Guadalupe (Cáceres)

De secreto mejor guardado a paraíso recuperado

Si alguien quiere pisar la montaña más antigua de la península Ibérica tiene que ir a Guadalupe. También si quiere ver espléndidos bosques atlánticos y un cielo límpido por el que pasear por las estrellas. Junto a su monasterio, este pueblo mezcla aventura, ciencia e historia con su parador como vértice desde el que conocerlo todo

Isabel la Católica decía que era “su paraíso”, y como “un jardín de flores muy escogidas” lo describe una jota extremeña. Este enclave de la mancomunidad de Villuercas-Ibores-Jara, en la provincia de Cáceres, donde viven alrededor de 13.000 personas, posee, a pesar de su reducido tamaño, dos espacios protegidos por la Unesco: el monasterio, patrimonio de la Humanidad desde 1993; y el geoparque, designado como tal en 2011 y considerado uno de los tres mejores del mundo.

Vista desde el risco de Villuercas (Cáceres).
Vista desde el risco de Villuercas (Cáceres).Andrea Comas

Guadalupe es un vergel que reúne maravillas insospechadas. Por él es posible transitar las sierras geológicamente más antiguas de la península Ibérica, tocar fósiles de las primeras formas de vida o sostener en la palma de la mano arena de playas de 300 millones de años. Todo, en un entorno de bosques de un verdor apabullante que tapizan las montañas y recorrido por sendas en las que asomarse a contemplar, pastando en libertad, manadas de ciervos.

Y, junto a la naturaleza, la historia. Al monasterio de la localidad, que alberga el camarín con la talla de la virgen de Guadalupe —que tiene 640 advocaciones por el mundo y millones de feligreses—, se unen lugares como la plaza de Santa María, en la pila de cuya fuente dicen que Cristóbal Colón bautizó a los dos primeros americanos venidos en su carabela. Y, como hospedaje ideal desde el que lanzarse a la aventura por la comarca, el parador.

Dentro del parador

Hospital y escuela de medicina medieval

El parador está compuesto por dos edificios de los siglos XV y XVI de estilo gótico mudéjar: el colegio de Gramática y el hospital de San Juan Bautista. Aquí, gracias a una bula papal, se enseñó y practicó la medicina: de hecho, en su interior tuvo lugar la primera autopsia realizada en España.

Reminiscencias mudéjares

Las decoraciones con azulejos, así como el empleo de yeserías y ladrillo aplantillado, dan cuenta de la influencia del arte mudéjar en la zona. Por todo el parador son visibles mosaicos cerámicos con imágenes de la batalla del Salado (1340), una de las más importantes de la Reconquista, o de la virgen de Guadalupe.

El sonido del agua

El sistema de abastecimiento de agua de la localidad lo idearon los priores del monasterio hace más de seis siglos y es el más antiguo en funcionamiento en España. Las fuentes son uno de los orgullos de Guadalupe, y el sonido del agua corriente acompaña al visitante en todos los rincones, también en este plácido jardín del parador, cuya fuente está cincelada con palabras de Cervantes.

Árabe hasta en el nombre

La etimología más aceptada de Guadalupe lo hace provenir del árabe, que vendría a significar algo así como ‘río oculto’. La influencia es patente en elementos como la forma de las arcadas del claustro del parador o en el empleo de las celosías de las ventanas.

Origen de todos los caminos

Además de lindar con el monasterio, desde la misma entrada del parador se observa la gran maravilla natural del geoparque y los paisajes de la mancomunidad de Villuercas-Ibores-Jara. Es el punto idóneo para abordar algunas de las numerosas rutas de senderismo de la zona, algunas transitadas desde tiempos de los romanos.

En sintonía con su pasado

La decoración de todas las habitaciones respeta la singularidad de unos edificios de gran valor arquitectónico y con seis siglos de antigüedad, sin renunciar a la comodidad que se espera de un alojamiento semejante. Además, la apuesta por la sostenibilidad en todas ellas pasa por la no utilización de plásticos de un solo uso y por una electricidad 100% renovable.

José Antonio del Pozo

Este madrileño, director desde hace cuatro años del parador, posa ante las puertas del hospedaje que, tras el zaguán, desembocan en el patio de los naranjos, centro de todo. “Aquí la gente encuentra el relax y la desconexión absolutos”, asegura.

