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Serena, por lo civil y lo militar

La número uno celebra su 17º grande tras ganar 7-5, 6-7 y 6-1 a Azarenka, que le rompió la dos primeras veces que sirvió por el título

J. J. M.
Serena celebra un punto.
Serena celebra un punto.MIKE SEGAR (REUTERS)

El viento sopla y juguetea con la falda de Serena Williams, que no está para bromas. Mientras se queja repetidamente de la revoltosa tela de su vestido, la número uno digiere la dureza de la final del Abierto de Estados Unidos, en la que rompe de salida el servicio de Victoria Azarenka, pierde inmediatamente el suyo y afronta desde entonces un combate cuerpo a cuerpo que sube de intensidad según avanzan los minutos. Finalmente, tras ceder el saque las dos primeras veces que sirve por el duelo, en la segunda manga, la estadounidense gana 7-5, 6-7 y 6-1 su 17º grande, lo que le convierte en la tenista de más edad en imponerse en Nueva York (31 años) y en la que se ha llevado el premio más grande de la historia (2,7 millones de euros).

 "Vika es una luchadora, una gran persona, ha sido un honor jugar con ella esta final", dijo la campeona.

Molesta con el viento, la campeona acabó celebrando el premio más grande de la historia, 2,7 millones de euros

Lo que explica que solo el primer parcial dure 58 minutos es que a la final llega la bielorrusa como una boxeadora. Con la capucha calada hasta las cejas y la música puesta en las orejas, Azarenka se presenta dando saltos mientras vuela siguiendo su estela la cinta con la que se sujeta la melena. En el juego de fondo, la número dos es capaz de aguantar los tiros de la número uno. Propulsada por el convencimiento que da haber ganado los dos partidos anteriores sobre cemento, la bielorrusa castiga cada pelota corta de su contraria. Por momentos, la estadounidense parece sorprendida. Peleada con el viento, el vestido y la melena, la número uno no alcanza a comprender cómo es posible que Vika resista sus embestidas y responda con furiosos latigazos que le dejan de piedra.

Serena, en cualquier caso, también es de granito. Ruge en la red cuando cierra los puntos, mirando sin disimulo a su contraria, marcando territorio, reclamando el apoyo de la grada, que se deshace en aplausos y en gritos de “¡Vamos Serena, vamos!”. Al borde del tie-break de la primera manga, y después de sufrir un mundo para llegar al 5-5, aprovecha su oportunidad y engulle con voracidad un break que le da el parcial y le dispara a una doble rotura en el segundo (7-5 y 4-1). El título ya parece suyo. Está claro que Azarenka, derrotada ya en la final de 2012, no se levantará de esta.

Y, sin embargo, la bielorrusa recupera una de esas roturas, defiende su saque y pronto escala hacia la igualada, negando a Serena por dos veces cuando esta saca por el trofeo. El viento, un jugador más del partido, sigue rugiendo y alterando la trayectoria de la pelota mientras el pinchadiscos hace que atruene Windy the los The Association.

Crecen los nervios. Serena pierde el desempate y sufre (“¡El viento, el viento!”, dice tras sus errores). Se cae el estadio. Brama su campeona con la boca abierta hasta el infinito, dispuesta a ganar como sea, por lo civil o lo militar. La número uno no ha llegado al trono porque le tiemble la mano: en un brutal esprint final, levanta la Copa.

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Sobre la firma

J. J. M.
Es redactor de la sección de Madrid y está especializado en información política. Trabaja en el EL PAÍS desde 2005. Es licenciado en Historia por la Universidad Complutense de Madrid y Máster en Periodismo por la Escuela UAM / EL PAÍS.

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