Síndrome de abstinencia de Messi
Máximo goleador, máximo asistente y máximo representante espiritual
Nos hemos acostumbrado a Messi. Nos hemos acostumbrado al genio y al virtuoso. No solo a su capacidad creativa sino también a la perfecta interpretación, partido tras partido, de esas creaciones. Nos hemos acostumbrado, además, a que sea prácticamente infalible. Desde unos años a esta parte ha tomado forma una asociación irracional: Si Messi juega, el Barcelona gana. Hay quienes no se detienen a pensar que el ciclo que vivió (y que intenta estirar) el Barcelona no es normal ni que el genio de Messi puede estar siempre, invariablemente, a la altura de sí mismo.
Máximo goleador, máximo asistente y máximo representante espiritual de esta era en el Barcelona, Messi ha convertido reiteradamente los deseos de sus seguidores en realidad. Tanto que la gente puede haber llegado a confundirlos. Tanto que parece que se ha desarrollado incluso una dependencia física y emocional de Messi. La necesidad de una dosis de Messi es cada vez mayor y más frecuente.
Messi nos asombra a todos pero a sus hinchas les genera también euforia, desinhibición, alegría, seguridad y confianza. Sensaciones placenteras a las que el Barcelona se ha habituado. Cuando Messi varía levemente la dosis de su genio, el público y la crítica amanecen inquietos, tensos, impacientes, sedientos de victoria, ansiosos de gol.
Su juego, fundamental por el aporte inagotable de sustancia al estilo de su equipo, se le fue haciendo al Barcelona cada vez más necesario, hasta el punto de que hoy es difícil decir si el paso más lento del Barca en la Liga se debe a que el colectivo bajó un punto en su intensidad arrastrando a Messi o viceversa o una mezcla de ambas.
Messi nos acostumbró tanto a lo extraordinario que distorsionó nuestra percepción de lo habitual: si no marca en tres partidos está en crisis, si falla un mano a mano no es el mismo y si su equipo no gana es porque se apagó y ya no es de oro. No digo que no sea verdad que, desde que inició este semestre se muestre más irregular. Tampoco niego que su estado de forma lo lleva, algunos partidos, a una altura más humana. Pero con 21 asistencias y 38 goles en lo que va de temporada da la impresión de que bajó hasta un valle al que, quitando a Cristiano Ronaldo, no se puede subir sin asistencia de oxígeno.
La gestión de su descanso no es sencilla por dos simples razones: una es que él quiere jugar siempre. La otra es que no hay nadie como él. Se puede argumentar que ha jugado algunos partidos innecesarios y que empieza a pagar las consecuencias, pero es difícil decir que fue un error cuando, hasta ahora, el método ha brindado a Guardiola muy buenos resultados. Messi siempre está y, casi siempre, aparece vestido de sí mismo.
Las concentraciones, los aviones, los compromisos publicitarios y solidarios, la demanda diaria de la prensa y de la gente, los entrenamientos, la presión de ganar y llevar gran parte del peso en sus espaldas, la acumulación de minutos, el cansancio físico y mental de la competencia en Liga, Copa y Champions, en partidos amistosos o con la selección... todo suma al desgaste.
Sin embargo, el gran problema de Messi es Messi. La regularidad con la que su genio ha alimentado el mundo del fútbol lo enfrenta todos los días a nuestra expectativa, esa bestia gigantesca e insaciable que lo obliga a una empresa inhumana: la de correr cada partido una carrera contra su propia sombra.
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