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Un sol de primavera esparce su luz casi sólida por todo el pueblo. Los naranjos y limoneros del claustro la tamizan y, bajo su sombra, el ambiente es ligero y el aire está cargado de aroma de azahar. En el pretil de la fuente —su arrullo se escucha desde todas las estancias— se sienta Aitor Fernández, madrileño que, como su hermana mayor, escogió “recrecer” en el lugar del que es oriunda su familia materna. Así le llaman en la jerga cacereña a lo que hacen aquellos que vuelven para establecerse aquí tras criarse, estudiar o trabajar fuera un tiempo.

Gema P. Zubizarreta ordeña una de sus cabras en la finda de Las Lucías (Cáceres).
Gema P. Zubizarreta ordeña una de sus cabras en la finda de Las Lucías (Cáceres).Andrea Comas

“Cuando vienen mis amigos de Madrid flipan”, cuenta entusiasmado Fernández, especialista en energías renovables y manitas del parador. “Las rutas, los parajes del entorno son alucinantes. En primavera, puedes venir y ver a casi un centenar de ciervos juntos durante la berrea sin encontrarte con ningún otro coche. Todos me dicen: “Pero ¿cómo es posible que este lugar exista y la gente no lo conozca?”.

El asombro es común a todos los visitantes. Una pareja de alemanes afincados en Málaga toman un café y, chapurreando español, prorrumpen en voz alta: “¡Y nosotros que creíamos que con Córdoba lo habíamos visto todo!”. Eso es Guadalupe: un paraíso desconocido, un secreto bien guardado.

Naturaleza para los sentidos

Actividades y excursiones en el entorno del parador de Guadalupe

A cada curva de la carretera, durante el ascenso, la vegetación luce más imponente. Robles, castaños. En Navatrasierras, a 35 kilómetros de Guadalupe, comienza la primera parada de la andanza, con una de las actividades que oferta el parador. Allí, en pleno monte, se instaló hace dos décadas Gema P. Zubizarreta, cacereña que también regresó al valle a recrecer, junto con su marido Pepe Tasso. Ella se dedicaba antes a la quiropraxis y al teatro físico y la expresión corporal, y él, a la producción audiovisual. Hasta que sintieron que necesitaban “campo”. Así nació el proyecto que regentan en la finca de Las Lucías: 58 hectáreas con decenas de cabras (y borregos y pavos y patos y perros y tres potrillos) que son mucho más que un alojamiento rural. La repoblación ha devuelto el equilibrio al ecosistema, que necesita del ganado extensivo pastando y pisando su suelo para no degradarse. “Este entorno estaba abandonado y en riesgo de ser devorado por los incendios”, afirma Zubizarreta que, mientras habla, se afana en mil tareas. ¿Qué es lo que pretendían? ¿Qué dirían que han logrado en 20 años? “El que viene aquí aprende a valorar el entorno, entiende verdaderamente lo que significa vivir de forma sostenible, en comunión con lo que te rodea y consumiendo kilómetro cero”.

Claustro del monasterio de Guadalupe.
Claustro del monasterio de Guadalupe.Andrea Comas

Quesos que salvan el monte

“Esta cabra es una de las favoritas de mi hija Catalina. Puedes ordeñarla así, ¿ves? La gente cree que hay que tirar. No”. Zubizarreta brega y, de manera didáctica, ayuda al visitante a ordeñar a unas cabras cuya leche, luego, urge a llevar adentro, para que el calor no la estropee y para que puedan ponerla rápido a cuajar. La cosecha de la mañana supera los 15 litros.

—Enseñamos a los que nos visitan a hacer queso.

Cuajar al fuego midiendo la temperatura, desuerar y amoldar de manera tradicional… Gema muestra cada uno de los procesos. Los pastos de primavera, dice, dan la mejor materia prima para hacer los quesos, una actividad que suele concluir con una comida posterior, un asado en horno de leña. “Esto es una forma de vida y, ahora que vuelve a reivindicarse lo slow, lo lento, empaparse de esto puede ser un ejemplo de que otro mundo es posible, ahora que la amenaza climática es tan patente”.

El quinto clima y las maravillas que esconde el geoparque

Si, como Fray Gabriel de Talavera, el fraile que escribió allá por el siglo XVI la historia de Guadalupe, dividiéramos el mundo en líneas imaginarias paralelas al Ecuador, el municipio cacereño y los valles que lo rodean ocuparían lo que el monje denominó “el quinto clima”. Lo explican desde una loma al caer la noche José Antonio Montero y María José Prieto en otra de las actividades que ofrece el parador. Estos dos ingenieros forestales que se conocieron en el Madrid de la movida, en la década de los ochenta, decidieron instalarse aquí y hacer realidad su sueño y, en el cambio de siglo, fundaron la primera empresa de aventura y turismo natural de Guadalupe. “El entorno del geoparque es de una diversidad increíble”, indica Montero, uno de los impulsores de la iniciativa que, con la colaboración de todas las entidades locales, logró la protección por parte de la Unesco de los valles y es miembro del comité científico que se dedica a la investigación geológica en la zona. “Contemplando este relieve de tipo apalachense y sabiendo lo que sabemos, el que visita estas serranías no solo viaja al pasado, sino que vislumbra cómo puede ser el futuro”.

