Un trofeo y cuatro venganzas
A una semana del Abierto de EE UU, Federer gana su primer título desde enero
Mientras tenga salud, siempre creeré que puedo ganar un torneo del Grand Slam". Son palabras pretenciosas para cualquiera menos para un hombre: Roger Federer, ganador de 16 grandes, venció 6-7, 7-6 y 6-4 al estadounidense Mardy Fish en la final de Cincinnati. Para el suizo no es una cosa cualquiera. Cincinnati representa su primera victoria desde el Abierto de Australia 2010, que conquistó allá por enero. Cincinnati, que le volvió a ver mezclar momentos de gran inspiración con decisiones incomprensibles en los puntos decisivos (sumó 7 de 20 bolas de break), le permite mantenerse como número dos, condición que arriesgó hasta semifinales. Y Cincinnati, última parada antes del Abierto de Estados Unidos, que arranca el día 30, le dejó volando a Nueva York con la tranquilidad de quien sabe su orgullo vengado.
Todo empieza en Córcega. Allí, mientras carga una bolsa de playa y muerde una toalla, rodeado de blanca arena, se deja ver Federer en verano. La estampa de bañadores con motivos hawaianos no es más que un espejismo. El número dos se recluye entonces en Suiza, donde se entrena a puerta cerrada. Anuncia que incorpora a su equipo ("a prueba", especifica) a Paul Annacone, el ex entrenador de Pete Sampras. Escarba en su interior y se enfrenta a sí mismo. "El último año me he sentido muy decepcionado con mis restos", concluye. "He jugado sin riesgo todo el tiempo". "Y eso", dice luego; "me puso a pensar. En las pistas rápidas, es bueno jugar hacia adelante, al ataque. El trabajo duro está dando frutos inmediatamente".
Hecho el diagnóstico, estos son los frutos de Federer volcado al ataque. El hombre acumuló desde enero derrotas contra el ruso Davydenko, el chipriota Baghdatis, el letón Gulbis y el checo Berdych. Para muchos, cada una de esas derrotas contra tenistas sin títulos grandes supuso una palada en la tumba del campeón. Para Federer, sin embargo, fueron notas a pie de página en su lista de objetivos: dos torneos en Norteamérica, bendito el cemento que todo lo cura, le han servido para vengarse uno a uno de los hombres que supuestamente anunciaron su declive.
Todos han sido derrotados por el subcampeón en Toronto y campeón en Cincinnati. Todos han visto que tiene más piernas que en primavera. Y todos han reconocido lo evidente: que el cemento es la superficie que menos exige a los tenistas de ataque. Que el cemento, con su bote bajo y vertiginoso, maximiza los riesgos y esconde miserias. Y que el cemento dificulta tanto la defensa que hace bueno casi cualquier ataque.
La ecuación es sencilla: Federer, el jugador con más opciones, aún falto de la prueba de los mejores, puede vivir de brillantes chispazos, puede optar al título en Nueva York y dejar para más adelante la pregunta de fondo. ¿Cuándo volverá a jugar como un grande los puntos importantes?
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