Siete novelas negras y unos cuantos asesinos para leer con el frío
Llega el mejor momento del año para quedarse en casa leyendo y lo celebramos con una selección que va del ‘cosy crime’ al mejor ‘thriller’ de acción, pasando por una serie de apuestas muy particulares
Leer es vivir, pero hay mejores momentos para hacerlo y uno de ellos es el otoño. Los días se acortan, el tiempo invita a quedarse en casa… y así cuantos tópicos quieran. Yo leo todo el año igual, como los buenos contrarrelojistas cuando meten el máximo desarrollo de la bicicleta y no bajan la cadencia del pedaleo, pero esto del otoño me sirve de excusa (ya ocurrió con el verano, la lluvia...) para hablarles de unos cuantos libros.
El criterio de selección podría haber sido otro cualquiera, pero me ha gustado la coincidencia en las librerías de historias que se centran en uno o varios asesinatos. Como hacíamos unas semanas atrás con la selección de novelas extrañas y recomendables, aquí el menú es variopinto: desde una de asesinos profesionales en cura de desintoxicación a un cosy crime, pasando por una con librera muerta y final maligno o un detective peculiar y glotón perdido en Camboya. Como siembre, hay mucho más en el vasto panorama negrocriminal, pero aquí incluyo apuestas personales, leídas y analizadas. Pasen y disfruten.
Asesinos anónimos, Rob Hart (AdN, traducción de Puerto Barruetabeña). Me lo he pasado genial con esta novela. ¿Se puede decir algo mejor? La idea original (una especie de Alcohólicos Anónimos pero con asesinos que quieren dejarlo) es potente, pero se habría quedado en algo gris si no fuera porque Hart la utiliza solo como punto de partida. Mark, uno de los adictos en vías de recuperación, era conocido en su anterior vida como Caballo Pálido, el mejor sicario del mundo. Él sigue teniendo el impulso de matar, era muy bueno, muy profesional, algo parecido a John Wick, al que el autor adora, pero se resiste, acude a los encuentros en el sótano de una iglesia con otros adictos a la muerte, se deja aconsejar por su padrino, sigue el camino recto. Hasta que aparece por su vida un ruso tatuado que intenta matarlo y él, sin mucha pena, vuelve a la vida anterior como única forma de descubrir quién quiere acabar con su vida: ¿algún antiguo enemigo?, ¿la Agencia, organismo estadounidense y de legalidad difusa para la que mataba a gente por todo el mundo? Empieza entonces una carrera desenfrenada por Londres, Singapur y otros escenarios, acompañado de una doctora sin escrúpulos y un gato. Hay varios flashbacks para explicar cómo hemos llegado a esa especie de Asesinos Anónimos, y funcionan: están llenos de acción y de buena literatura de entretenimiento; entiendes, por ejemplo, el origen de Kenji, el padrino de nuestro asesino. Va un ejemplo del nivel. Habitación de un hotel de Singapur, nuestro héroe está acorralado por dos matones, le acompañan la doctora y el gato con los que huyó. Él lo ve así: “Astrid está a tres metros y medio de mí y fuera de la línea de fuego del tío de la pistola. El de la derecha no ha sacado la suya todavía. Los dos están a menos de seis metros de mí. Las cosas no pintan bien para ellos”. ¿Saben dónde está la magia? En hacer que (como ocurre con Jack Reacher, del que hablamos más abajo) este nivel de fanfarronería funcione, un equilibrismo en el que cierto humor no muy desfasado juega su papel. La trama pone cada pieza en su sitio hasta un final muy decente.
Dos cosas que me terminan de convencer. La primera, en un diálogo que es una clase práctica de citas de otras obras, Mark asegura que su película preferida de asesinos es El silencio de un hombre, con Alain Delon. La segunda es cómo se ríe de los thrillers fáciles y cómo, en una novela negra llena de acción y muy rápida, consigue no caer en nada de eso.
