grande, para cortar los errores por malos impactos y ganar potencia) y nuevo entrenador (el mítico Edberg). “Por esa razón, necesitas una pista más rápida, que ayude a aquellos que quieren ir a por un poco más. De lo contrario, el tenis se convierte en un juego de espera, de paciencia. Eso no es un problema si es lo que quiere el torneo, pero…”
Pero ese no es el caso. Australia, que presenció los 353 minutos de final más larga de la historia de los grandes en 2012 (5h 53m, Novak Djokovic tumbó a Nadal); que antes apuró los 290 en la final de 2011 (el serbio ganó a Murray) y luego los 220 en 2013 (mismos protagonistas y resultado), ha pisado el acelerador.
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