La Real Sociedad, el guardián del norte
No es fácil interpretar a la Real Sociedad, un equipo que ha hecho del vaivén su modo de comportamiento. Es tan espectacular como poco fiable en su balance histórico, tan enamoradizo como licencioso, tan atractivo como enigmático. Hoy es la alternativa a los tres jerarcas de la Liga (Barça, Real Madrid y Atlético) pero hace apenas dos temporadas penaba en Segunda, con el corazón maltrecho y las constantes vitales muy afectadas, tanto que le daban mala vida y buena muerte. Y ahora… Ahora es el equipo al que nadie quiere recibir y al que nadie quiere visitar, un equipo sencillo, fácil de analizar pero difícil de entender en el campo, donde prevalecen la conjunción de los valores individuales sobre la importancia del colectivo. La Real está construida desde la razón pero dando valor a la opinión, que al final se impone.
El fútbol español ha interpretado que pocos equipos tienen tanto potencial ofensivo desde el medio campo hacia adelante. Zurutuza, Vela, Xabi Prieto, Griezmann, Agirretxe, Castro, Ifrán… Todos distintos, todos complementarios. No en vano es el tercer equipo más goleador y tiene repartido democráticamente el gol, que llega por cualquier lado.
Lo de menos era el lugar de nacimiento, sino el lugar de crecimiento (Vela, Griezmann, Ifrán...)
Y todo esto ocurre en un club que ha estado a punto de morir en el concurso de acreedores de que ha penado en Segunda hasta el último resuello y que se antojaba carne de cañón en las quinielas del desvarío empresarial. Quizás la necesidad le obligó a hacer virtud, pero la Real es hoy lo que quiso ser cuando en 1989 fichó a su primer extranjero de la edad contemporánea (Aldridge) para completar su nómina de futbolistas canteranos. El vaivén le llevó por la pendiente suave hasta hacer precisamente lo contrario, salvo cuando la ley de probabilidades le hacia un guiño favorable siempre pasajero. Hoy es aquello que quiso ser: el equipo que se basaba en su bonsai y podaba o cultivaba sus ramas con lo que no tenía (Bravo, Vela, Ifrán) pero mantenía el tallo erguido de sus productos originales (Íñigo Martínez, Illarramendi, Zurutuza, Agirretxe, Griezmann, Xabi Prieto). Lo de menos era el lugar de nacimiento, sino el lugar de crecimiento.
Y aún así a la Real no le fue bien. Con Montanier, otra apuesta francesa, sin mucho pedigrí, a priori muy ocasional, a la Real no le fue bien. El galo parecía un técnico vergonzoso, habitualmente acobardado, con poco carácter, más propio de bibliotecas que de estadios de fútbol, demasiado cartesiano para un equipo que necesitaba creer en sí mismo. Montanier estuvo fuera varias veces, cuando la Real entendía que le faltaba el golpe en la mesa, el grito de autoridad, la fe en el conjunto. Que se cagaba con los grandes, decía el entorno, porque siempre planteaba equipos perdedores, sumisos a la superioridad del rival. El miedo imperaba en Anoeta desde que descendió en la temporada 2006/07 y necesitó tras temporadas para volver a encontrar su sitio. Entre medio, vivió la convulsión económica e institucional que le acercó al abismo pero que al mismo tiempo le enseñó el camino a seguir. Acabados los negocios de joyas imposibles (que se pagaban por lo que iban a valer y rendían por menos de lo que valían), la Real miró a la cantera y halló el fruto. El mérito de Montanier no es su aspecto táctico, su innovación, sus principios indestructibles, sino dejar crecer a una generación nacida en Zubieta (mas allá de su lugar de nacimiento) bien por convicción, bien por obligación, y facilitarle su forma de jugar, en la que él ponía el orden y los futbolistas el talento. Ninguno molestaba al otro. El ejercicio era tan individual como coral. A Montanier hay que reconocerle la calma (a pesar de haber hecho las maletas un par de veces) y a los futbolistas haberse abstraído de la convulsión para dar lo mejor de sí. Hoy, Vela es más futbolista de lo que nunca fue, Griezmann es un cuchillo que ha aprendido a cortar el fútbol en los terrenos de juego en vez de las salas de prensa, Illarramendi es el Schuster que dijo tener un exentrenador de la Real, Xabi Prieto, el futbolista que tenía que ser. Y Rubén Pardo, aún naciente, el jugador que todo el mundo espera en cuanto alguien le abra un hueco.
La Real, con los mimbres del pequeño Zubieta, se ha convertido en el guardián del norte, cuando el norte se halla en plena crisis, algo que ocurre cíclicamente. Con Galicia asustada, Asturias y Cantabria deprimidas, Bizkaia sin vivir en sí, Navarra y Zaragoza llenas de neblina... El norte siempre ha sido un baremo de la ecología futbolística (incluida la nostalgia).
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