Cráneo privilegiado
Sin héroes, el fútbol, la vida, se queda en nada. Sin héroes no hay épica, y sin épica a ese juego un poco tonto se le ven las costuras. Mucha carrerita inane, mucho patadón a seguir.
Este año teníamos un héroe de lo más molón. De Hollywood. Elegante vieja gloria al borde de la retirada que, contra pronóstico, alcanza la final de un Mundial después de eliminar a los favoritos. Rocky Wan Kenobi solo ante el peligro. El héroe puro, fuerte y silencioso. El guión perfecto para archivar en la memoria, macerarlo hasta convertirlo en epopeya y sacarlo luego con un buen güisqui en alguna reunión de futboleros, con la mano de Dios y el gol de Pelé. Desgraciadamente, el propio héroe nos chafó el plan. Porque dentro de Gary Cooper había un bronquista de saloon, uno de esos tipos que pierden los papeles y disparan por la espalda.
Sabíamos de su afición a frecuentar el lado oscuro. Ya había ocurrido en otro Mundial, en Europa, en la liga local, pero no pensábamos que a diez minutos del final de una brillante carrera, con empate en el marcador y la emoción en todo lo alto, fuera a producirse uno de esos inquietantes cortocircuitos. Y se produjo. Ahora, una de dos, o nos mostramos coherentes y tratamos al agresor como a tantos otros de su laya, en cuyo caso se nos cae la superproducción, o nos tomamos alguna licencia artística.
¡A por las licencias, qué demonios! El público quiere finales felices. Ningún jurado condenaría a Gary Cooper. Para empezar, otorguemos al rematador de esternones el premio póstumo al mejor jugador del Mundial. Y una sentida palmadita de monsieur le Président. Presentémoslo como un ciudadano ejemplar, víctima de la palabra. Presentémoslo como la víctima de la palabra asesina de un indeseable con antecedentes, un delincuente que tenía bien merecido su castigo por ir a meterse con un héroe. Si es que van provocando.
Con un poco de suerte y algo más de ruido, el gran Zizou, el Fred Astaire de la pradera, el argelino manso que quiere trabajar con los niños cuando se retire, se incrustará en la memoria colectiva como el vengador justiciero que puso en su sitio al malvado Materazzi, ogro de los cuentos, hombre del saco.
Y aquí paz y después gloria.
José Ignacio Bescós (Madrid, 1966) es escritor y guionista.
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