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JUEGOS PARALÍMPICOS

Historias de campeones

La vida les golpeó duramente, pero no logró derrotarles. De la batalla por conquistar la normalidad han salido fortalecidos. Cuatro de los deportistas que compiten en los Juegos Paralímpicos de Londres cuentan su historia

El arquero paralímpico almeriense, José Manuel Marín Rodríguez, durante un entrenamiento en el centro de alto rendimiento de Roquetas de Mar (Almería).
El arquero paralímpico almeriense, José Manuel Marín Rodríguez, durante un entrenamiento en el centro de alto rendimiento de Roquetas de Mar (Almería). FRANCISCO BONILLA

Dice Loida Zabala que no hay nada como la ceremonia inaugural de unos Juegos. Nada como ese momento, cuando sales del túnel y te envuelven las luces, los aplausos, el griterío ensordecedor del estadio. “Para un deportista es lo más grande”. Loida sintió esa emoción en Pekín, su puesta de largo deportiva. Y sueña con revivirla en la apertura de los Juegos Paralímpicos de Londres, el próximo miércoles, en los que también compite. Salir de las sombras a la luz, del silencio a los aplausos entusiastas, podría ser también una metáfora de su vida. La de la niña que vio truncada su infancia por una enfermedad que la dejó en silla de ruedas y pasó a ser a los 25 años una estrella del deporte paralímpico.

Loida, que levanta hasta 100 kilos de peso, es una de los 127 deportistas con discapacidad que competirán bajo la bandera de España en las Paralimpiadas de Londres, entre el 29 de agosto y el 9 de septiembre. Y está dispuesta a luchar por subirse al podio, aunque la halterofilia paralímpica femenina está dominada por las nigerianas. “En Pekín quedé séptima, ahora aspiro por lo menos a la cuarta plaza”, dice.

Para ella, como para el resto de la expedición, estar en estos Juegos es la realización de un sueño. Y la demostración de que los golpes del destino no les han arrebatado su puesto en la sociedad. De que pueden dar espectáculo de alto nivel en un estadio, alcanzar metas y récords deportivos. Y de que su vida, pese a todo, puede ser tan plena y satisfactoria como la de cualquiera.

Loida Zabala competirá en halterofilia: “Llevo una vida enérgica y me siento bien por dentro y por fuera”

“Hay cosas que por razones físicas no podemos hacer, pero yo dedico las mismas horas que los olímpicos a entrenarme”, dice Carlos Soler, malagueño, único español clasificado en esgrima (contando paralímpicos y olímpicos), que lleva 22 años en una silla de ruedas. La misma intensidad pone César Neira en pedalear sobre la bicicleta, deporte al que volvió tras una caída que casi le cuesta la vida y que le ha dejado de recuerdo dos placas de titanio en el cerebro. O José Manuel Marín, minusválido desde los 18 años por un fatal accidente laboral, que se ha convertido en un maestro del tiro con arco.

En Londres se alojan todos en la misma villa que acaban de desocupar los deportistas olímpicos, modélica por su accesibilidad. Acogidos por una expectación que está a años luz de la timidez mediática de los primeros Juegos para deportistas con discapacidad, que se celebraron en Roma en 1960. Y es que el mundo ha cambiado mucho desde los tiempos en los que una minusvalía era un pasaporte para la marginación social absoluta. Ahora pueden llevar vidas independientes. “Si no fuera por las escaleras, no necesitaría ninguna ayuda”, dice Loida Zabala, que vive sola y que descubrió hace tiempo “que las piernas no son necesarias para ser feliz”.

Su carrera deportiva comenzó a los 11 años y en las circunstancias más trágicas. Un mañana se despertó con un fuerte dolor de piernas; con el paso de los días, el dolor fue a más, y su movilidad, a menos. De pronto, no podía doblar las rodillas. Finalmente, le fue imposible mover las piernas. Después de un largo peregrinaje por consultas médicas y hospitales, en el de parapléjicos de Toledo le dieron el veredicto definitivo. Padecía mielitis trasversa, una inflamación de la médula espinal que en el plazo de tres meses la dejó inválida.

“En el hospital de Toledo me dieron mi primera silla de ruedas. Pero era maravilloso poder salir a la calle, sentir la brisa en la cara”, recuerda. Lo único insoportable fueron los dolores físicos. “En el aspecto psicológico no sufrí. Ahora me doy cuenta de que para mis padres, tener una hija así, en el hospital, debió de ser muy duro”. Loida es extremeña y se crio en Losar de la Vera, un pueblo de unos 3.000 habitantes, donde ha vivido hasta los 19 años. A partir de esa edad, la halterofilia, que había empezado a practicar en su rehabilitación, la empujó a marcharse. Su preparador, Lodario Ramón, vive en Oviedo. Al principio, le mandaba los entrenamientos por correo. “Hasta que un día me dijo: ‘Si quieres mejorar, tienes que venir a Oviedo’. Y me vine a la aventura”.

