Delantero a la fuerza
Rondón, a quien su padre instó a jugar de ariete cuando era media punta, es el máximo goleador del Málaga en su debut en Primera División
El padre de Salomón Rondón (Caracas, Venezuela; 1989) tenía muy claro que, si explotaba bien sus características, su hijo tenía futuro en el fútbol. Tan claro, que le impidió pasarse al baloncesto y, bien entrada su adolescencia, le instó a abandonar la media punta para convertirse en delantero. No andaba desencaminado. Años después, Rondón es un fijo en las convocatorias de la selección vinotinto y apunta muy buenas maneras en una de las ligas más exigentes del mundo. En su debut en la Primera División, es el máximo goleador del Málaga, con 12 tantos en Liga y dos en Copa.
Rondón se crió sin penurias en la barriada caraqueña de Catia, en el seno de una familia relativamente acomodada. En un país en el que deportes como el baloncesto y el béisbol dejan al fútbol en un segundo plano, él se calzó los botas bien pronto. Con cuatro años, entró a formar parte del equipo de su colegio, un centro privado de los Padres Escolapios. "Hasta los 14 o 15 fui media punta", recuerda. "Después, mi padre empezó a decirme que jugara de delantero. Ya era corpulento y él sabía que en Venezuela no hay muchos atacantes de esas características". Su progenitor, un profesor de química con una gran afición por el fútbol, se dedicó entonces a aleccionarle enseñándole vídeos de distintos arietes para que aprendiera sus movimientos.
Así llegó a ser lo que es hoy; un poderoso punta de referencia, peligroso con espacios por delante, con un sensacional remate de primeras y una calidad técnica más que aceptable para su envergadura. Se le ha llegado a comparar con futbolistas como Kluivert o Llorente. "Indudablemente, es de ese tipo de jugador, a pesar de su tamaño no es nada torpe con el balón en los pies", explica Paco Jémez, técnico que le dirigió el año pasado en Las Palmas. Reconoce, no obstante, que "técnicamente tiene un margen de mejora importante". "Algo me habrá quedado de cuando era media punta", señala el propio Rondón. "Técnicamente soy bueno, pero casi todos mis goles son de remates. Siempre he dicho que tengo que mejorar en todo".
Nada le ha resultado fácil a este forzudo de rostro juvenil desde que llegó a España en 2008. Una disputa por la propiedad de su contrato entre su club de origen, el Aragua, y sus apoderados, estuvo a punto de minar su fichaje por Las Palmas. La federación de su país apoyó al equipo, negándole el transfer. "Tuve que declararme en rebeldía. Les dije que quería jugar aquí y que me venía para España", explica. Al final, consiguió su objetivo, pero para cuando pudo jugar, la Liga llevaba más de un mes en marcha. Y todavía tenía que adaptarse a un fútbol nuevo. "Fue muy difícil", rememora, "me costó sobre todo en el aspecto físico, hay que correr y pelear mucho más".
Aquella temporada de aclimatación culminó en un segundo año en el que marcó 10 tantos. "Nuestro juego se basaba mucho en él, era nuestra referencia arriba e hizo un trabajo fantástico", explica Jémez. El cénit de su aportación, sin duda, fue el gol que le metió al Nàstic en la última jornada. Un certero remate en boca de gol que mantuvo a Las Palmas en Segunda. "Al marcar sentí una gran alegría por dentro, me llegó a pasar por la cabeza que había logrado la permanencia", señala.
Aquella experiencia puede resultarle muy útil esta temporada, cuando revive la misma lucha en Málaga. Su rendimiento en Las Palmas le sirvió en bandeja un billete para Primera el pasado verano, un pasaje por el que el jeque Abdullah Bin-Nasser Al-Thani, dueño del club andaluz, pagó 3,5 millones de euros. Se convirtió en uno de los fichajes más costosos de la historia del equipo y lo agradeció rindiendo por encima de lo que él mismo esperaba. "En Primera hay más calidad, menos contacto y mucho más espacio para jugar", celebra. No obstante, asegura que si su equipo acabase descendiendo, no tendría problema en volver a jugar en la categoría de plata. Todavía está a tiempo de evitarlo. Solo tiene que hacer lo que mejor se le da; marcar goles. Algo que su padre siempre supo que llevaba escondido en las botas.
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