Rosol fulmina a Nadal en Wimbledon
El checo, 100º del ‘ranking’, elimina al español en la segunda ronda ● El manacorense, que había jugado las cinco últimas finales del torneo londinense, cede el número dos.
Es noche cerrada en Londres y los focos de la pista central de Wimbledon iluminan al checo Lukas Rosol, el profeta del apocalipsis, que descabalga (6-7, 6-4, 6-4, 2-6 y 6-4) a Rafael Nadal en la segunda ronda de Wimbledon. El credo del número 100 del mundo es la violencia de sus golpes (65 ganadores); su sermón se construye con tantos directos de saque (22) y queda resumida la biblia de su tenis en una quinta manga para el recuerdo: gana el 95% de los puntos disputados con su primer servicio, que dispara a una media de 204 kilómetros por hora, lanza 20 golpes ganadores y se convierte en el tenista de ranking más bajo en batir en un torneo del Grand Slam al español, que no se inclinaba en la segunda eliminatoria desde 2005. Rosol, de 26 años, acaba tendido en el suelo. Es Nadal quien le recoge la raqueta. El checo se va aplaudido y explica que ha ganado porque no cree en dioses: “Nadal es humano y yo lo sabía”.
La eliminación es un mazazo para Nadal, que había disputado la final de Wimbledon en sus últimas cinco participaciones. Nunca habría pensado que un desconocido como Rosol sería el que le destronara del número dos en la clasificación mundial, ahora en manos del suizo Roger Federer.
Antes de que ocurra eso se juega un partido lleno de aristas, en el que Rosol crece en la misma medida que le deja Nadal, ofuscado y sin chispa para aprovechar las oportunidades que se le presentan: igual que desaprovecha un break de ventaja en el primer set, el mallorquín entrega su saque al inicio del segundo y el quinto, dando alas a su contrario. Nadal busca a Nadal y no le encuentra. Está sorprendido consigo mismo y con su rival. En su mente aún repiquetean escenas que provocan su protesta.
El sorprendente ganador sacó a una media de 204 kilómetros por hora
Igual que Bruce Grobbelaar, el portero del Liverpool, en la final de la Copa de Europa de 1984, Rosol se mueve como un pulpo mareado en algunos saques de Nadal, agitando su raqueta ahora, dando unos saltos después, caminando en todas las direcciones entre medias. “Si piensa que eso es justo, dígamelo”, espeta al juez de silla el manacorense, que sufre bajo los tremendos estacazos de su contrario, un leñador desatado. Igual que un boxeador en su esquina, el checo, tan fiero como avisa el negro tatuaje de su gemelo, escupe contra el suelo, furioso, rabioso, lleno de veneno. Igual que leones que intentan marcar su territorio, los dos tenistas se cruzan en un cambio de lado y hay un amago de choque de hombros porque se lucha por todo.
Esas escenas desfilan probablemente por la mente de Nadal durante la media hora larga que tarda en cerrarse el techo por la falta de luz. “¡Rafa!, ¡Rafa!”, grita el gentío, pidiendo la reanudación y el comienzo de la quinta manga. “¡Lukas! ¡Lukas!”, se escucha. Ya está cerrada la cubierta. Ya está roto el ritmo de Nadal al resto, que le ha permitido igualar el encuentro con dos roturas seguidas tras jugar un cuarto set en el que, por fin, se parece a sí mismo. Ya está, se supone, hecho añicos el ritmo de Rosol al saque, el arma que le ha llevado hasta tan inesperado sitio.
El manacorense no caía tan pronto en una cita del Grand Slam desde 2005
Es un partido nuevo. Nadal lo empieza cediendo el servicio en un ambiente eléctrico, con Rosol desatado, de ganador en ganador (0-2), jugando como Robin Soderling el día que apeó al mallorquín en Roland Garros en 2009. Igual que el temible sueco, Rosol rompe la pelota. No quiere diálogos. Solo, matar o morir matando. Atacando la bola a la altura de la cintura, gobierna. Con el marcador a favor, él pega y Nadal tiembla.
Tres veces se cae Nadal al suelo. Dos son los puntos que le saca de ventaja Rosol cuando ya el partido es suyo (139-137). Con el español un punto desorientado y falto de chispa, el partido se decide en los detalles. Compitiendo a una velocidad de vértigo, el saque de Rosol pone al duelo su firma y su sello. Cuando Nadal afila su guadaña, el checo se escuda en sus golpetazos. Cuando el español se queja de sus movimientos al resto, hace como si no le escuchara. Cuando toca completar la obra, una de las mayores sorpresas en la historia del tenis, ahí que se presenta el gigante: Rosol, lleno de fuerzas y con el saque siempre presto para derribar a un Nadal desdibujado.
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