Iniciar una vida nueva en una ciudad desconocida, buscar casa, trabajo y compañía desde una silla de ruedas, no parece empresa sencilla. “Al principio fue durillo, hasta que empecé a conocer gente. Eso es algo que te llena por dentro. Me di cuenta además de lo sociable que era”, cuenta Loida. En el plazo de seis años ha logrado integrarse totalmente. Trabaja como administrativa en una empresa de Llanera, a media hora de Oviedo, un trayecto que hace en su coche. Y el resto de su tiempo hábil lo emplea en los duros entrenamientos —cinco o seis horas diarias trabajando con las pesas— y en jugar a la consola o hablar por teléfono con la familia. Loida cuenta que acaba de romper con su novio, aunque no parece especialmente afectada. “He roto yo, y son cosas que se superan”. Es una chica atractiva, de grandes ojos claros y melena castaña, pero detrás de ese aspecto suave hay una apasionada de los zombis, que colecciona calaveras. “Soy un poco siniestrilla, lo reconozco. De pequeña veía películas de terror con mi padre, y eso me ha marcado”.

Carlos Soler, esgrimista, participará en sus cuartos Juegos: “Empecé a probar deportes en el hospital de parapléjicos”

Loida está contenta con lo conseguido. “Por suerte o por insistencia, he seguido el camino que quería”, dice. Y en parte ha sido gracias a las pesas. “Me han dado fuerza. Puedo ir a cualquier sitio sin cansarme prácticamente. Llevo una vida enérgica, me siento bien por fuera y por dentro”. Y si nada se tuerce, aspira a ser campeona de halterofilia a sus 30 o 35 años, porque llegar a la cima en este deporte requiere años.

La fuerza se adquiere con el tiempo. También el equilibrio, la disciplina y la concentración que exige el tiro con arco que practica José Manuel Marín. Otro deporte “muy longevo”, como dice Marín, que nació en Adra (Almería) hace 41 años. Porque los años dan madurez. “Se es menos impaciente, y eso es muy importante en esta disciplina”. Para él, el tiro con arco ha sido una ayuda impagable, que le ha exigido dedicación completa, y ha borrado las huellas de una herida muy profunda y dolorosa de la que no quiere hablar mucho.

Tenía 18 años y trabajaba en el trazado de la autovía entre Guadix y Baza cuando hubo un desprendimiento de tierras que le alcanzó de lleno. Un segundo fatal que rompió su vida. “El mundo se te cae encima. El futuro se nubla por completo”, cuenta Marín, con su suave acento sureño. Aunque ha sido capaz de reconstruirla. Se casó, tiene una hija de casi siete años y vive del deporte y de su pensión de invalidez, instalado en Roquetas de Mar (Almería), sin más obsesión que su familia y el arco. La experiencia del tiro ha sido muy importante. “Me ha ayudado muchísimo a superar esa situación”. Cuando se pone el peto, coloca una flecha en el arco y mira al blanco, sentado en su silla de ruedas, se produce un reajuste completo de su cuerpo, de su vida. “En esta especialidad no se trata de pensar”, explica. “La cabeza tiene que estar despejada, la mente libre, dispuesta a ejecutar lo que se ha ensayado muchas veces. La concentración tiene que ser máxima. Exige mucha disciplina”.

Antes del accidente, había practicado algo de tiro con pistola, pero después se decidió por el tiro con arco. “Empecé como aficionado en 1996, en el hospital de Barcelona donde estaba ingresado. En 2001 ya iba en serio”. Y piensa seguir en ello muchos años más. Con entrenamientos de cinco o seis horas diarias, como los que ha mantenido con vistas a Londres. Marín ya sabe lo que le espera. Estuvo en Atenas, en 2004, y en Pekín, en 2008. “Atenas fue para mí algo muy grande. El resultado no fue malo. No recuerdo si quedé el decimocuarto. Adquirí experiencia. En Pekín competimos por equipos y conseguimos un diploma. A Londres voy a intentar hacerlo lo mejor posible. Voy a vender cara mi piel”. Sospecha que los surcoreanos acapararán los primeros puestos como casi siempre. “En Corea del Sur, el tiro con arco es un deporte nacional, como aquí el fútbol”.

La hora de la verdad le llegará a Marín el 30 y el 31 de agosto, cuando compiten los arqueros. Carlos Soler, clasificado en esgrima, tendrá que esperar hasta el 6 de septiembre, a las once de la mañana, para saber si la suerte le sonríe en Londres. “Vamos a ver qué pasa. Hemos entrenado mucho. Son los Juegos Paralímpicos a los que voy con mayor ilusión. Pero, claro, hasta que no llegue el momento no sé cómo me encontraré”, dice.

César Neira, ciclista, ganó dos medallas en Pekín, un bronce en persecución y un oro en contrarreloj. Además de un oro en ruta en el Mundial de 2010.

