Londres, al tercer rescate
La capital británica, que ya salvó al olimpismo del colapso en 1908 y lo hizo resurgir en 1948 tras la guerra, asume desde hoy los Juegos de la 30ª Olimpiada en otro momento delicadísimo para Europa
Si el mundo puede festejar hoy la apertura de los Juegos de la 30ª Olimpiada se debe en mucha medida a Londres, la Atenas del olimpismo moderno, escenario por tercera vez del reino unido del deporte. Si los griegos fueron el embrión de los Juegos, los británicos, como en tantas disciplinas deportivas, regularon y desarrollaron su formato hasta convertirse en uno de los principales catalizadores del movimiento olímpico. Sobre todo porque Londres siempre acudió al rescate de los Juegos. Primero, en su edición de 1908, tras las humillantes y desastrosas citas de París y San Luis en 1900 y 1904, respectivamente. Y luego, en la edición de 1948, en tiempos de racionamiento, apenas tres años después de la II Guerra Mundial. Ahora, con Europa azotada por un torbellino económico, de nuevo Londres, a la que Madrid, que hoy quizá respire aliviada, disputó la sede en 2005, acarrea con la organización del evento más universal del planeta. A partir de las 20.12 horas (21.12 en España), de ello darán cuenta, a una audiencia estimada en 4.000 millones, un ejército de 6.200 periodistas de 832 medios de 66 países.
El acto de apertura ha costado 32 millones, la mitad que el de Pekín 2008
Bajo la dirección del cineasta Danny Boyle (Trainspotting, Slumdog Millonaire) y con la presencia de monarcas y gobernantes de todos los rincones, la ceremonia inaugural permitirá rebobinar hasta el 13 de junio de 1908. Entonces, también en Londres, se celebró la primera fiesta de apertura de este tipo. La capital inglesa había acudido a la llamada de socorro de Pierre de Coubertain, visionario de los Juegos modernos. Los Juegos iban a organizarse en Roma, pero la capital italiana tuvo que claudicar por una devastadora erupción del Vesubio en 1906. En Londres, que tuvo que hacer los deberes a la carrera, se instauró la primera ceremonia; el arzobispo de Pensilvania, Ethelbert Talbot, acuñó en una recepción en la catedral de San Pablo la frase que daría origen al lema “lo importante es participar”; se construyó el primer estadio olímpico para tal fin (el White City Stadium, con aforo para 80.000 personas —la misma capacidad que tiene el actual en Stratford—); y se bautizó el primer desfile de las naciones tras su bandera. Lo hicieron 2.035 deportistas de 22 países; hoy la hilera de atletas superará los 10.000, pertenecientes a 205 países. Los organizadores guardan bajo llave quién encenderá el pebetero en el estadio de Stratford, el vertedero del Este, como lo denominaban algunos londinenses, que la ciudad intenta recuperar con este evento, pero no hay discusión sobre qué bandera volará más alto: la de Pau Gasol. Con este mástil de 215 centímetros y el chillón uniforme será difícil que pase desapercibida la romería española.
La capital londinense, convertida desde hoy en la única ciudad que ha adoptado tres veces los Juegos, también dio un paso al frente en 1948, cuando el silbido de los bombarderos aún tenía eco en la asolada Europa. Un reto mayúsculo que Londres, en situación precaria, asumió de nuevo. Se acondicionaron como villa olímpica las bases de las Fuerzas Aéreas y hubo el sustento de países como Estados Unidos, Francia y Argentina, que enviaron navíos cargados de alimentos.
Casual o no, otra vez los Juegos recalan en Londres en un momento delicado para Europa, con España en el epicentro del vendaval económico
Casual o no, otra vez los Juegos recalan en Londres en un momento delicado para Europa, con España en el epicentro del vendaval económico. Son tiempos de austeridad: en la ceremonia inaugural se han invertido 32 millones de euros, la mitad que en Pekín 2008, buena parte de las instalaciones son reciclables y la principal proclama de la organización es su legado a la ciudad. Nada de catedrales deportivas abandonadas cuando se baje el telón el próximo 12 de agosto.
En este contexto, la delegación española, representada por 282 atletas, recibió ayer un duro varapalo. Poco antes de que la reina doña Sofía hiciera los honores en la embajada en Londres, la selección de fútbol se estrelló antes de empezar. Cayó ante Japón (1-0) tras un pésimo partido, tan mal conducido en el campo como mal dirigido por Luis Milla en el banquillo. Un relato impropio de los tiempos que encumbran a La Roja. Un patinazo que quizá anticipe las dudas que acechan a España, que tendrá que abrirse paso en unos Juegos destinados a la divinización de gente como Michael Phelps, Usain Bolt, Roger Federer y LeBron James, entre otros. O quién sabe si a Ryan Lochte, Yohan Blake, Novak Djokovic o Pau Gasol, que aspiran a destronar a los cabezas de cartel. Un póster extraordinario para unos Juegos a los que Londres debe honrar como ya hiciera en dos delicadísimas situaciones anteriores. De entrada, el primer ministro, David Cameron, salvó ayer con diplomacia el primer enredo internacional y no tuvo reparos en reconocer el error organizativo con Corea del Norte, cuyo equipo de fútbol femenino se negó a iniciar su partido ante Colombia del pasado miércoles por figurar en los marcadores el emblema de su vecino del Sur.
Antes de que prenda la llama, Londres ya se ha ganado otro capítulo fundamental en su estrecha relación con el olimpismo. Hoy, en Stratford, por primera vez en la historia habrá representación femenina en todos los países participantes. Un guiño del destino: en 1908, Londres venció la resistencia misógina de Coubertain y abrió las puertas a 36 mujeres. Hoy son 4.850. Por tantas y tantas causas, los Juegos se deben a Londres.
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