El mejor cine español vuelve al campo
‘Suro’, ópera prima del vasco Mikel Gurrea, sorprende en el concurso del festival de San Sebastián con su acercamiento a los conflictos sociales y de pareja a través de una finca de alcornoques
Cada vez son más las películas españolas que vuelven a mirar al campo y a un mundo rural que, como la propia sociedad, ha sido cada vez más ajena a él. A partir de los años ochenta, el cine y sus creadores se volvieron más urbanitas y, en esa luna de miel con la taquilla que fueron los noventa, al público tampoco le interesaban especialmente los problemas que llegaban de los cada vez más remotos pueblos. ¿A quién le importaba la diferencia entre una acacia y un álamo? Pese a eso, la dicotomía campo-ciudad permaneció latente; el cine de Pedro Almodóvar es un claro reflejo de esta tensión cultural, pero es ahora cuando una nueva generación de cineastas vuelve a la tierra y a los orígenes en busca de historias que expliquen los profundos cambios del presente.
Películas como Alcarrás, de Carla Simón, o As bestas, de Rodrigo Sorogoyen, son dos ejemplos de un interés creciente por los dramas asociados a los conflictos de un entorno sumido en los dilemas morales que encierran los cambios de la sociedad actual. La tierra, en su faceta más folklórica y fantástica, también está presente en otros dos filmes incluidos en la programación de San Sebastián: El agua, de Elena López Riera, y Secaderos, de Rocío Mesa. La ciudad, como dice uno de los personajes de Suro, ópera prima de Mikel Gurrea que ha sorprendido en el concurso de San Sebastián, ya solo es un lugar para turistas.
Suro (corcho en catalán) gira alrededor de una pareja joven que decide dejar Barcelona para instalarse a vivir en una vieja masía para reconstruirla y explotar de paso el bosque de alcornoques que la rodea. Ella está embarazada y sueña con una rehabilitación de revista de arquitectura y una piscina. Él parece más interesado en que el campo no sea una extensión de la vida que dejan atrás.
La película, tensa, oscura y muy sólida, sin innecesarios subrayados, llena de buenas elipsis, se centra en gran medida en la recogida del corcho de los alcornoques, una labor que se convierte en un campo de batalla social, racial y, también, de pareja. Los trabajadores del pueblo, el cacique de turno y los inmigrantes marroquíes, que tendrán un papel clave, son el telón de fondo de un paisaje bucólico más cercano al infierno que al paraíso. El fuego, por cierto, será una amenaza tan real como metafórica.
Escrita y dirigida por Gurrea, nacido en San Sebastián en 1985, Suro está interpretada en sus papeles principales por la actriz Vicky Luengo y el actor Pol López, quienes, junto a un elenco de intérpretes en su mayoría naturales, mantienen un pulso de poder perfectamente graduado a lo largo de la película. No se trata de quererse o no. Se trata de quién de los dos impone su forma de ver el mundo. Ella es la heredera de la finca y él es un hombre que se quiere implicar con sus propias manos en ese proyecto de nueva vida y hogar. Ella es pragmática mientras él defiende un trabajo en cooperativa, aunque no le quede otra que asumir a la vez el papel de patrón. Aun así, Suro no es una película de buenos y malos, sino de personas reales con las contradicciones de peso que arrastra cualquiera.
Otro de sus aspectos más interesantes es la descripción de cómo se saca la corteza de los alcornoques para fabricar el corcho. Una idea que conecta este filme con una tradición de películas sobre el trabajo tan intensas y violentas como Casta invencible (1971), de Paul Newman sobre una familia de leñadores de Oregón que se niegan a secundar una huelga enfrentándose ellos solos con el sindicato de su gremio. En aquella, Newman se detenía de forma obsesiva en las tareas del talado de los árboles y aquí Gurrea demuestra con un rigor inusual que también le importa la naturaleza de ese trabajo. Es curioso que en ambos filmes, con todas las distancias obvias, sea tan crucial un trozo de carne rebanada.
Babelia
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