Anochece hasta que apenas se distingue nada a dos metros y solo un cielo límpido aparece claro a la vista. María José Prieto, con indecible maña y la ayuda apenas de una linternita, monta el telescopio. “¡Aquella que se ve allí es Vega, la estrella que más brilla durante el verano! ¿Habéis visto alguna vez un cúmulo de estrellas?”. Con su guía, el visitante va paseando por las galaxias, asomándose a verle de cerca esa cara como de tiza a la Luna. “Nos encanta la astronomía. Tratamos, en todo lo que organizamos, de hacer divertida y cercana la ciencia”, explica Prieto, resaltando esa palabra: ciencia.

Jesús, Isabel y Aitor recomiendan

“Mis padres se conocieron en la inauguración de este parador, en 1965, y he crecido aquí. Conozco muy bien la zona y, para todos los que les guste el senderismo y la bici de montaña, recomiendo la ruta de Alfonso XI, que era la que hacía el monarca para llegar hasta Guadalupe: 16 kilómetros a través de valles, pinares y robledales que asombran a cualquier visitante”

Jesús Utrilla

Jefe de Administración 38 años en Paradores

“Aunque soy de Hondarribia (Gipuzkoa), mis hijos ya son guadalupenses. Nuestro paseo favorito es la ruta que se conoce como del Arca del Agua, la construcción hidráulica que realizaron los frailes en el siglo XIV. Es un camino asequible para cualquiera al que le guste el senderismo. El paisaje es precioso y muy relajante”

Isabel Martín

Jefa de Recepción 26 años en Paradores

“Mi tío tenía un picadero cuando yo era pequeño y desde entonces monto a caballo. Por eso recomiendo la ruta a caballo que sube por el río Guadalupejo pasando por varios molinos. La vegetación se va cerrando tanto que te sientes en un bosque de película y, cuando por fin se abre, tienes vistas a la sierra”

Aitor Fenández

Jefe de Mantenimiento 7 años en Paradores

Una máxima que continúa a la mañana siguiente cuando, en el 4x4 de la pareja, da comienzo otra de las actividades que ofrece el parador. El recorrido por el valle se inicia en el mirador de la ermita del Humilladero, erigida en un estilo gótico mudéjar, a semejanza del templete del claustro del monasterio, un tesoro que no hay que dejar de visitar, como los cuadros de Zurbarán que el museo de la capilla atesora. Montero despliega sobre la mesa del merendero su arsenal de materiales y explica profesoralmente qué fósiles pueden encontrarse en estas sierras, las primeras en haber emergido del fondo marino de entre las que conforman la orografía de la península Ibérica: “¿Veis la arena de esta cajita? Aquí hace más de 300 millones de años hubo playas”.

José Antonio Montero enseña fósiles del geoparque de Villuercas-Ibores-Jara junto a la cajita que contiene arena de playa de hace 300 millones de años.
José Antonio Montero enseña fósiles del geoparque de Villuercas-Ibores-Jara junto a la cajita que contiene arena de playa de hace 300 millones de años.Andrea Comas

El siguiente alto en el camino se produce una vez alcanzados los 1.600 metros de la cima del risco de las Villuercas: desde arriba se abarcan cientos de kilómetros a la redonda de un simple vistazo; bosques y verde al norte, la dehesa al sur. “Se ha rehabilitado la carretera y ahora pasa por aquí la Vuelta Ciclista”, cuenta Montero, que hace mucho hincapié en un aspecto: “En todos los pueblos dentro del límite del geoparque la vida continúa. No es un parque temático de la conservación natural, porque entonces la población local no podría seguir habitando aquí. El que venga y se adentre en sus cuevas, sus bosques atlánticos, sus paisajes maravillosos, descubrirá también algo aún más valioso: un lugar genuino y el contacto con sus gentes”.

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CRÉDITOS

Redacción y guion: Alejandro Martín
Coordinación editorial: Francis Pachá
Fotografía: Andrea Comas
Desarrollo: Rodolfo Mata
Diseño: Juan Sánchez
Coordinación diseño: Adolfo Domenech

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