Muerte de una librera, Alice Slater (Siruela, traducción de Pablo González-Nuevo). La novela arranca con la narración de una emisión de un podcast de crímenes reales en directo, una especie de fiesta de freaks adictas al crimen, contada por Roache, una de las fans de las archifamosas presentadoras. El podcast, en el que tratan el caso de un asesino en serie sospechosamente parecido al destripador de Yorkshire, sirve para mostrarnos el tono de la novela: un poco desenfadado y muy muy metido en el true crime. La autora da la voz luego a Laura, de la que sabemos dos cosas: es la jefa de Roache en una librería en decadencia y, tal y como indica el prólogo y el título de la novela, algo malo le va a pasar. Posee un carácter perfeccionista y un tanto odioso, anuncio de la malignidad con la que Slater va a tratar a sus personajes y a los lectores. Luego, vemos a Roach a través de los ojos de Laura y empieza el juego en la librería. La alternancia de las dos voces (no siempre diferenciada con suficiente claridad más allá de distintos tiempos verbales) parece agotada justo cuando la autora inserta dos piezas en la maquinaria (un detalle informativo y una subtrama) que relanzan el relato. De fondo, un debate sobre crímenes reales: ¿qué tipo de gente los lee?, ¿son todos como Roach? Ella es, entre otras cosas, una acosadora de libro, ahora bien, todo es más complejo que eso. La relación se va enturbiando al mismo ritmo que sus vidas. Laura es una víctima, una doble víctima quizás, pero todavía no lo sabe. El ritmo se acelera mucho y muy bien en la parte final. Tiemblo cuando se acercan las últimas páginas y el peligro de que todo desbarre crece. Pero el final no es para nada reparador y me parece de los más originales que he leído últimamente, con lo que mejora un conjunto ya de por sí bastante aceptable.
Cómo sobrevivir a tu propio asesinato, Kristen Perrin (Salamandra, traducción de Patricia Antón de Vez). Annie Adams, narradora de este cosy crime, tiene 25 años, se ha quedado sin empleo y vive en la casa de su madre, una pintora inmersa en un lento declive. Annie quiere ser escritora de novelas de misterio, hasta el momento sin mucha fortuna, y la muerte de su tía Frances, una millonaria excéntrica que de joven recibió un terrible augurio por parte de una pitonisa (no se preocupen, estamos en las primeras 30 páginas), le da la excusa y el impulso definitivos. Ella acude a la lectura del testamento, junto a un variopinto grupo de personajes que han poblado la vida de la finada y cada uno con sus intereses particulares en el asunto y, cómo no, cada uno también sospechoso a su manera. Tiene el tipo de humor que se alimenta de una mirada inteligente más que de gracias descacharrantes, y muchas más capas de las que podía parecer. “Siempre he sabido que algo no marchaba bien en Castle Knoll, y que los secretos que ocultan las grietas de nuestras calles, los muros de nuestra iglesia e incluso los de mi propia casa nos están pudriendo hasta la médula”, cuenta Frances en su testamento, un documento que viene con varias sorpresas y a partir de cuya lectura, al final del primer tercio de la novela, la historia se lanza.
Resulta divertido el homenaje al género, sobre todo a las series más clásicas. El final es coherente con el relato y con alguna sorpresa que no queda mal. Eso sí, hablamos de un cosy crime en primera persona con todos los ingredientes del estilo de moda (incluidas grandes casas en la campiña, jardineros sospechosos y un maravilloso gusto por el buen material de cocina). Es decir: absténganse amantes de la parte más oscura de la novela negra.
Una repentina ola de asesinatos en Camboya, Shamini Flint (Amok, traducción de Marta Vázquez). El título encaja a la perfección en este artículo pero, además, no deja de ser paradójico dada la historia reciente de ese país. Me encanta cómo está trabajando esta editorial la aproximación a novelas negras de esa zona del mundo. En este caso nos encontramos con la cuarta entrega de las aventuras de Singh, un policía sij de Singapur amante de la buena vida, problemático pero tranquilo, al que los jefes se quitan de encima y mandan a Camboya como observador de los juicios contra los asesinos del Jemer Rojo, esbirros de Pol Pot. Cuenta la novela un contexto complicado, lleno de dolor e ignominia, pero lo hace de forma amena y a través de los personajes. Sinhg no sabe estarse quieto y mientras trata de encontrar comida decente que calme su hambre voraz y sus veleidades de gourmet en un país pobre y con poca tradición culinaria se encuentra sumido en una investigación por asesinato. Más bien, por 10 asesinatos: alguien se está tomando la justicia por su mano y está matando a los líderes del Jemer Rojo que retornaron a la vida normal y se ocultaron después de participar en una de las peores masacres de la historia del siglo XX. Pero entonces muere un testigo incómodo en el juicio (superviviente de los campos de la muerte de Pol Pot) y todo cambia. La trama tiene algunos buenos secundarios, entre los que destaca la terca, entrometida y sarcástica agente Chhean. Meter humor en este contexto y hacerlo de forma sutil y respetuosa es solo otra de las virtudes de Flint. En un momento dado, ajeno por completo a la investigación pero muy relacionado con el gusto por los placeres de la vida del protagonista, descubrimos que el plato nacional del país se llama Amok krei. Una feliz serendipia literaria. El desarrollo de la trama en la última parte y el final están a la altura de la calidad general de esta buena novela negra, una mezcla inteligente de lo mejor del género clásico y un personaje irreverente. Esperamos las próximas aventuras de Singh.
