Messi es libre para aburrirse
La figura argentina apenas recibe el balón a pesar de moverse por todo el campo
El ritual de la salida de Argentina del túnel de vestuarios del estadio Calderón fue una exhibición de gestos superfluos. Después de un retraso muy teatral, Heinze encabezó la fila ensayando cara de cacique. Lo siguieron los compañeros para formar un círculo cerrado. La clase de montonera que sirve para que los caudillos profieran sus alocuciones. El encargado de llevar el discurso no fue ninguno de los capitanes. Fue el profesor Fernando Signorini, el excéntrico preparador físico que saltó a la fama con Menotti. De vez en cuando hablaba Heinze. Pero el que llevaba la voz cantante era Signorini. En ésas estaban los muchachos cuando por la boca del túnel apareció una figura oronda dando pasos rítmicos, sacando pecho, con aire desafiante. Era Maradona. Parte del estadio le ovacionó. Él se dirigió hacia el círculo de futbolistas como un Nerón. Mientras se aproximaba, suavizó sus gestos y se hizo un hueco como uno más. Puso su brazo derecho sobre los hombros de Higuaín y cruzó el otro brazo por encima de Messi. Así, abrazado a sus delanteros, permaneció atento a lo que decía Signorini. Durante un momento, dio la sensación de que Maradona se sentía más jugador que técnico.
Argentina puso un cuidado minucioso en el boato y descuidó el juego. Un equipo que se acomoda a las necesidades de Heinze y convierte a Messi en un sospechoso es un equipo mal construido. Quedó en evidencia cuando comenzó el partido. Heinze fue el encargado de iniciar el juego albiceleste. Se nota que le gusta mucho desplazar el balón. Pero nunca será Passarella, ni Galván, ni Ruggeri ni Ayala. Al verle apretado, Gago quiso echarle una mano, pero tampoco encontró el camino. Argentina empezó el partido asediada en su campo y lo acabó de la misma manera. Messi recibió tres balones en la primera media hora. Dos de esas pelotas le llegaron cuando estaba en un costado, a 70 metros de la portería de Casillas y de espaldas. La tercera se la entregó Di María. Recibió en el círculo central. Se desembarazó de Busquets con una gambeta y soltó el pase para Higuaín, que rompió por velocidad desde la derecha. Si Capdevila no hubiese estado rápido, Casillas habría tenido que arreglárselas solo. La jugada fue un relámpago. Más propia del fútbol americano que del fútbol que ha practicado Argentina generalmente. En este equipo, Messi es el quarterback y Di María y el Pipa son wide receivers. Las estadísticas del barcelonista fueron evidentes de su andar por el campo: sólo un centro al área, 11 pérdidas y apenas tres regates. El planteamiento de Maradona evoca al de Bilardo. Repliegues prolongados, juego duro en la defensa y transiciones vertiginosas a Messi para que elija el último pase. Argentina tiene elementos para ejecutar este plan. Con esos mimbres se puede ganar una Copa del Mundo. Lo sabe Maradona, que, aunque no soporta la presencia de Bilardo, procura imitar sus campañas de 1986 y 1990.
El complejo funciona bastante bien para todos salvo para Messi. El mediapunta del Barcelona deambuló con la cara torcida por todo el frente de ataque. En la selección le han dado licencia para moverse por donde quiera. Pero estas concesiones al libre albedrío son engañosas. Responden a la falta de imaginación del técnico más que al reconocimiento al talento. Sin pelota, Messi es libre como el pájaro en la pajarera. En el Barça debe ajustarse a un orden más riguroso. Pero en ese orden es en el que mejor expresa sus virtudes. Participa con frecuencia porque su equipo tiene más la posesión. Se divierte y se convierte en un peligro. En Argentina se le ve aburrido. Un poco perplejo a veces. Ayer incluso sacó de banda en campo contrario. La jugada estaba para un ataque, pero Messi, la estrella del equipo, se sacrificó como un fontanero. Que un jugador como Messi, que debe ser el receptor, tenga que jugar con las manos, parece una mala señal. Sergio Ramos se lo agradeció mucho.
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