La última lección
No habrá novena. Y pocos peros se pueden poner. Olympiacos fue mejor, supo jugar un partido que de inicio se le puso cuesta arriba, desmintió su imagen de equipo reservón ofensivamente hasta endosarle 100 puntos al Madrid y, sobre todo, manejó a la perfección el otro partido, el de las emociones y la psicología. Ahí principalmente sucumbió el Madrid, que salvo en su arreón inicial, se le vio siempre algo a remolque, tremendamente incómodo, hasta que se le escapó definitivamente el partido a mitad del último cuarto, agotado por la exigencia mental a la que te obliga el equipo griego y preso de cierta desesperación al ver escapar una gran oportunidad. De poco le sirvió un primer cuarto cercano a la perfección donde los madridistas mostraron todas esas virtudes que les han convertido en un equipo que no sólo se muestra competitivo en las más exigentes citas, sino que lo ha conseguido a través de un juego que combina velocidad, efectividad y estética. Cuando todo el mundo esperaba un partido muy trabado, el Madrid se convirtió en un vendaval de juego y puntos donde Begic intimidaba como si fuese un abusón, Llull ponía un alto ritmo de juego y Rudy y Mirotic los puntos ante la impotencia de los griegos, donde Spanoulis era sujetado con grilletes.
Los atenienses manejaron a la perfección el otro partido, el de las emociones y la psicología
Verse con diecisiete puntos de desventaja invita a alterar los biorritmos. Siempre que no seas el Olympiacos. Mientras les caía el chaparrón, no transmitieron ni una sola señal de inquietud. Siguieron jugando a lo suyo, sabiendo que los partidos no se ganan en el primer cuarto, siempre presente en su memoria el milagro de la temporada pasada y apoyado por una grada a la que le basta un par de canastas seguidas cuando van perdiendo por quince para montar un ambiente de partido igualado. Lo consiguieron al inicio del tercer cuarto Spanoulis, justísimo MVP, metió tres triples consecutivos, pero el cambio de tendencia ya se había producido bastante antes. Justo cuando el partido, más o menos a mitad de segundo cuarto, comenzó a enviar señales que por encima del juego, había un equipo experto y que se manejaba a la perfección en la exigencia física y psíquica del partido y otro más bisoño e influenciable, acorde con la juventud de sus jugadores. Evidentemente, con la cabeza sólo no se gana y el equipo griego también puso encima del parqué un excelente conocimiento propio que le permitió encontrar siempre la tecla que había que tocar y las manos en las que había que confiar y también de los mecanismos ajenos, tanto como para convertir cada ataque del Madrid en un tormento. Y luego tenían a Spanoulis, el capo del juego, el experto timonel al que no le importó tardar casi medio partido en encontrar su sitio. Cuando lo consiguió, cuando cogió el mando a principios de la segunda parte, ya no lo soltó. Movió al equipo, anotó y sobre todo transmitió la seguridad de tenerlo todo bajo control.
Los equipos crecen y maduran de diferentes formas. Poco a poco y a través de mucho trabajo las piezas se van encajando, el talento encuentra su lugar y el estilo se define, depura y afina. Pero para completar todo este proceso, hace falta la experiencia. La que te dan los partidos, los campeonatos, las situaciones reales, los inconvenientes superados. Y también los naufragios, las derrotas, de donde se suele aprender más que de las victorias. En el discurrir de este equipo, que ha crecido muchísimo en dos años, le faltaba la última lección para completar su formación. Y Olympiacos se la proporcionó.
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