Venezuela reescribe su historia
La vinotinto, cenicienta del torneo, alcanza las semifinales tras superar a Chile con dos goles a balón parado.
Al final de los 90 minutos esperaba la enciclopedia. Y el premio fue para Venezuela que, sostenida por la clase de Arango, superó la embestida chilena en la segunda mitad. Dos goles a balón parado servidos magistralmente por el centrocampista encumbraron a su selección hasta las semifinales. Una cota desconocida para la cenicienta del torneo. Allí le espera Paraguay.
Ambos conjuntos sabían que tenían una cita con la historia en San Juan. Chile jamás alcanzó el título y en los últimos doce años había sido incapaz de alcanzar la frontera de las semifinales. Pero Venezuela tenía una reválida mayor. La vinotinto firmaba hasta la fecha la peor hoja de servicios en los archivos de la competición y antes de su triunfo por la mínima ante Ecuador en la primera fase del torneo solo había logrado dos victorias (3-0 ante Bolivia en 1967 y 2-0 ante Perú en 2007). El resto, nueve empates y 38 derrotas con 34 goles a favor y 155 en contra, en sus 14 participaciones anteriores. Ahora, sin Brasil ni Argentina en el camino, nadie se atreve a poner límites al sueño venezolano.
Chile, 1; Venezuela, 2.
Chile: Bravo; Contreras, Ponce, Jara (m.61 Paredes); Isla, Medel, Vidal, Jiménez (m.82 Muñoz), Carmona (m.46 Valdivia); Sánchez y Suazo.
Venezuela: Vega, Rosales, Perozo, Vizcarrondo, Cichero; Lucena, Rincón, César González (m.89 Moreno), Arango, Maldonado (m.65 Seijas) y Fedor (m.60 Rondón).
Goles: 0-1, m.34: Vizcarrondo. 1-1, m.70: Suazo. 1-2, m.80: Cichero.
Árbitro: Juan Carlos Vera (ECU) que mostró tarjetas rojas al chileno Medel y al venezolano Rincón, y amarillas a los también chilenos Isla, Contreras y Vidal y a los venezolanos González y Lucerna.
Partido correspondiente a los cuartos de final de la Copa América, disputado en el estadio San Juan del Bicentenario ante unos 23.000 espectadores.
De inicio, la responsabilidad lastró las piernas y nubló las ideas de los contendientes. Chile se refugió en la posesión como principal argumento defensivo. Sin ambición, se entregó al ímpetu aventurero de Alexis Sánchez. El todavía delantero del Udinese multiplicó su alboroto y barrió todo el frente de ataque pero su vértigo sin premio contrastaba con el espíritu timorato de sus compañeros. Los de Claudio Borghi se atascaban una y otra vez en la red que tejían Rincón y Lucena incapaces de encontrar rendijas por las que abastecer a sus puntas.
Venezuela, igual de ofuscada, tenía en cambio un plan poco pretencioso pero muy firme. Los de Farías se arman de paciencia en cada partido. Juegan con el sistema nervioso del rival y confían en el paso de los minutos como método de desgaste, con la fe ciega del que conoce la clave que resuelve el jeroglífico. Así tomó cuerpo la zancada elegante de Arango y el trabajo sordo de César González. Mejor plantada sobre el césped, la vinotinto cortocircuitó la conexión entre Isla y Alexis Sánchez y comenzó a probar la fiabilidad de los guantes de Bravo.
La noche estaba destemplada. Sufría el balón entre baches y tacos afilados hasta que llegó el guante de Arango. El exmallorquinista, ahora en el Borussia de Mönchengladbach, ejecutó con precisión un lanzamiento de falta desde el costado diestro del ataque venezolano y puso un balón aterciopelado a la llegada de Vizcarrondo. El central prolongó su jerarquía hasta el área rival y se elevó por encima de la aturdida defensa chilena para sellar el gol de la vinotinto.
El panorama pintaba negro para el cuadro chileno y Borghi entregó su suerte a un Mago. Valdivia saltó al campo para iluminar a Chile tras el descanso y de sus pies nació una avalancha ofensiva que acorraló a Venezuela. El centrocampista del Palmeiras se convirtió en un dispensador de asistencias. Cichero salvó bajo los palos un remate de Alexis y dos latigazos de Suazo y el propio Valdivia se estrellaron contra el larguero de Vega. El gol del empate se antojaba inevitable y el Chupete se encargó de certificarlo a los 70 minutos.
La tormenta roja repicaba sobre el tejado venezolano sin que los de César Farías dieran abasto para achicar el agua. Pero el cuadro chileno había remado tanto para lograr la igualada que necesitaba tomar resuello y ahí volvió a aparecer la clase de Arango. De nuevo a balón parado, de nuevo gracias a su tiralíneas Venezuela alcanzó la gloria. El balón llegó envenenado al área pequeña de Bravo, sorteando botas y piernas, y el guardameta apenas pudo repelerlo. Cichero no desaprovechó el regalo. Le esperaba un hueco en la historia. Un hueco en semifinales.
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