Todo pueblo es cicatriz, Hiram Ruvalcaba (Literatura Random House). Esta es la parte no lúdica de este artículo. Llega aquí la apuesta más intensa de la selección, que nos sirve además para resaltar un tipo de literatura en español valiente, joven y distinta que está llegando a las librerías gracias a El mapa de las lenguas, colección en la que se inscribe. Jalisco como terreno inhóspito, fábrica de cadáveres. Ese es el escenario en el que Ruvalcaba inscribe estas tres historias de violencia y muerte, recorridas por el espíritu de Juan Rulfo y con una prosa precisa y factual con la que nos envuelve en un relato en el que es fácil olvidar que se trata de una novela. No hay misterio alguno sobre el asesino, los asesinos, aquí, sino una biografía de un sitio arrasado por la violencia: no se trata de quién, casi tampoco de cómo, sino de por qué. Violencia contra las mujeres (Rocío, asesinada y sepultada a medias en su salón es uno de los vectores del relato), violencia entre asesinos, violencia contra ciudadanos… un infierno de asesinos. “Estamos vivos. Y quizás vivir sea el último perdón y la última venganza”, dice el protagonista/autor casi al final. Intenta Ruvalcaba poner luminosidad a las últimas páginas, contrastarlas con una realidad que no oculta y aplasta, contra el hecho de que los tres asesinatos de Todo pueblo es cicatriz, los que marcaron su vida, no serían hoy ni un triste pie breve en la presa de Jalisco. El día que escribía las últimas páginas, 10 personas morían asesinadas en su ciudad. Igual fueron más o alguna menos, pero esa es la media diaria. Estremece y hace todavía más necesario un libro así. Y el grito final.
Oblígame, Lee Child (Blatt&Rios, traducción de Aldo Giacometti). Una nota antes de empezar: lo he escuchado en audiolibro, con narración de Carlos Calvo y es un libro ideal para este formato. Aquí hay un montón de muertos, como cada vez que Jack Reacher se pone en marcha. En esta ocasión ha llegado al pueblo Mother’s rest (El descanso de una madre) simplemente porque le atraía el nombre. Así se maneja esta especie de vagabundo samurái, ex policía militar y protagonista de una de las series de novela negra más peculiares y exitosas de las últimas décadas. Hay algunos tomos paradigmáticos (como Escuela nocturna, la vigésimo primera de la serie, o uno de los relatos de Noche caliente) si lo que quieren es conocer su historia pero, de lo contrario, se pueden leer en el orden que quieran. En esta ocasión existe algo en el pueblo que no funciona, que no le cuadra, y la presencia de una mujer, antigua agente del FBI, que ahora es detective y que no sabe dónde está su compañero lo confirma. “Estás loco”, le dice Chang, la nueva y siempre provisional compañera de aventuras a Reacher. “Puede”, contesta él, “o estoy a la altura de las circunstancias; pero recuerda que fue el Tío Sam quien me hizo así”. Ese es el tono de este héroe improbable y adictivo, que poco después de ese diálogo desarma a dos paletos en medio de una carretera de dos patadas y tres guantazos. Tardan en salir los muertos en esta ocasión, o quizás estaban ahí agazapados desde el principio, porque tarda más en haber acción. Sin embargo, es una de las tramas más profundas y mejor hiladas de la larga trayectoria de Lee Child, y el misterio que encierra a través de ese pueblo y una nota que habla de 200 muertos es de alto nivel. Al final viene la clásica algarada multitudinaria llena de tiros y muertos, pero la sorpresa que guarda este pueblo supone uno de los mejores finales de la serie. Un aviso: no se dejen guiar por las películas con Tom Cruise de protagonista, los libros tienen más niveles y matices.
El tiempo de las fieras, Víctor del Árbol (Destino). Tres años después de la trama de Nada en esta tierra recuperamos a los personajes de aquella novela en la que todo salta por los aires. Cada uno se encuentra en una situación compleja, recomponiéndose tras aquel final o, en más de un caso, terminando de caer. Sin embargo, no hace falta que lean la anterior para que disfruten de esta. Un atropello con fuga que le toca investigar a el Gordo Soria en su destierro en Lanzarote (qué gran personaje ha creado aquí Del Árbol) desencadena una trama criminal de gran envergadura. Lo acompañan un policía retirado (Julián Leal, al borde de la muerte por cáncer), Virginia Ortiz (personaje lleno de dobleces, que abandona la policía para dirigir el imperio de su padre) y otros personajes bien cuidados. No nos podemos dejar al peculiar sicario, cuyo nombre desconocemos, que el autor ya incluyó en la primera novela: un tipo que habla en primera persona, que es el que más muertos pone encima de la mesa (pero no el único, claro) y que se convierte en el verdadero misterio de la serie. Policial bien estructurado con las gotas justas de drama y denuncia para una novela cien por cien Víctor del Árbol.
Babelia
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