Soler, malagueño de 40 años, muestra gran seguridad con el sable en la mano, sentado en su silla de ruedas. Es un tipo moreno, de facciones regulares, más bien corpulento. Un hombre satisfecho de sí mismo, feliz. Deportista mimado en su Málaga natal, donde vive, y donde ha conseguido dos patrocinadores. Está casado y es padre de familia numerosa. “Tengo tres hijos, dos mellizos, niña y niño, de tres años, y un niño de ocho años”. Oyéndole, queda claro que la paraplejia no ha arruinado su vida. “No tuve ningún problema, no tomé el deporte como forma de evadirme, en absoluto. Siempre he hecho deporte y lo practico porque me gusta”. Por tremendo que sea lo que le ocurrió, está asumido y superado.

Fue un día fatídico de 1990. “Estaba haciendo la mili en Antequera. En la base nos quedamos sin luz y me subí a cambiar un fusible a una torre de electricidad, pero me dio un calambrazo tremendo y me caí al suelo desde una altura de 13 metros”. Entonces las medidas de seguridad brillaban por su ausencia y Carlos se vio de la noche a la mañana en una silla de ruedas. “Me ingresaron en el hospital de parapléjicos de Toledo, y allí probé algunos deportes en la rehabilitación. Empecé con el baloncesto, pero me caí seis o siete veces de la silla y llegué a la conclusión de que no era lo mío”.

La Federación de Málaga le propuso la esgrima como alternativa y a él le gustó. En el plazo de unos meses participó en la primera prueba de la disciplina, en Pisa (Italia). Desde entonces, ha sido un asiduo de todas las competiciones, con excepción de los Juegos Olímpicos de Sidney, a los que no asistió por problemas administrativos. “Estuve en los Juegos de Atlanta, en 1996, donde quedé sexto, y en Atenas 2004, donde también conseguí diploma, igual que en Pekín, en 2008”. Ahora espera superarse en Londres, adonde llega tras una intensa preparación, acompañado por su maestro, Antonio Marzal. Y donde solo tendrá una oportunidad, un día, una hora.

César Neira, en cambio, tendrá cuatro ocasiones de lucirse con su bicicleta y subir al podio. “Participo en pruebas los días 1, 2, 5 y 6 de septiembre”, cuenta desde su casa en Cadalso de los Vidrios, un pueblo de la Comunidad de Madrid, a unos 80 kilómetros al suroeste de la capital, donde nació hace 32 años. “Aquí me casé, me compré una parcelita y me hice mi casa, donde vivo con mi mujer y mis dos niños, de 12 y de 3 años”. El mayor había nacido ya cuando César, que trabajaba como artillero en una mina de granito a cielo abierto cerca del pueblo, sufrió un accidente que estuvo a punto de matarle.

Lo que había empezado como un día rutinario acabó en pesadilla cuando explotó de pronto el calderín de aire comprimido que manipulaba. La fuerza de los ocho kilos de presión le arrojó al suelo desde lo alto de un talud de unos siete metros. El impacto fue tremendo y hubo que operarle poco menos que a vida o muerte. Los médicos tuvieron que colocarle dos placas de titanio en el cerebro, pero se salvó. Con graves secuelas. “Fue muy duro. Puedo decir que volví a nacer después de aquello. Perdí el habla, y la memoria. Lo olvidé absolutamente todo. Tuve que volver a aprender a andar. La rehabilitación fue durísima. Pero me he ido recuperando con mucho esfuerzo. Con logopedas, con psicólogos”.

Si antes del accidente había practicado con la bicicleta de montaña, después se especializó en ruta, y en contrarreloj. Correr en bici se reveló como una fabulosa terapia, además de proporcionarle grandes éxitos. Neira ganó dos medallas en Pekín, un bronce en persecución y un oro en contrarreloj. Además de un oro en ruta en el Mundial de 2010. “Me gustaría volver a ganarlo todo, pero habrá que ver”. Su cerebro, a veces, le da algún susto. “Tuve una recaída, con ataques epilépticos cerebrales que provocan dolores de cabeza”. Pero ha seguido entrenándose. El ciclismo es su vida. “Soy un deportista profesional, tengo una beca, y pienso mantenerla”, dice. Desde el accidente cobra además una pensión de invalidez. Un dinero que ahorra con vistas al futuro. “El deporte para mí es una buena manera de superarme. Como en cualquier otro trabajo, uno tiene que aspirar a ir a más, a llegar más lejos, en esto o en el periodismo. No hay que conformarse. Y si se presenta una adversidad, hay que trabajar para superarla”. Lo dice con conocimiento de causa.

España, potencia del deporte paralímpico

Teresa Perales, la nadadora parapléjica que consiguió cinco medallas en Pekín, de ellas tres de oro, será la abanderada del equipo español en los Juegos Paralímpicos de Londres, que comenzarán el miércoles 29 de agosto. El programa oficial incluye 20 deportes en 11 días de competición, durante los cuales 4.300 deportistas, de 164 países, con discapacidad visual, discapacidad física, parálisis cerebral y discapacidad intelectual competirán por 503 medallas de oro. España es una potencia del deporte paralímpico, porque desde los Juegos de Barcelona, en 1992, está entre las diez naciones que encabezan el medallero. En Pekín se consiguieron 58 medallas, 15 de oro, 21 de plata y 22 de bronce.

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