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OBITUARIO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

John Mayall, el genio del blues que dejaba brillar (y volar) a los demás

El músico inglés, muerto a los 90 años, tuvo una influencia enorme en la escena musical de los años sesenta. Y era único como cazatalentos: desde sus Bluesbreakers catapultó a Eric Clapton, Peter Green y Mick Taylor

John Mayall
Los Bluesbreakers, en Londres en 1966. Desde la izquierda: John Mayall, Hughie Flint, Eric Clapton y John McVie.Michael Ochs Archives
Ricardo de Querol

Es muy inglés todo, muy propio de los sesenta. Un blanco haciendo blues de Chicago y del Misisipi desde niño, una sucesión de guitarristas deslumbrantes, una carrera longeva y una influencia enorme en lo que se estaba cociendo entonces en Londres. John Mayall, fallecido el pasado lunes a los 90 años, es considerado el padrino del blues británico, y quizá lo sea de todo el blues blanco. Fue una figura clave del Swinging London, y después en el Laurel Canyon californiano, pero él no se situaba en el centro de los focos. Supo rodearse de otros genios y dejarlos brillar.

La huella del blues que él y otros pocos habían llevado a las islas británicas, cuando el género estaba en cierto declive en EE UU, fue decisiva en aquel ambiente bullicioso de donde surgieron los Rolling Stones, Animals, Yardbirds o algo después Led Zeppelin y Ten Years After. La llamada Invasión Británica, el desembarco de esas bandas al otro lado del Atlántico en la estela de los Beatles, dio un giro a la historia del género. Esos sonidos, nacidos de las plantaciones del Delta del Misisipi, habían hecho un largo viaje transoceánico de ida y vuelta que sirvió para que el público blanco norteamericano redescubriera a los auténticos maestros: Muddy Waters, BB King, Albert King o John Lee Hooker. Y para que surgieran allí más artistas (blancos) que alardeaban de esa herencia (negra): Janis Joplin, Canned Heat, The Doors, ZZ Top o Johnny Winter.

Sin ese viaje no se entiende el rock de los sesenta y setenta, que se convirtió en un grandísimo fenómeno cultural y social. Al empezar los sesenta, Mayall ya estaba en el blues, por influencia de su padre melómano y por su precocidad como músico y multinstrumentista, cuando algunas figuras afroamericanas hicieron algunos bolos, discretos, en el Reino Unido. Mayall fue telonero de John Lee Hooker en 1961 (más tarde haría un disco con él), gracias a que estaba en esa pandilla de iniciados en el blues. Allí estaban otros dos personajes clave: el cantante y locutor de radio Alexis Korner y el armonicista Cyril Davies, quienes traían discos de EE UU, fueron impulsores de la banda Blues Incorporated y abrieron la sala de conciertos London Blues and Barrelhouse Club.

Korner se trajo a Mayall a Londres (era de Macclesfield, cerca de Mánchester) para unirlo a su tribu. En ella se movían otros artistas que serían después estrellas: Charlie Watts (Stones), Ginger Baker (Cream) o Eric Burdon (Animals). Los Yardbirds, banda promovida por Davies, encadenaron tres guitarristas tremendos: Eric Clapton, Jimmy Page y Jeff Beck. Y los Bluesbreakers de Mayall tuvieron sucesivamente en las seis cuerdas, en un breve lapso, al mismo Eric Clapton, a Peter Green (luego fundador de Fleetwood Mac) y a Mick Taylor (que acabaría en los Stones en su mejor etapa). Los tres chicos, que rondaban o no llegaban a los 20 años, se lucieron en tres discos esenciales: Bluesbreakers (with Eric Clapton), A Hard Road y Crusade, publicados entre 1966 y 1967. Con ellos volvió a tocar en alguna ocasión puntual, pero su paso por los Bluesbreakers fue tan fugaz como memorable.

Mayall no solo era un músico completísimo y un gran cazatalentos: además hacía mejores a los que pasaban por su banda, les daba un entorno propicio para crecer. A Clapton lo animó desde el principio a atacar las cuerdas con más ímpetu; por entonces aparecieron pintadas en Londres que decían: “Clapton es Dios”. Eso sí, a menudo sus fichajes lo dejaban plantado. Lo hizo el propio Eric para fundar Cream, sin decir adiós. Green no solo salió de la banda, sino que se llevó a su nuevo proyecto a otro miembro clave, el bajista John McVie, y a uno de los baterías que trabajaban en las sesiones de los Bluesbreakers, Mick Fleetwood: era su “sección rítmica favorita”, la que dio nombre a Fleetwood Mac. Más tarde una crisis de salud mental le hizo abandonar, y su banda tendría una nueva edad de oro con Stevie Nicks al frente. Y a Mick Taylor el mismo Mayall se lo recomendó a los Stones, así de generoso era.

Mayall siguió fiel a su estilo durante toda su vida, aunque hizo incursiones en el jazz, el folk y el country. Y siguió reclutando a buenos músicos, ya no con nombres tan míticos: los guitarristas no son las grandes celebridades que eran entonces. En los noventa llevaba a un solvente Coco Montoya, con el que paró dos veces en Madrid, y a partir de 2018 incorporó por primera vez a una mujer, Carolyn Wonderland, quien ha estado a la altura del desafío. Hizo giras hasta una edad muy avanzada, a los 88 años, con conciertos tan cuidados como honestos.

El sonido de Mayall partía del blues que llegaba de EE UU, pero tenía ingredientes muy británicos evidentes en la producción de sus primeros discos, con ciertos guiños al pop de la época. Y, desde luego, con otra forma de cantar. Él decía que su voz era blanca y a mucha honra, y que nunca se propuso imitar las grandes voces afroamericanas. Pero añadía que su alma tenía algo de negra. En el olimpo del blues había un sitio para él, aunque durante tantos años no quisiera darse importancia.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).
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