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Las reflexiones de un campeón del mundo

"La influencia de Parreira es clara"

Mauro Silva recuerda la presión a la que se vio sometida Brasil para ganar en 1994 y asegura que la selección actual de Dunga se basa en el estilo de aquel conjunto

La vida se porta bien con Mauro da Silva Gomes (São Bernardo do Campo, Brasil; 1968), el gran mediocentro brasileño que ahora recoge ahora los réditos de una filosofía existencial en la que el fútbol no era principio y fin. Instalado en su despacho en el corazón financiero de São Paulo, el hijo del mecánico que trabajaba de sol a sol en una ciudad del cinturón industrial de la megalópolis brasileña es hoy un respetado hombre de negocios vinculado al emergente despertar inmobiliario de una nación optimista que encara una década de desafíos organizativos, como el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. Pero en un país tan futbolero, Mauro es sobre todo un campeón del mundo. El ex jugador del Deportivo (1992-2005) levantó la Copa del Mundo de 1994 en Estados Unidos compartiendo centro del campo con Mazinho y Dunga, ahora seleccionador de la canarinha.

"Al jugar con tres mediocentros se produjo un cambio radical en el equipo"
"Gilberto se posiciona como yo. No están Bebeto y Romario, pero sí Kaká y Robinho"
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"En Brasil, cuando hablamos de fútbol, sólo vale quedar el primero. En Estados Unidos yo tenía 26 años, ya jugaba en Europa y había sido 40 veces internacional, pero nunca había visto ganar a Brasil un Mundial. De niño soñaba con vestir la camiseta amarilla, pero prepararme para jugar una competición así... era más grande de lo que podía imaginar", recuerda Mauro. El honor acabó por convertirse en un deber. En 1994, el estilo de la canarinha se había puesto en duda porque en los tres campeonatos anteriores se fueron a la calle apeados por rivales más pragmáticos. "A Brasil nunca le había faltado talento, pero sí organización táctica y consistencia defensiva", reflexiona Mauro, que mira hacia lo ocurrido en 1982 en el viejo Sarrià, durante el Mundial de España, cuando Italia echó en la segunda fase a Brasil (3-2). "Puede que aquel equipo de Zico, Sócrates y Falcão hubiera ganado de calle una Liga, pero un Mundial es otra cosa. En 1994 Parreira tenía aquel partido contra Italia muy presente".

Carlos Alberto Parreira era un seleccionador impopular. En Brasil no era nadie. El Mundial anterior se había sentado en el banquillo de Emiratos Árabes Unidos, y en 1982 estuvo en España con la selección de Kuwait. Ahora se prepara para conducir a Sudáfrica. Hábil en las relaciones públicas, entonces estaba más acostumbrado a tratar con jeques que con estrellas del fútbol, pero se buscó el respeto de sus jugadores a través de un ayudante con pedigrí, Mario Zagallo, el estratega que había guiado a Brasil a su último triunfo, en México 70, con un fútbol en las antípodas del que iba a proponer en Estados Unidos.

A Parreira no dejaron de fustigarle. Conformó un equipo en el que Bebeto y Romario eran bandera ofensiva, pero le llegaron críticas por no conceder vuelo al emergente Ronaldinho, un delantero de 17 años que después perdería el diminutivo para convertirse en el gran Ronaldo. Estuvo en Estados Unidos, pero no jugó ni un minuto. "Recuerdo que cuando estaba en la concentración yo trataba de disfrutar del entorno de un campeonato único, pero no podía: la presión era tremenda. Nos metían caña por todo, pero sobre todo porque Parreira alineaba dos pivotes defensivos, a mí y a Dunga. Hoy es lo normal, pero entonces era un atrevimiento", explica Mauro.

El equipo superó la primera fase con relativa suficiencia, con triunfos sobre Rusia y Camerún y un empate contra Suecia, lo justo para liderar el grupo. Pero, ante la cita de octavos contra el anfitrión, Parreira no se cortó: retiró del once a Rai, su centrocampista menos esforzado, el hilo que entroncaba con el equipo del 82 porque era el hermano de Sócrates. Y concedió galones a Mazinho, otro pivote defensivo. "Con tres mediocentros acabó de ponerse en contra a prensa y aficionados, pero se produjo un cambio radical en el equipo. Ganamos consistencia y solidez. Para la gente era completamente nuevo que Brasil jugara con cuatro defensas y tres pivotes por delante, pero en la selección hubo un antes y un después", pondera Mauro, que ve similitudes entre aquel entramado y el que ahora teje Dunga. "La influencia de Parreira es muy clara. Por ejemplo, Gilberto Silva se posiciona por delante de la defensa igual que hacía yo. No están Bebeto y Romario, pero sí Kaká y Robinho. La consistencia del centro del campo me da a entender que van a estar cerca del título".

Mauro Silva llegó a él. Levantó la Copa en Pasadena una calurosa tarde de verano en la que incluso él, con su rol defensivo, su obligación de hacer coberturas a medio equipo y su escasa pericia en el chut, envió un balón al palo tras un error del meta Pagliuca. La canarinha ganó la final contra Italia en los penaltis y, el mes siguiente, a él y a sus compañeros los llevaron en volandas por Brasil, un país que necesitaba una alegría conmocionado como estaba por la muerte de Ayrton Senna. "Personalmente, tardé mucho tiempo en asimilar la victoria, íbamos de ciudad en ciudad mostrando el trofeo, en un homenaje continuo. A veces pensaba qué hubiera pasado si no llegamos a ganar. Al final lo conseguimos y fue la alegría más grande que uno se puede imaginar, pero también una liberación".

De izquiera a derecha, Gilmar, Viola, Mauro Silva (con la copa de campeón del mundo) y Dunga, actual seleccionador de Brasil, tras ganar la final del Mundial de 1994 a Italia.
De izquiera a derecha, Gilmar, Viola, Mauro Silva (con la copa de campeón del mundo) y Dunga, actual seleccionador de Brasil, tras ganar la final del Mundial de 1994 a Italia.AP

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