Los mundos de ‘Ufe’
Eufemiano Fuentes, el principal acusado en la Operación Puerto, mantiene ante la juez que practicaba autotransfusiones de sangre a los deportistas por razones terapéuticas
Eufemiano Fuentes manejaba la sangre de sus deportistas con tanto mimo que cuando la llevaba de un lado a otro en mochilas térmicas, para no romper la cadena del frío, usaba a modo de enfriador latas de coca-cola recién sacadas de la nevera en vez de agresivos cubitos de hielo, que en contacto con los delicados glóbulos rojos podría enfriarlos hasta hacerlos reventar y provocar una temible hemolisis. Aparte de gratuita publicidad a the real thing —siguiendo la senda ya abierta por Tyler Hamilton, el confeso exciclista que explicó que para deshacerse de las jeringuillas vacías de EPO las introducía en botes de coca-cola que luego estrujaba—, quizás esta revelación sea la única verdad pura entre los cientos de palabras que durante más de tres horas Eufemiano Fuentes, el principal acusado del juicio de la Operación Puerto, pronunció como respuesta a las preguntas de la fiscal y de la abogada del Estado.
Lo demás que dijo en uso de su legítimo derecho a mentir para defenderse (corresponde a la acusación probar a la juez que Fuentes y los otros cuatro acusados, su hermana Yolanda, Vicente Belda, Ignacio Labarta y Manolo Saiz delinquieron contra la salud de los deportistas) se convirtió en una construcción fantástica que no resistiría el mínimo contraste no con una máquina de la verdad o con los descubrimientos de la investigación de la Guardia Civil, sino con los millones de páginas publicadas en todos los mundos y en todos los idiomas sobre el dopaje sanguíneo, prohibido por el Código Mundial Antidopaje.
El médico canario, de 57 años, creó, con cuajo y desparpajo, sin apenas titubeos o contradicciones —bien tuvo casi siete años, desde su detención en mayo de 2006, para afinar el guion a medias con su abogado, Julián Pérez Templado, y la interpretación—, una fantasía, sus mundos de Ufe, el cariñoso nombre que usan sus amigos para llamarle, implacable. Y, según algunos de los letrados del juicio, suicida en su absoluto desprecio a admitir la más mínima de las acusaciones: una fantasía que, según ellos, debería caer destrozada cuando declaren ciclistas como Jacksche, Manzano o Hamilton, que en sus libros y entrevistas previas han descrito con detalle las prácticas de Eufemiano y su gente.
“Yo trabajaba con deportistas individuales, un tenista, un futbolista, un ciclista, un atleta...”
Aunque admitió, a regañadientes, que las autotransfusiones —describió el proceso casi como poesía: extracción de sangre, centrifugado para separar la parte sólida del líquido plasma opalescente, glicerol para evitar la cristalización de los glóbulos rojos, congelado de la parte sólida para asegurar una vida de hasta 30 años a -80º, descongelado suave y reinfusión cuando llegara su momento— finalmente sí que podían provocar un aumento de rendimiento en los ciclistas — “aunque trabajo a título particular con deportistas individuales, no con equipos, de todo tipo, un tenista, un ciclista, un futbolista, un boxeador, un atleta...”, dijo, “la mayor parte de las 100 bolsas de sangre que intervino la policía era de ciclistas”—, él las efectuaba por motivos terapéuticos. Extraía sangre para rebajar el hematocrito (el porcentaje de glóbulos rojos) cuando sus análisis le revelaban que la salud del ciclista estaba en peligro por su excesiva viscosidad y la reinfundía, “siempre en su gabinete, nunca en las carreras”, cuando el descenso de hematocrito suponía un peligro de anemia. Lo afirmó así, como quien no quiere la cosa, ante el aturullamiento de la fiscal, que no fue capaz de preguntarle si no había medios más sencillos, menos clandestinos y más sanos de tratar esos problemas que un método considerado dopaje precisamente por ser peligroso para la salud. “Y si se conserva tantos años es por si alguna vez enferma de cáncer, por ejemplo, un deportista: le vendrá bien tener una bolsa de sangre para sus tratamientos”, dijo.
Tampoco pudo evitar la fiscal el chantaje sentimental de Fuentes, que varias veces citó que su hija padece cáncer —y que por eso tenía una caja de Eposino, EPO china, de esas cuya calidad no es contrastable, en su piso franco, o “unidad de transfusiones”, de Alonso Cano— y también que su padre murió poco después de su detención sin haber podido recuperar una caja de hormona de crecimiento requisada en los registros de su hijo y que usaba él para su enfermedad. De otro muerto habló también Fuentes, quien cargó al fallecido colaborador Alberto León con la propiedad de las maletas llenas de productos prohibidos hallada en Alonso Cano por la Guardia Civil.
Fuentes se negó a contestar a la mayoría de las acusaciones particulares: AMA, UCI, RFEC, CONI y Manzano hicieron sus preguntas, sin respuesta, a una grabadora. Hoy sigue el juicio con la declaración de los restantes acusados.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.