‘Navalny’: el Oscar anti-Putin para un documental mediocre
La película de Daniel Roher, disponible en HBO, era muy inferior a sus rivales aunque demuestra de forma escalofriante cómo fue envenenado el disidente ruso
La guerra contra Vladímir Putin bien merece un Oscar. Solo esto justifica que el documental del canadiense Daniel Roher sobre el disidente ruso Alexéi Navalni, encarcelado desde 2021 en una dura colonia penal, acusado de cualquier cosa, fuese el elegido en la madrugada del lunes frente a rivales tan superiores como La belleza y el dolor, la extraordinaria película de Laura Poitras sobre una de las artistas más importantes de nuestro tiempo, la fotógrafa Nan Goldin, y su lucha contra la codicia empresarial que llevó a la crisis de los opiáceos; Fire of Love, la cautivadora historia de Sara Dosa sobre los enamorados vulcanólogos Katia y Maurice Krafft; All That Breathes, la bonita peripecia de Shaunak Sen sobre dos hermanos que se dedican a salvar milanos en la selva urbana de la ciudad de Delhi; o Una casa hecha de astillas, desgarrador retrato de la vida en un hogar de acogida para niños ucranianos separados de sus padres por la guerra y dirigido por Simon Lereng Wilmont.
Mucho más convencional y mediocre que sus oponentes (los cinematográficos), Navalny contiene todos los defectos de tantos documentales que rellenan los catálogos de las plataformas. Una historia apasionante, sin duda, pero plagada de esos tics de algoritmo que valen lo mismo para hablar de Cambridge Analytica que de Pamela Anderson. Navalny reúne todos los lugares comunes visuales y sonoros que uniformizan el género, ya sea por su pobre y mecánica banda sonora, en su impersonal montaje, en su uso visual de los datos o en esos bustos parlantes en contextos fríos y de cartón piedra. Pese a tener un acceso privilegiado, digno de un reality show, a la vida del protagonista, la película no contagia cercanía ni humanidad, nunca respira verdad, pese a que narra hechos reales.
El retrato de Alexéi Navalni y de su familia, con su esposa, Yulia Navalnaya, y sus dos hijos a la cabeza, resulta robótico, sin alma, quizá porque el propio personaje no da más de sí: en el único momento en el que este abogado y activista no está en acción se concentra en su móvil y en un videojuego. Ni su manera de expresarse, ni sus gestos, ni su indudable coraje, provocan destello alguno, pese a que el documental está hecho para glorificar su valiente lucha contra la corrupción del Gobierno ruso.
Producida por HBO Max y CNN Films, Navalny destaca sobre todo por una secuencia escalofriante en la que se demuestra cómo este popular opositor a Putin fue envenenado con una neurotoxina militar de la familia del Novichok por un grupo especial vinculado al Kremlin. Con elementos de thriller, la película recoge al detalle cómo ocurrió este intento de asesinato y resulta espeluznante, aterrador. Es un contenido bomba, sin duda, pero no lo es la manera de narrarlo ni de contextualizarlo. Es como querer jugar a Misión Imposible con una investigación periodística, esa peligrosa tendencia del periodismo-espectáculo que tanto está contribuyendo a que ya nadie crea en nada. Y por eso el Oscar a este trabajo solo se puede interpretar como un premio geopolítico en el que el género documental se reduce al peso de su temática, aunque sin el respeto cinematográfico que a estas alturas merece.
Navalny
Dirección: Daniel Roher.
Género: documental político. Estados Unidos, 2022.
Duración: 98 minutos.
Plataforma: HBO Max.
Babelia
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