Existe un mundo mejor, pero es más caro
La novela ‘Fortuna’, de Hernán Díaz, evoca la construcción de Nueva York como marco de la multiplicación de las fortunas que actúan como telón de fondo de la narración
A muchos lectores de suplementos literarios no les diré nada nuevo si les recuerdo que Fortuna (Anagrama), la segunda novela del argentino criado en Suecia y asentado en Estados Unidos Hernán Díaz, es un libro que sintetiza el mundo. No el de la Nueva York y la Suiza de principios de siglo, es el mundo en su esencia –el de prosperar o morir- lo que protagoniza esta novela galardonada con el Pulitzer de Ficción de 2023. Estaba también en la lista de recomendaciones del expresidente Obama (¿imaginan la fantasía de un juicio literario influyente y creíble a manos de un presidente del Gobierno español?) y numerosísimas reseñas laudatorias ya se encargaron de anunciar la extraña noticia de su aparición. Estoy aquí, por lo tanto, solo para recordar su existencia. Confío en que, oportunamente, al comienzo de agosto. Y como obliga esta sección del periódico, en parte por su relación con la arquitectura ―de la ciudad de Nueva York― pero, sobre todo, por su profunda vinculación con la construcción: de una fortuna, de una reputación, de una verdad, o de una mentira, de una vida o de lo que aprendemos, como la historia. Esa parte, la construcción de la historia, es particularmente relevante ahora que películas y libros han reconstruido la verdadera historia, más culpable que magnánima, de una de las mayores familias de filántropos, los Sackler.
Desde sus múltiples ángulos, esta novela plantea eso: qué es construible en el mundo y durante la vida. Y las consecuencias de esa elección. No hay elección sin consecuencias.
Así, Fortuna, que en inglés se titula Trust y está traducida por Javier Calvo, es una novela descomunal, es decir, es una y muchas a la vez. Tiene, como poco, varios puntos de vista. No como las novelas corales, narradas en primera persona desde varias voces, sino más bien como cualquier situación en la que consultar una sola fuente conduce, irremediablemente, a la ceguera.
Fortuna arranca en modo Henry James: un relato psicológico de un ámbito privilegiado y culto, tal vez hoy en día anacrónico en las formas. Manipula al lector para revelarle la construcción de ese relato: la fortuna de una familia. Así le muestra la vida en la calle Pearl, la 87 East o la calle 53 de Manhattan –donde la mansión de los Vanderbilt se convierte en la reputada escuela de música Julliard-. Y también en Suiza: la lejanía para la cura de los poderosos, ilustrando cómo la salud y el decoro debían ir de la mano.
El texto de Díaz no tarda en acercar al lector hasta revelarle la arquitectura de la novela: no tanto lo no hablado como las notas internas que toma un escritor para fortalecer un relato; hacer dudar al lector o darle la vuelta a un personaje. Esa cercanía es un regalo. También una manipulación. Estamos pagando el precio de leer en andamios por acercarnos a una verdad. O no. La construcción del relato y la verdad se dibujan ya en paralelo. Indistinguibles.
La urgencia de prosperar o morir en un lado, la necesidad de mantener una ideología por encima de la realidad, en el otro. Y la brutalidad de pagar la reconstrucción de la historia con filantropía hacen odiar la historia y los museos. Las obras de arte es imposible odiarlas, aunque conviene tomar conciencia de lo costosísimo que resulta producirlas.
En Fortuna, la naturaleza ultramundana de la riqueza: “La fría exaltación del lujo. No me limité a verla; la sentí. Y me encantó”. Vive en paralelo a la ideología: “Cuando nos despertamos por la mañana estamos intercambiando descanso por beneficios. Cuando nos acostamos por las noches renunciamos a unas horas potencialmente provechosas para renovar nuestras fuerzas” o “La causa de mi padre es su único lujo. Y de su sacrificio viene su arrogancia”. Como ven, nadie sale bien parado en este relato porque no hay pensamiento perfecto. “Que mis necesidades, deseos y ansias puedan reflejar los tuyos no significa que compartamos una meta. Significa únicamente que tenemos la misma meta. Es una diferencia clave. Solo cooperaré contigo en la medida en que sirva a mis propósitos”.
Pero más allá de la construcción de un relato con apropiación masculina (también tiene eso): “Con el paso de los años, tanto en el trabajo como en mi vida personal, ha habido muchos hombres que me han repetido mis ideas como si fueran de ellos”, y más allá de esa forma parasitaria de reescribir la realidad, en Fortuna se trata la dimensión psicológica de la arquitectura:
“Habían pasado un par de semanas y todavía era una visitante en mi propio apartamento”.
“La casa daba miedo. La suciedad había alcanzado un nivel peligroso e irreversible. Olía a locura”.
La conclusión podría ser que “Más que a un bloque de granito, la riqueza se parece a una cuenca fluvial con muchos afluentes y ramales”. O “Dios es la respuesta menos interesante a las preguntas más interesantes”. Eso, los restos, no tienen apenas que ver con el argumento. Demuestran la generosidad de un escritor que lo da todo evitando ahogar su novela. Por eso hay una idea final más bonita: “Esa música donde siempre sabes lo que viene a continuación: lo puedes escuchar por adelantado”, resume el eterno retorno de las artes. Alerta de que “la negación es una forma de confirmación” y enseña a leer la arquitectura como marco para demostrar poder, derrota, ambición o subversión. Vaya manera consciente, generosa y responsable de escribir. Desde aquí les deseo buena lectura y buen verano.
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