El lado solidario de La Roja
La visita de Miguel Gutiérrez, fisioterapeuta de la selección, a la favela de Vila Velha, en Fortaleza
“Bajad la ventanilla, que sepan quiénes somos”, pide Ayrton Barreto, abogado, de 62 años, a Miguel Gutiérrez, fisioterapeuta de la selección española, que disfruta de la mañana libre y ha cogido una bolsa llena de chocolatinas junto a un maletín con productos médicos de primera necesidad que ha traído de Bilbao y ha decidido acercarse a la sede en Fortaleza de Emaús Internacional. “Mi hija Laura ha venido dos veces y quería conocer, ver con mis ojos, lo que tantas veces me ha contado”, explica el fisioterapeuta de La Roja, el más veterano de los integrantes de la expedición en la Copa Confederaciones. Por eso ha quedado con Barreto, al que todos en Fortaleza conocen como el abogado de las favelas, que le recoge por el paseo de Beira Mar, donde se hospeda la selección. “Llegamos en 10 minutos”. En 10 minutos, los rascacielos con hoteles y apartamentos de lujo dejan paso a una realidad muy distinta; ya no hay enormes edificios acristalados, ni restaurantes, bares o supermercados, sino que se hacinan las chabolas de Vila Velha, 250.000 habitantes, el 70 por ciento adolescentes, “pura miseria”. “La pobreza permite soñar con la idea de comer mañana, la miseria deshumaniza absolutamente”, dice Barreto, que después de 40 años palpando a diario la ruina humana de Vila Belha sabe bien de qué habla.
Los niños juegan desnudos, las mujeres tienden la ropa en alambres improvisados de lado a lado de la calle, los chavales, apenas niños, beben cachaça sentados en el suelo encharcado por donde gallinas desplumadas picotean cucarachas. “Estas gentes no tienen futuro”, maldice el llamado abogado de las favelas. La esperanza de vida en esta favela es de 40 años. Una vecina para el coche. Barreto baja. Cuando vuelve al volante está consternado. “Ayer llegó una banda. Cuatro disparos, cuatro muertos. Un asunto de crack. El crack los está matando a todos”, lamenta, y se le encoge el alma. A él y a Gutiérrez, que no da crédito a lo que ve.
En 10 minutos, los rascacielos con hoteles y apartamentos de lujo de Fortaleza dejan paso a una realidad muy distinta: las chabolas de Vila Velha, 250.000 habitantes, el 70 por ciento adolescentes, “pura miseria"
“El día que me licencié, dejé mi casa de rico y me vine a vivir aquí. Mi padre nunca lo entendió”, recuerda Barreto, exseminarista, al que la gente para a cada dos por tres, pidiendo que interceda por ellos, que ayude a su hijo en la cárcel… Su hermano, psiquiatra, también ha elegido el compromiso social al margen de la consulta y ha creado un centro para discapacitados psíquicos en el barrio. Muestra orgulloso la pequeña escuela de apoyo levantada por los voluntarios, la sede de Emaús, un pequeño ambulatorio, que les costó una multa del ayuntamiento: “Dicen que fue levantado en una reserva natural”. La reserva natural es un río infecto, un cúmulo de barracas sobre una ciénaga. “Me he enfrentado a las mafias, a los policías que se saltan la ley, a los políticos corruptos. Creo que estoy vivo por los rezos de mi madre”. Y se ríe. Sorprende su capacidad para seguir contagiando alegría y luz en medio de tal panorama.
“Esto es mucho peor de lo que me había contado mi hija”, reconoce Gutiérrez. El escenario es sobrecogedor, casi tanto como el amor que transmite Barreto y la gente que colabora con él en el Movimiento Emaús, que a partir del reciclaje de objetos (ropa, electrodomésticos, muebles…) mejora la calidad de vida de los colaboradores, reinvierte en la comunidad –han creado un ambulatorio, una escuela de apoyo, un lugar de encuentro-. Es un movimiento de solidaridad internacional cuyo principio fundamental es servir primero al que más sufre, sea quien sea, sin ningún tipo de discriminación. El movimiento está formado por 306 asociaciones repartidas por 36 países de África, América, Asia y Europa.
"Esto es mucho peor de lo que me había contado mi hija”, dice el fisio
Barreto presenta a Gutiérrez a Henri Le Boursicaud, cura radical francés, de 93 años, el hombre que trajo a Brasil el proyecto Camino de Emaús, que reflexiona con la sabiduría que da el poso del pensamiento, la valentía de quien rompió con el Vaticano pero no con Dios. “Hay dos caminos: el del poder y el dinero y el del amor y la justicia”, asegura quien decidió vivir junto al pobre en una favela. “Solo puedes abrazar el amor y la justicia estando al lado de los pobres”, razona.
La selección reclama a Gutiérrez. Barreto le devuelve a la concentración y se acuerda de Pelé. “Los ricos son dementes que no ven la realidad que tienen justo a su lado”. Antes de despedirle, le regala una frase. “En Brasil decimos que a los padres los conoces por los hijos”. Es fácil saber por qué Laura Gutiérrez es tan buena persona que cada vez que puede se acerca a Vila Velha, en Fortaleza, para ayudar en lo que puede a los más pobres, junto a Ayrton Barreto, el abogado de las favelas.
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