_
_
_
_
EL CÓRNER INGLÉS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El fútbol versus la estupidez

Messi festeja su primer gol al Milan en el partido de vuelta de los octavos de la Champions.
Messi festeja su primer gol al Milan en el partido de vuelta de los octavos de la Champions.albert gea (reuters)

► “Vamos a conquistar una reducida porción de tierra que no ofrece en sí más ventajas que su nombre”—Hamlet, de William Shakespeare

Aquí en las Malvinas hemos presenciado algo épico esta semana. No nos referimos a la épica idiotez del reclamo histórico de un país grande de 40 millones de habitantes al derecho soberano de colocar su bandera en unas pequeñas islas del lejano Atlántico Sur donde viven 2.500 seres humanos, 49.000 ovejas y 450.000 pingüinos. Tampoco nos referimos a la desgraciada decisión de ese mismo país de lanzarse a la guerra hace 31 años por las susodichas islas con el febril apoyo de la mayoría de su población.

No. Nos referimos a la épica remontada del Barcelona contra el Milan, televisada en Stanley, la liliputiana capital de las Malvinas, con comentarios en español argentino, idioma que la mitad de los malvinenses, por más que el 99,8% de ellos quisieran seguir siendo británicos, entienden razonablemente bien. No por primera vez, el fútbol dejó en evidencia la mezquindad, el cinismo, la deshonestidad y la capacidad de engaño o autoengaño de líderes que se erigen como defensores de la dignidad de sus pueblos, y de la susceptibilidad de esos pueblos a dejarse conducir, con los ojos cerrados, al abismo de la irracionalidad.

El juego de Messi es noble, no como la irracionalidad de sus compatriotas cuando se habla de las Malvinas

Destacamos el Barça-Milan de esta semana porque lo que vimos ahí fue precisamente el polo puesto al maniático monólogo malvinense proclamado sin tregua desde la tierra donde nació la estrella del partido. En primer lugar, fue un ejercicio de honestidad. Ni disimulos, ni leyendas infantiles, ni manipulación de las masas. Fue lo que fue. Una lucha entre dos rivales en igualdad numérica con una pelota de fútbol como arma. Y aunque un equipo fue claramente superior al otro, ambos actuaron con valentía y honradez. Además, el espectáculo fue sublime. Solo aquellos cuyas mentes están contaminados por el tribalismo enfermizo que es la lacra de la humanidad, ese gen deficiente que en el peor de los casos lleva a gente a matar y morir por causas absurdas, son incapaces de ver que el fútbol que despliega el Barça en su mejor expresión es, como escribió un periodista deportivo inglés esa noche, “simply the best”, sencillamente el mejor fútbol del mundo.

Lo que vimos el martes cientos de millones de personas —desde las Malvinas a Manila, desde Buenos Aires a Vladivostok— fue noble y fue brillante. Nadie más noble o más brillante que Leo Messi, no solo el mejor jugador del planeta sino el más transparente, el menos retorcido. Juega porque le gusta jugar, gana porque le gusta ganar. Y no hay más.

Comparemos esto con la niebla de irracionalidad que envuelve las mentes de sus compatriotas cuando entran en juego las Islas Malvinas. Hablamos de las Malvinas como podríamos hablar del conflicto entre Israel y Palestina, o las recientes guerras en Irak y Afganistán. Pero lo útil del caso Malvinas es que concentra de manera especialmente nítida la inexorable estupidez de la especie, su habilidad para generar problemas y conflictos e incluso guerras donde no hay necesidad alguna. Todos los países, como las personas, son ensimismados, pero Argentina con las Malvinas llega a extremos pocas veces vistos en la rocambolesca historia de la humanidad.

La remontada del Barça contra el Milan, televisada en las Malvinas con comentarios en español argentino, idioma que la mitad de los malvinenses, por más que el 99,8% de ellos quisieran seguir siendo británicos, entienden bien

Su histérica avidez por poseer las islas, promovida desde tiempos de Mussolini por su admirador el General Juan Domingo Perón, se basa en la supuestamente excepcional ilegalidad de la usurpación de estas tierras inhóspitas del Atlántico Sur por “piratas” del imperio británico en 1833. Increíblemente, porque el pueblo argentino es un pueblo culto, no entiende que las tierras se han conquistado y las banderas se han colocado a base de fuerza y sangre, desde siempre. Es bárbaro pero es lo que hay, y lo que será hasta que la especie de un radical vuelco evolutivo. El resto del mundo parece entenderlo. México no reclama Tejas, Francia no reclama Inglaterra, Marruecos no reclama España. O, si hubiera alguien en estos países que lo hiciera, no toda la población ha sido sometida desde la infancia a un lavado de cerebro basado en la hipnótica repetición —“las Malvinas son argentinas, las Malvinas son argentinas, las Malvinas son…”— a tal punto de que se convierte en un artículo de fe cuasirreligiosa, un signo de identidad nacional, y cuando una dictadura militar de impulsos nazis invade y “recupera” las islas un infeliz día de 1982 la población responde con pavloviano júbilo, celebrando la heroicidad de los que torturaron, mataron y desaparecieron a 20.000 compatriotas.

Perdieron la guerra y ahí podría haber acabado. Pero no. Siguen, dale que dale, marionetas en las manos de los medio cínicos, medio locos gobernantes de turno.

Menos mal que tenemos el fútbol, que es honesto y existe en el mundo real. Y ojalá que la Argentina de Messi gane el Mundial de 2014. Por si se les pasa un poco.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_