La Roja se queda desnuda
Hay un partido que cualquier buen futbolista desea jugar en la vida. Nada resulta más emocionante que enfrentar a Brasil en Maracaná. El valor sentimental está incluso por encima del calibre del título. Actual campeona del Mundo y de Europa, La Roja partió para América al encuentro expresamente del pentacampeón Brasil: el mejor equipo del momento se batía por fin con el de mejor palmarés de la historia. Aunque simbólico, el desafío era monumental: si el maracanazo pertenece a Uruguay, España aspiraba a ganar para merecer la condición de heredera del histórico jogo bonito de Brasil. Ocurre que la verdeamarelha renunció ya hace tiempo a su pasado futbolístico y hoy se presenta como el peor de los animales competitivos para equipos virtuosos como el de Del Bosque.
A la selección española le pudo la liturgia, la púrpura y el cartel de la jornada, embobada con el recuerdo de Brasil y de Maracaná. Ya no juegan Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé y Rivelinho. Ni tampoco Zico, Sócrates, Cerezo y Falcao. Ni siquiera Mauro Silva y Mazinho. El fútbol de la canarinha pertenece ahora a zagueros como Thiago Silva y a delanteros de la talla de Neymar. El nuevo fichaje del Barça aspira a ser el sucesor de Ronaldo, Rivaldo, Romario o Ronaldinho. Los centrocampistas juegan en España: Iniesta, Busquets, Xavi, Cesc, Silva, Mata, Cazorla o Javi Martínez son futbolistas tan peloteros que evocan a los mejores dieces que tuvo Brasil en los mundiales de 1970 o 1982. Exquisitos en el toque y el pase, resuelven los partidos desde la posesión del balón. Necesitan la pelota y ayer se la negó el mismísimo Brasil.
Espectadora y pusilánime, sobrepasada por el escenario y por el contrario, España no dio pie con bola, arramblada por la fuerza del plantel de Scolari, excelente en el juego sin balón, tan bestia como el mejor de los equipos de Mourinho cuando enfrentaba al peor de los equipos del Barça. El partido resultó un cúmulo de despropósitos para la Roja. No cuadró la alineación Del Bosque con la entrada de Mata, Arbeloa quedó tan expuesto ante Neymar que tuvo que ser sustituido, no se entendió muy bien que el penalti lo tirara Sergio Ramos —y lo fallara— y, por la actuación del colegiado, estaba cantado que algún defensa acabaría expulsado: la roja la vio finalmente Piqué. La derrota estaba escrita desde el inicio y al final se consumó la goleada.
A la selección española le pudo la liturgia, la púrpura y el cartel de la jornada
Brasil denunció de forma sangrante la vulnerabilidad que La Roja había mostrado en varios pasajes de los partidos jugados contra Nigeria y Uruguay. Los españoles no solo han acusado el calor y la humedad del país sino que muchos de sus futbolistas han llegado pasados de forma o, cuanto menos, disminuidos físicamente frente a un contrario pletórico, especialmente agresivo, siempre ganador de los balones divididos y en las segundas jugadas, excelente en el despliegue por la verticalidad y desequilibrio del afilado Neymar. El exfutbolista del Santos lleva la bandera de los célebres delanteros de Brasil. Menudo y fibroso, resultó imparable para los laterales y centrales españoles, blandos y mal puestos, fatigados, vencidos por la permeabilidad de los medios y la poca presión de los puntas.
Ante el intenso e intimidador Brasil, se imponía la velocidad de pies y cabeza de los muchachos de Del Bosque. Hay que jugar muy rápido y muy fino para combatir la presión, la anticipación y la determinación, y anoche España fue más lenta y gruesa en su fútbol que Brasil. Al final, el partido que parecía ni pintado para La Roja, acabó siendo una bendición para los anfitriones de la Copa Confederación y del próximo Mundial 2014. Ya tiene Scolari el crédito que precisaba para poder preparar a un equipo aparentemente indefinido y extraviado hasta que se encontró con España. Jugó la pentacampeona con energía, como si le fuera la vida en el encuentro, digna guardiana de su santuario, mientras que la campeona ejercía de espectadora en su primera visita a Maracaná. Del Bosque dispone de juego y futbolistas suficientes para enmendar al equipo a su regreso el año que viene a Brasil. Ya no habrá lugar para el simbolismo ni los sueños.
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