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Café Perec
Columna
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Si un hombre de Marte

Estamos en 2024 y se sigue sospechando que el ‘quid’ de la cuestión está en que no hay quién sepa dónde está la línea divisoria entre la tontería y la inteligencia

Uno de los autómatas del Museu dels Autòmats del Tibidabo.
Uno de los autómatas del Museu dels Autòmats del Tibidabo.Europa Press
Enrique Vila-Matas

La primera vez que di con el concepto de inteligencia artificial (IA) fue en los ochenta, en los diarios de Monterroso. He buscado en La letra E, donde reunió sus diarios, y he visto que nombró a la IA a finales de septiembre de 1984. Así que cuarenta años exactos han pasado desde entonces y, aunque detesto los números redondos, no por ello voy a privar a los lectores de lo que anotó Monterroso en su diario: “Hacia 1950-1955, la inteligencia mecanizada parecía estar ya a tiro de piedra: lo malo era que por cada estorbo que se dejaba atrás aparecía siempre otro nuevo cerrando el paso a la creación efectiva de una autentica máquina de pensar. ¿Había una razón profunda para esa inacabable y misteriosa esquividad de la meta?”.

Estamos en 2024 y continúa habiendo estorbos en el camino y se sigue sospechando que el quid de la cuestión está en que no hay quién sepa dónde está la línea divisoria entre la tontería y la inteligencia. Lo que sí sabemos es que hay ciertas capacidades humanas que son características de la inteligencia. Todas ellas aparecen en una lista que manejaba Monterroso y tan solo una de esas capacidades —la de “hallar sentido en mensajes ambiguos o contradictorios”— acusa el paso del tiempo ya que, como decía Juan Tallón el viernes en Málaga, todo se está volviendo tan extraño que lo extraño se está convirtiendo en lo común.

Ha habido un vuelco en la valoración de lo insólito y lo corriente y, dado que, con la reciente hegemonía de lo extraño, aumentan los mensajes, no ambiguos, sino rasos y directamente sin sentido, la pregunta que deberíamos formularnos es cómo hará la IA para detectar estos cambios tan sensibles en una de las capacidades humanas hasta ahora más características de la inteligencia.

Es más, y yendo algo más lejos, ¿sabrá captar la IA que, junto a esas modificaciones que han creado sinsentidos completos, se han puesto de moda los discípulos de Pirrón, aquel fundador del escepticismo que dijo muy pocas cosas dos siglos antes de Cristo, pero una ha atravesado el tiempo?: “Lo importante no es aceptar algún tipo de filosofía, sino vivir sin creencias, lo cual llevará razonablemente a la felicidad”. Y obsérvese que una reciente frase de Albert Serra, el cineasta triunfador en San Sebastián, parece también viajar por la órbita de Pirrón: “No me interesan las causas, ni la ideología, solo el cine”.

Antes del cine y de la literatura, tuve a una soterrada IA frente a mí, se ocultaba en las muñecas mecánicas del parque del Tibidabo, de Barcelona. Una de ellas era toda una “máquina del destino” que, a través de la gitana autómata que echaba las cartas, te escupía por una ranura un papelillo con la historia futura de tu vida.

La primera vez que la gitana me envió el papelito era septiembre de 1954 y la inteligencia mecanizada parecía estar ya a tiro de piedra. Según Cirlot, le habría bastado a un hombre de Marte con ver a uno solo de nuestros muñecos mecánicos para comprender lo que es el hombre y el sentido de su cultura desde los monumentos megalíticos hasta las utopías políticas.

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