Los habitantes del pueblo
Una muestra en el Museo ICO visita los poblados de colonización como lo que fueron, un laboratorio para las artes y los oficios, y como lo que son hoy: el hogar de quienes lo habitan
W. Eugene Smith tenía 20 años cuando comenzó a trabajar para la revista Newsweek. En 1951, cuando tenía 32, ya era uno de los mejores fotógrafos de prensa del mundo. Fue entonces cuando otra revista, Life, le encargó un reportaje que haría montar en cólera a los dirigentes franquistas. Spanish Village retrataba la pobreza de un pueblo extremeño, Deleitosa, junto al parque de Monfragüe. Y el régimen franquista, indignado por la imagen de miseria que mostraba, envió a Life icónicas fotografías de Kindel (Joaquín del Palacio) de los pueblos de Vegaviana o Esquivel. Esas imágenes retrataban pueblos idílicos, de aspecto democrático y vernáculo, a la vez populares y de una sobriedad moderna. ¿Dónde estaban esos pueblos? ¿Cuándo habían sido construidos?
Entre mediados de 1940 y principios de 1970, es decir, durante el franquismo, se construyeron en España 300 pueblos ex novo. Esos poblados de colonización dieron casa a 60.000 familias que, hasta ese momento, habían vivido en condiciones precarias. Se trataba en realidad de proteger a la vez el campo y a las personas. El Instituto Nacional de Colonización fue creado por el Ministerio de Agricultura en 1939 para ampliar la superficie de terreno cultivable —convirtiendo zonas improductivas en regadíos— y, al mismo tiempo como medida para detener el gran éxodo del campo a la ciudad que ya dibujaba las grandes urbes españolas.
La muestra Pueblos de Colonización, miradas a un paisaje inventado, del Museo ICO de Madrid, cuenta esa historia. Explica lo que hizo posible esa iniciativa y visita la actualidad de 200 de esos pueblos hoy. Son sus habitantes, los colonos, los que han ido redibujando, rescatando y, también, respetando los pueblos, asociando su identidad al lugar. Pero, ¿qué hizo posible su construcción?
El arquitecto José Tamés Alarcón, que dirigió el Instituto Nacional de Colonización, cuajó un equipo de proyectistas jóvenes, como Carlos Arniches, José Luis Fernández del Amo, Alejandro de la Sota, José Antonio Corrales, Antonio Fernández Alba, José Borobio, Carlos Sobrini o Fernando de Terán, que supieron combinar depuración moderna y arquitectura tradicional. El tamaño de las viviendas era mínimo, pero las exigencias de habitabilidad, ventilación y soleamiento fueron escrupulosamente respetadas. Así, todos los pueblos hablaban un lenguaje común, pero cada uno de ellos era distinto. El mundo vernáculo aportaba conocimiento y la modernidad, experimentación. Incluso vanguardia: las iglesias se convirtieron en espacios para el arte donde, algo insólito para la época, escultores y pintores como Juana Francés, Manuel Millares, Menchu Gal, Carmen Perujo, Pablo Serrano o Flora Macedonsky idearon altares, vidrieras, cerámicas, y objetos litúrgicos de motivos abstractos.
La exposición, comisariada por los arquitectos Ana Amado y Andrés Patiño, que puede verse hasta el 12 de mayo, expone esa memoria, las míticas fotografías de Kindel e incluso el reportaje de Eugene Smith. Contrasta esas dos realidades. Pero además enmarca la arquitectura entre las icónicas imágenes de la época y la realidad de hoy. Las fotografías actuales, de más de 45 pueblos, formaron parte del libro Habitar el agua que Amado y Patiño publicaron en 2020 tras vivir en uno de estos pueblos, Vegaviana, y conocer a sus habitantes. Ha sido de su mano, a partir de sus recuerdos tanto como de los planos y las ideas arquitectónicas, como los comisarios han tratado de revisitar estos lugares y reconstruir su memoria. Las voces, las labores y el día a día de los colonos es lo que da sentido a una arquitectura modélica, cambiante, que nació para ayudar a subsistir y hoy parece un sueño utópico.
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