Nadal y la ley del embudo
El español quiere negar los ángulos a Djokovic y retrasarle con bolas altas ● Son los primeros en retarse en las cuatro finales de los grandes
En París, una doble tormenta. Mientras las previsiones convocan nubes negras, sobre la tierra Rafael Nadal y el serbio Novak Djokovic deciden quién hace historia: en la final de hoy (15.00, Cuatro), o el español logra su séptimo título en París, desempatando los seis trofeos de récord que le unen con el sueco Björn Borg, o el serbio se convierte en el primer tenista que gana cuatro grandes seguidos desde el australiano Rod Laver (1969).
Esto es algo más que un pulso entre los dos mejores. Es la culminación de la primera rivalidad que enfrenta a sus protagonistas en todas las finales grandes y es la oportunidad de que el español confirme un cambio de tendencia. Tras perder siete duelos seguidos contra el serbio, Nadal ganó los dos últimos aplicando la ley del embudo: tiros altos y profundos que aculan a Nole, le niegan los ángulos y estrechan la pista explotándola a lo largo antes que a lo ancho.
No puedo ganar cediendo la iniciativa, dejando que Nole golpee en la pista”
“Cuando le abres muchos ángulos, Djokovic se defiende muy bien”, explica Albert Costa, campeón de Roland Garros y bronce olímpico en los Juegos de Sidney. “Hay que mantenerle en el fondo, variarle alturas y jugar profundo y largo para evitar que se meta en la pista y empiece a repartir. En esa situación, Rafa está fuera de la pista y corriendo por todos los lados”, añade. “Rafa tiene que ser agresivo. Que Djokovic sienta que tiene que golpear la bola muy arriba, lo que le obliga a tomar muchos más riesgos. Tiene que lograr que ahí Djokovic empiece a dudar, que se vea muy atrás en la pista, que es donde él pierde fuerza y Rafa puede ganar el espacio para tirar más. Rafa tiene que empezar la jugada con un tiro con altura, con primeras bolas profundas para luego coger él por dentro la línea y empezar a repartir el juego”.
Hoy el duelo está en ver quién planta antes los pies sobre la cal del fondo. Para Nadal, la pista se gana primero a lo largo y luego el punto se remata a lo ancho, con derechazos llameantes.
En 2011 no siempre intentó eso. En unas ocasiones, optó por un plan defensivo. En otras, luchando contra mecanismos interiorizados desde que era un niño, intentó disparar antes, ser el más rápido. Sus dos propuestas tuvieron un común denominador que dificultó el éxito: “Mi tiro no era lo suficientemente bueno”, dijo en París. Dos cambios vinieron a solucionarlo. Como la raqueta de Nadal pesa tres gramos más este año, sus golpes son más definitivos. Como los dispara desde más adelante, más cerca de la línea, hacen más sangre, abren más heridas. Así lo explicó Toni Nadal, su tío y técnico: “El cambio ha sido que a Rafael, en 2011, la derecha cruzada le corría un poquitín menos. La pegaba un poco más atrás y no hacía el daño suficiente. Al cabo de dos o tres golpes cruzados, Djokovic podía anticiparse y atacar aún más cruzado o con un paralelo”.
“No puedo pretender ganar cediéndole la iniciativa, dejándole que golpee desde dentro de la pista, prácticamente sin tener que moverse”, coincidió su sobrino, que perderá el número dos a favor del suizo Roger Federer si no logra el trofeo. “Si ve venir la bola todo el rato de frente, será imposible, como el año pasado. Hay que cambiar direcciones. Tengo que lograr que sienta que no defiende con facilidad y que mi bola le duele”.
Las estadísticas demuestran la importancia del cambio táctico. En las dos finales que Nole le ganó sobre tierra a Nadal en 2011, se procuró la friolera de 23 puntos de break. En las dos finales que Nole ha perdido este año sobre tierra con Nadal, sumó 8. El número uno sabe a lo que se enfrenta: “Es el desafío definitivo”, dijo. “Tengo que ser muy consistente. Intenso. Es un reto”.
Todo cuenta en una rivalidad que ya es legendaria. Federer y Nadal, tan consolidados en la mitología de este deporte, no se han cruzado en las cuatro finales grandes (les falta el Abierto de Estados Unidos), ni lo han hecho cuatro veces seguidas en esos escenarios, como ahora Nadal y Nole. Cuando acabe el partido, el mundo habrá visto sus encuentros sobre cemento, hierba y arcilla, en tres continentes distintos y sobre las cuatro catedrales del tenis. Las parejas de leyenda, enconados contrarios que se persiguieron hasta el fin del mundo, ya extienden la alfombra roja para recibir en tan selecto club a un nuevo dúo.
“¿Habrá nervios, no?”, le preguntaron desde una nube de cámaras al español, que ha perdido las últimas tres finales grandes que le han enfrentado al serbio. “Sí”, contestó Nadal. “Los nervios son buenos para el deporte y para todo. Quieren decir que te importa lo que haces y que vives con emoción lo que estás haciendo”.
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