Toni Hill, escritor: “Quería huir del psicópata que mata mujeres. Ya está bien”
El autor barcelonés retrata en ‘El último verdugo’ a un asesino en serie muy particular, un personaje con el que consigue dar un giro de calidad al ‘thriller’ como gran género de verano
Toni Hill (Barcelona, 57 años) es un concienzudo turista de la novela negra. Desde que inició su carrera con el éxito internacional de El verano de los juguetes muertos (2011), protagonizado por el mosso Héctor Salgado, el autor ha probado, por ejemplo, con la ambientación gótica en Los Ángeles de Hielo (2017) o el misterio con algún juego sobrenatural en El oscuro adiós de Teresa Lanza (2021). Sin embargo, le ha llevado un tiempo acometer su viaje más esperado: al thriller con psicópata, género al que da la vuelta con éxito en El último verdugo (Grijalbo).
“Llevaba tiempo pensándolo, pero no se me ocurría el enfoque, algo que no fuera una repetición de esquemas ya vistos. Me costó decidirme. Es un subgénero que no está especialmente bien visto: o haces algo que merezca la pena o terminas haciendo un telefilme de las cuatro de la tarde, y de esos hay muchos”, comenta el autor por teléfono desde algún punto de Portugal, ante la niebla de una mañana de jueves, con la playa al fondo. “Es un lugar fuera del mundo pero lleno de coches”, comenta con sorna.
El último verdugo es la historia de un asesino en serie, Thomas Bronte, que mata por motivos muy concretos y con un método muy salvaje: el garrote vil, artilugio de muerte que desencadenó el proceso creativo de Hill. “Fue el detonante. Por casualidad me encuentro con la biografía de Nicomedes Méndez [verdugo que ejerció en Barcelona y perfeccionó la capacidad asesina del artilugio] y se me abrió un mundo. Es un instrumento muy nuestro, que me resulta muy desagradable, que me impone mucho, un instrumento asociado con tipos sórdidos y que yo pongo con un tipo que es todo lo contrario”.
Bronte es, en efecto, un señor peculiar: británico afincado en Barcelona, es experto en arte, sofisticado, un hombre que mantiene con un punto de indiferencia dandi un círculo social interesante y rico y que mata de forma brutal a gente que considera que se lo merece. Le gusta provocar y se define sobre todo por una amoralidad que lo acerca más a Thomas Ripley que a Hannibal Lecter. “No había líneas rojas, pero quería huir del psicópata que mata mujeres. Ya está bien”, explica Hill. “Quería crear un psicópata con el que pudiera empatizar. No podía ser un policial al uso”. Y en ese juego con la empatía hacia el monstruo hay un riesgo que el autor, confiesa, asume encantado.
El lector sabe desde el principio quién es el asesino, lo que multiplica el valor de Lena Mayoral, una psicóloga criminalística que trata de llegar al porqué, un personaje lleno de matices que crece hasta convertirse por momentos en la protagonista. “Frente al monstruo, quería a una persona muy normal, que se alejara de las policías de última hornada, guais, herederas de Lisbeth Salander: quería a la típica chica normal y corriente pero que tuviera su propia historia y que además no fuera perfecta, educada en valores muy del siglo pasado (competitividad contigo misma, mucha exigencia, etc.), una persona a la que no es fácil querer, o esa es la sensación que ella tiene. Es la antítesis de la frivolidad”.
Hill ha ido marcando su camino literario con ciertos aspectos reconocibles a lo largo de sus siete novelas. Aquí, por ejemplo, Bronte está marcado por hechos traumáticos ocurridos en su infancia, como les pasaba a los protagonistas de Tigres de cristal (2018). “Es una manera de explicar a un personaje. La infancia es cuando recibes tus primeras sensaciones sobre el mundo, si te quiere o no. Todos nos acordamos, no de cosas concretas, pero sí de las sensaciones”.
Orgulloso de haber pasado de “traductor que escribe a escritor que traduce”, Hill ve muchas virtudes, más allá de la tranquilidad a final de mes, a su trabajo de traslación de novelas del inglés al español. “Te da una disciplina para ponerte delante del ordenador y producir un número de páginas. Eso no se puede aplicar igual en la escritura, pero te ayuda a no levantarte cada cinco minutos de la silla. Y te proporciona también ese gusto por la depuración de la lengua. En una traducción tienes que asumir que nunca vas a hacer lo mismo: el resultado final se tiene que parecer mucho, pero las piezas son distintas”.
Parece que se vende un tipo de thriller que no es el mío, no es mi tono y pensé: igual me he quedado atrás
En un contexto cada vez más competitivo, El último verdugo se ha convertido en uno de los thrillers del verano. Preguntado por el estado de la cuestión, el autor de Los amantes de Hiroshima ve “gente que está haciendo las cosas muy bien” en la novela negra y cree que se han ido perdiendo los complejos, aunque, como en cualquier género expuesto y explotado, “la calidad suba y baje”. Sin embargo, a Hill le ha sorprendido el éxito del libro: “Parece que se vende un tipo de thriller que no es el mío, no es mi tono y pensé: igual me he quedado atrás”.
No es la primera vez que el éxito le pilla por sorpresa. En 2011 era un traductor que siempre había querido escribir, con algunas historias en el cajón y una idea: poner Barcelona de nuevo en el centro de la narrativa negrocriminal. De ahí surge el sorprendente periplo de El verano de los juguetes muertos: “Fue como una cosa de las que no te crees: cuando conoces el mundo editorial desde dentro sabes que pasa poquísimo. ¡Fue tan exagerado! Era muy fácil que todo acabara ahí. Era un policial en Barcelona, en 2010, con la ciudad de moda, surgió en el momento, y era un personaje que funcionaba porque la gente lo siguió… pero se publicaba directamente en bolsillo: iba a ser el libro típico de Carrefour. Entonces lo entrego, me pagan, poco, y al tiempo vuelven con siete traducciones compradas de la feria de Turín. Luego fueron 19. Daba un vértigo enorme”. Paradojas del triunfo, sobre todo cuando es inopinado: puede traer tantas alegrías como preocupaciones.
A su primer superventas le siguieron otras dos novelas con las que cerró esa trilogía, su experimento netamente policial. Pero ahí permanecían las inseguridades: “Me daba miedo que mi carrera acabara al terminar Salgado. No quería hacer solo policiales: el género tiene muchas más aristas para explorar. Quería ir abriendo mi mundo”. Ahora tiene en mente una incursión en el thriller histórico, tan en boga, aunque también le encantaría escribir terror —“pero es dificilísimo”— y, para completar las opciones, ha dejado abiertos los caminos de los protagonistas de El último verdugo. Solo queda por determinar cuál será la próxima parada del viaje de Toni Hill por los amplios parajes de la novela negra.
Babelia
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