Donovan vale un imperio
El medio catapulta a Estados Unidos en el último resuello
Hasta Bill Clinton, a la derecha de Sepp Blatter en la tribuna del estadio Loftus Versfeld, de Pretoria, parecía haber tirado la toalla después de constatar, ya con las gafas puestas en la punta de la nariz, que Estados Unidos jamás metería un gol a Argelia aunque el partido durara tanto como la Copa del Mundo. La cara de todos los aficionados norteamericanos, pintados con los colores nacionales, envueltos con su bandera, era un poema, reflejo de una tarde de frustración, resignados como sus jugadores, separados por un solo gol de los octavos de final.
Dempsey, el interesante medio del Fulham, ya se había rendido después de un golpe franco cuando la pelota se escapó por encima del larguero. Había apostado a que fuera el tiro ganador, se perfiló estupendamente y hasta se santiguó, convencido de que finalmente la suerte caería de su lado. Tampoco. No era el día de Dempsey. A instancias del linier, el árbitro le anuló un gol válido; el capitán de Argelia, Yahía, le partió el labio; el palo le devolvió un tiro, y, sin que nadie le molestara, marró tres ocasiones.
Borrado Dempsey, tampoco Altidore había encontrado la portería rival después de batirse con la zaga de Argelia. Estados Unidos, sin embargo, necesitaba un gol. Bradley ya hacía minutos que no salía de su cancha y no parecía entusiasmado con el partido ni confiado en el triunfo. Aunque la trayectoria de Estados Unidos en el torneo avalaba una remontada o un gol, al menos había empatado con Inglaterra y Eslovenia después de ir uno o dos goles por debajo, ayer no parecía que fuera a ocurrir lo mismo.
Hasta el entrenador, Bob Bradley, se había quedado sin energía tras haber cantado la diana cuatro veces. La pelota se había negado a entrar cuando la jugada era gol o gol. El encuentro se había puesto tan cuesta arriba para los estadounidenses que Argelia se presentó un par de veces ante Howard y si no marcó fue por muy poco. Aunque el partido había sido de un desgaste físico tremendo, con varias llegadas y remates de todo tipo y calibre, el protagonista era Estados Unidos.
Ni que fuera por Clinton, Dempsey, Michael Bradley o su padre, Bob, o por Altidore, o por Howard, el partido solo pasaría a la historia por el éxito o el fracaso de Estados Unidos después de la victoria de Inglaterra sobre Eslovenia. Así las cosas, llegados al minuto 90, los norteamericanos enfilaron su último ataque: Altidore llegó hasta la banda derecha, centró y al portero Mbolhi, vencido en el suelo después de una tarde impecable, se le escapó la pelota, que comenzó a rodar por el área pequeña. Y por allí apareció Donovan, libre de marcaje, con toda la portería franca, dispuesto a aprovechar aquella suerte que se le había negado a todo su equipo durante la tarde.
Nacido en la ciudad californiana de Ontario, Donovan es seguramente el mejor futbolista norteamericano. Aunque pertenece a Los Ángeles Galaxy, ha militado en el Bayern, recientemente en el Everton y en su día fue elegido bota de oro del Mundial sub 17, en Nueva Zelanda. A sus 28 años, con 125 internacionalidades, el volante es un seguro de vida, un rematador fiable que no perdonó el error del meta argelino cuando la pelota acudió franca a su encuentro en el minuto 91. Donovan sintió que tenía a Estados Unidos a sus pies y pateó el balón a la red para desesperación de Eslovenia.
Los norteamericanos pasaron en un minuto de estar eliminados a acabar como primeros del grupo. A veces vale la pena rogar por tener una ocasión en el último minuto en vez de renegar por la fatalidad de los 90 anteriores. Acabado el partido, lloraba Donovan, saltaba Bradley y aplaudía Clinton mientras protestaba Argelia, inexperta, desfondada y estéril, incapaz de marcar un gol, convencida de que muy bien le podían haber concedido un penalti después de sacar de centro. Mala suerte para los muchachos de Saadane. Ayer era el día de Estados Unidos.
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