Por qué la gente no entra en los museos
El sociólogo Eric Klinenberg, autor del ensayo ‘Palacios del pueblo’, defiende que sin espacios compartidos la distancia social se agranda y que los museos no siempre buscan nuevos visitantes
El sociólogo Eric Klinenberg (Chicago, 51 años), autor de, entre otros ensayos, el reciente Palacios del pueblo (Capitán Swing), defiende que las plazas y los lugares de encuentro son tan fundamentales para el bienestar, el civismo, el progreso, la paz y la convivencia como las carreteras o las cloacas. Poner un lugar que se consideraba hasta hace poco “embellecedor” a la altura de infraestructuras urbanas que deciden la salud de una ciudad delata otra manera de mirar. Y de interpretar.
Desde esa perspectiva personal, Klinenberg, que es profesor en la Universidad de Nueva York, sostiene que Estados Unidos nunca fue la tierra de las oportunidades. “Nunca para todos. Es un mito que América se dice a sí misma. Muchos datos revelan que hay mucha menos movilidad social en EE UU que en muchos países europeos”, cuenta a EL PAÍS por teléfono.
Con esa mirada, Klinenberg explica que uno de los problemas de los espacios públicos urbanos, y no hablemos de los interiores, es que “la gente no sabe que puede entrar, o no se les pasa por la cabeza o temen hacerlo“.
—¿No está hablando de otra época? Ahora, en Occidente, parece haber más reivindicación que temor.
“Se ve en los museos”, responde. “Los museos desarrollan estrategias para atraer a otras poblaciones y aún así mucha gente sigue sin visitarlos. El problema no son las galerías de ahora, sino su historia de exclusividad. Están llenos de gestos que indican quién es bien recibido y quién no. No son barreras físicas, son sutilezas: los vigilantes te miran de cierta manera, los textos están escritos en un determinado lenguaje, la cafetería tiene precios elevados. Todo eso dibuja un modelo de ciudad. Y, con sutileza, indica para quién es ese espacio. Y para quién no”.
¿Qué tendrían que hacer los museos para interesar a todo el mundo? El que fuera director de la National Gallery londinense sostenía que los museos eran para quien quería aprender o disfrutar del arte, no para quien quiere distraerse.
Claro, el problema es no querer aprender. Uno no va a la universidad a reírse. Y en Europa en las mejores tienen que hacer numerus clausus porque mucha gente cree que allí se aprende. Los museos fallan al comunicarse con el resto del mundo. No es un lugar de culto, es un espacio para aprender.
¿Qué tendrían que hacer los museos para comunicarse mejor?: “Ser claros, didácticos y hacerte sentir bien por aprender. No mal por no saber”.
Klinenberg opina también que la Ciudad de los 15 minutos, el barrio donde hay de todo, no es nada nuevo. Recuerda que hace cincuenta años, Jane Jacobs defendió los vecindarios pequeños con comercios pequeños. “No vio la llegada de los grandes monopolios. Hoy, lo que era su distrito, el Village, está lleno de pequeños comercios pertenecientes a cadenas internacionales. Son pequeños, pero globales. Por lo tanto el problema no era solo el tamaño. Además, ¿sabe qué? Han sido abandonados porque entre la recesión y la covid muchos murieron. Cerraron”.
Lo que diferencia el pensamiento de Klinenberg de las ideas de Jacobs es que cree que, además de apoyar los pequeños comercios, el Gobierno tiene que actuar, implicarse, construir más espacio público. “Y el espacio público son tanto las bibliotecas como los parques. Yo creo en las aceras tanto como en los museos para un objetivo de convivencia. Defiendo, como Jacobs, la vida cívica espontánea, pero no estamos de acuerdo en que el papel del mercado pueda competir con el del Estado”, apunta. Para Klinenberg es el Estado el que debe responsabilizarse de crear lugares de convivencia.
Con todo, es optimista. Cree que hay cuestiones radicales, como la expulsión del coche, que están transformando las ciudades a favor de los ciudadanos.
Babelia
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