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el corner inglés
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¡Gracias, Mou!

Mourinho, durante un partido de esta temporada.
Mourinho, durante un partido de esta temporada.JAVIER SORIANO (AFP)
Después de mí, el diluvio”. —Louis XIV de Francia

Parafraseando a Winston Churchill, pocas veces en el terreno del conflicto humano tantos debieron tanto a tan solo una persona. José Mourinho se va y sería una grosería no despedirle dándole las gracias de parte de la prensa española y de sus lectores. Sí. Reconozcámoslo con humildad. Estamos en deuda con él.

Imaginar la Liga los últimos tres años sin él es imaginar a Batman sin el Joker, Don Quijote sin sus delirios, los cowboys sin los indios. En el peor de los casos hubiéramos presenciado un desfile triunfal del Barcelona, sin enemigos a la vista; en el mejor, una rivalidad digna —señorial incluso— en un torneo de dos. En cualquier caso, un aburrimiento. Más circo que drama; fútbol como deporte, y nada más; enfrentamientos de 90 minutos y adiós.

Dicen que viene Carlo Ancelotti para remplazarle como entrenador del Real Madrid. Todo un señor, Ancelotti. De humor fino, nada de sarcasmos o hachazos pueriles. Felicitará al rival cuando su equipo pierda, será magnánimo en la victoria. No habrá filtraciones desde el vestuario porque no habrá nada de interés para filtrar. Ni broncas, ni divisiones ni rencores. Ancelotti no estará vinculado a los intereses de ningún agente y será respetuoso con las jerarquías. Iker Casillas recuperará su lugar como capitán y portero. No habrá amenazas a los jugadores, no se les presionará para que sean económicos con la verdad, o para que calienten el ambiente con el Barcelona. No habrá guión conflictivo, ni ojo por ojo. El fin no justificará los medios. No habrá insultos despectivos a ciudades enteras y los árbitros españoles vivirán en paz, sin temor a que los acosen a medianoche en los túneles de los estadios.

Para indignarnos nos tendremos que conformar con la banalidad eterna del penalti no pitado, el fuera de juego inexistente, la amarilla que debió haber sido roja. Aperitivos, nada más. Sin el plato fuerte mourinhiano nos quedaremos con hambre. El ruido desparecerá de los bares. Twitter se quedará huérfano. Punto Pelota tendrá que cerrar. Los columnistas, desnutridos, pasaremos horas —días— mirando las páginas en blanco, seca nuestra fuente de inspiración.

Pero no seamos egoístas. Pensemos en los que más van a sufrir. Los que están de luto hoy, confusos, sin norte, como comunistas tras la caída del muro, como creyentes en las profecías mayas que despiertan y descubren que el mundo no se acabó. ¿En qué van a creer los mourinhistas hispanos? Quizá sueñen con que su profeta, su ideólogo, su ayatolá, un día volverá. Todo indica que va a regresar al Chelsea, a su tierra prometida de Stamford Bridge, tras su exilio en el desierto mediterráneo. Parecía imposible que lo hiciera cuando abandonó Londres hace cinco años. Pero la acritud de aquellos tiempos se ha olvidado y hoy —bonita lección humana— reina el perdón, la reconciliación y el amor.

La esperanza no hay que perderla pero, mientras tanto, ¿qué harán los devotos de Mou? Tienen un dilema grave existencial porque, poniendo a un lado los eternos fieles del Chelsea, ser mourinhista en los últimos tres años ha significado ser aficionado del Real Madrid. Entonces la pregunta que deben hacerse hoy es, ¿dónde reside su principal lealtad? ¿Con Mourinho o con el Madrid? ¿Tras saborear la rabiosa embriaguez del aguardiente portugués podrán tragar las tibias burbujitas del prosecco italiano? ¿O no les quedará más remedio que abandonar la iglesia blanca por el templo blue de Stamford Bridge?

No habrá insultos despectivos a ciudades enteras y los árbitros españoles vivirán en paz, sin temor a que los acosen a medianoche en los túneles de los estadios

Terrible disyuntiva. Ya verán lo que hacen, los pobres. Su único consuelo residirá en la tenaz convicción de que tanto los “pseudomadridistas” como la totalidad del fútbol español descubrirá, demasiado tarde, que el divorcio fue un error, que mejor vivir fuertes emociones que existir en la estéril mansedumbre de un mundo sin Mou.

No muchos comparten esta noción hoy. Los mourinhistas son pocos y se han quedado solos. Cuando Pep Guardiola dejó el Barcelona hace un año el Camp Nou se llenó para decirle adiós, para transmitirle un sentido “Gracias, Pep”. No ocurrirá lo mismo en el Bernabéu el día de la despedida de José Mourinho. Se oirán dos o tres docenas de voces, poco más. Desde aquí nos unimos a ellas. Sinceramente, de corazón: ¡Gracias, Mou!

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