El Baskonia sobrevive a Vasileiadis
El Caja Laboral padece para llevarse un partido que dominaba ante un Bilbao muy peleón
El partido languidecía apuntando hacia una cómoda victoria del Caja Laboral, premio a su mayor consistencia y sentido colectivo del juego. La sensación de partido a punto de finiquitar provenía no ya por la cuestión de números (55-40) ni tampoco del ya escaso tiempo para enjugar la gran diferencia (minuto cinco del tercer cuarto) sino más bien de la constancia que mientras los vitorianos escenificaban una vez más su saber estar en este tipo de partidos, los bilbaínos se estaban descomponiendo a marchas forzadas. Incluso las aficiones lo entendieron así, y mientras la que llegó de Bilbao tendía hacia el silencio, la vitoriana no dejaba pasar la oportunidad de vacilar a sus eternos rivales. En estas situaciones y dado que el BBB no parece que tiene la paciencia como una de sus virtudes, solo un cataclismo podía salvarle. Ante la sorpresa general, jugadores del Caja Laboral incluidos, esta se produjo y tuvo nombre griego. Un tal Vasileiadis.
Caja Laboral, 76 - Bizkaia Bilbao Basket, 74
CAJA LABORAL: Huertas (18), Oleson (-), San Emeterio (15), Teletovic (13) y Barac (18) -cinco inicial- Ribas (1), Batista (8), Bjelica (-), Logan (3).
BIZKAIA BILBAO BASKET: Jackson (9), Warren (8), Hervelle (10), Mumbrú (12), Hernández Sonseca (-) -cinco inicial- Vasileiadis (31), Banic (-), Blums (-), Fisher (-), Mavroeidis (-)
PARCIALES: 24-20, 19-16, 15-15 y 18-23.
ÁRBITROS: Martin Bertrand, García Ortiz y Guirao. Sin eliminados.
PABELLÓN: Palacio de los Deportes. 12.850 espectadores.
Vasileiadis es todo un personaje. No es la regularidad su fuerte, tampoco obedece al patrón clásico de un jugador de equipo, a veces parece que juega un partido diferente y en otras le puede la intensidad emocional con la que desarrolla su profesión. Eso sí, cuando pilla la racha, el contrario debe atarse los machos. Prácticamente él solito dio la vuelta al partido como un calcetín a base de triples cada cual más complicado. Su posible ignición se veía venir desde sus primeros lanzamientos y tuvo su momento álgido en el último segundo del tercer cuarto, cuando metió un obús desde el medio del campo que dejó temblando al Caja Laboral a pesar de mantener siete puntos de ventaja (58-51). Toda la entereza vitoriana se vino abajo derribada por la explosión y la cosa no paró hasta que tres triples después (llevaba ya seis aciertos de ocho intentos) y con cuatro minutos por jugar, el BBB conseguía lo que parecía imposible. Ponerse por delante (65-66).
El Caja Laboral andaba groggy, probablemente preguntándose qué es lo que había pasado para complicarse de tal forma un partido que llevaba cómodamente apoyados por su columna vertebral habitual formada por la dirección de Marcelinho, el inteligente juego por toda la cancha de San Emeterio y los misiles de ocho metros de Teletovic. Pero todo se había quedado en casi nada, y la incomprensión había llegado incluso a hacer cometer a gente tan templada como San Emeterio errores impropios.
En estos momentos, un jugador como Marcelinho vale su peso en oro. Con su equipo atacando a veces mal y otras peor y cuando la necesidad se había convertido en urgencia (68-69, dos minutos para el final) completó tres ataques consecutivos que resultaron decisivos. Entrada, asistencia a Barac y una nueva penetración a canasta. Entre medias, el huracán Vasileiadis tuvo en sus manos rematar su heroico comportamiento cerrando el partido, pero fue remar para morir en la orilla. Erró y el Caja Laboral pudo despertar de la pesadilla.
Entre la exhibición de Vasileiadis, la tensión creciente, el ambiente en las gradas y la resolución en el filo de la navaja, la Copa adquirió de golpe y al tercer partido las virtudes que han hecho de esta competición lo que es hoy en día. Ganó el Caja Laboral y es probable que lo mereciese más porque puso en la pista durante buena parte del partido algo más que una soberbia actuación individual. Pero también es verdad que asistir a un partido como el que hizo el alero griego y verle irse a los vestuarios con las manos vacías puede resultar hasta injusto. Eso sí, diversión en el partido de ayer hubo a raudales.
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