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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El tío Bruce y la prima Taylor

Hay mucho más que une a la estrella del pop y al rockero, que han coincidido en España, de lo que los podría separar

A la izquierda, Taylor Swift en el Bernabéu, el 29 de mayo. A la derecha, Bruce Springsteen en el Metropolitano, el 12 de junio.Foto: CLAUDIO ÁLVAREZ/ ÁLVARO GARCÍA | Vídeo: EFE
Xavi Sancho

Estas últimas semanas hemos vivido un nuevo capítulo de la eterna batalla entre los que se compraron una casa porque no tenían Netflix y jamás volaron a Bolonia un finde semana con Ryanair y los que se autoproclaman la generación más preparada de la historia, a pesar de que van a vivir peor que sus padres, culpables, por cierto, de casi todos sus males. En esta ocasión, el debate no ha sido propiciado por los alquileres imposibles ni por lo artrítico del mercado laboral. Ha sucedido a cuenta de la visita con apenas un par de semanas de diferencia de Taylor Swift y Bruce Springsteen, dos iconos musicales que han servido para que la facción masculina de la armada boomer se riera de las chicas que supuestamente llevaban pañales para aguantar horas sin perder el sitio en la primera fila de los conciertos de la de Pensilvania y el contingente femenino swiftie respondiera mofándose de todos aquellos señores que deberían ya considerar a su edad llevar pañales, sobre todo, si van a pasar más de tres horas fuera de casa. Pero lo cierto es que hay mucho más que une a Taylor Swift y Bruce Springsteen de lo que los podría separar.

La batalla ha sido profundamente ridícula y, los argumentos, rematadamente pedestres. “Que, a ver, Taylor Swift, no puede ser tan famosa si yo (¡yo!) no he escuchado ningún tema suyo. Y bueno, como te decía, no he escuchado nada de ella, pero ahora te voy a contar lo que pienso de la cantante”. Todo el mundo parecía tener alguna teoría para justificar su éxito, un pensamiento rompedor que arrojaba luz y daba el caso por cerrado. “Que, a ver, será que estoy mayor, pero esto no es música ni nada”. Sí, José Luis, estás mayor, eso es lo único sensato que has dicho en meses y deja ya de mandar esos comentarios cada vez que se publica algo sobre un artista que no conoces, que con cada oración pierdes más vida que con un paquete de Camel. “Pero si no sabe bailar”. Pues claro que no sabe bailar, pero, parafraseando a Morrissey, deberías verla tocar el piano.

El disfraz y la ilusión. Eso es lo que tenía en común el público de ambos conciertos. Unos con sus pulseras, sus lentejuelas, sus flecos; los otros con sus camisetas de ancestrales giras de Springsteen

Y luego, claro, los otros, lo que creen que hasta que llegaron ellos aquí nadie sabía divertirse. Que todos los que critican a cualquier icono pop actual es porque son unos tristes y unos amargados, misóginos o envidiosas, en este particular. Dardos envenenados con café de especialidad lanzados por gente que dice amar la música, pero tiene menos curiosidad que un koala, que cree firmemente que el éxito es lo único que justifica el talento, que ha convertido las listas de éxito en una suerte de Ibex 35: las monitorizan para asegurarse de defender siempre al más fuerte, no vaya a ser que cambie algo en este mundo perfecto en el que, incluso dándose de baja de Disney Plus, no les va a dar para independizarse hasta los 40. En fin, triste pero entretenido, como una película de Éric Rohmer.

El disfraz y la ilusión. Eso es lo que tenía en común el público de ambos conciertos. Unos con sus pulseras, sus lentejuelas, sus flecos, su maquillaje de fantasía y el pijama de Taylor en el vídeo de You Belong With Me. Los otros, con sus camisetas de ancestrales giras de Springsteen, sus pañuelos rojos, sus camisetas de otros artistas de rock, porque en sus estertores, el rock ya no cuenta apenas con matices, es un monolito, y en su defecto, esas otras camisetas de la broma, tan amadas por cierta facción de hombres de mediana edad —los que se ríen de sus chistes, hacen las comillas con los dedos y llaman a la cuenta la dolorosa— y que con el logo de los Ramones sustituyen el nombre de la banda por palabras como Raciones o Jamones, o el de Pink Floyd y en vez de Wish You Were Here en la elástica se lee Wish You Were Beer. Alguien que lleva esto no puede mofarse de alguien que va con un pijama y doscientas pulseras a un concierto. Y viceversa. Porque ser ridículo y que no te importe, es clave para pasarlo bien, tengas la edad que tengas. Todo lo demás es silencio. Y aquí hemos venido por el ruido.

Tras cada disco, son millones los voluntarios para acompañar esa noche de vuelta a casa a Taylor. Y él, desde esa capacidad para contar historias de perdedores, con sus coches, sus chicas, el tipo de los pollos de Filadelfia que ayer se cargaron

Era la primera cita en un estadio con Taylor y tal vez la última de Bruce con la E Street Band. Dos personajes que, cada uno a su manera, han cimentado su éxito en la capacidad de empatizar con su público, en ser figuras cercanas, en fin, amigos y confidentes, a pesar de que sus vidas en nada se parecen a las de sus fans, y si mañana te rompes un brazo déjame dudar de que vayan a ser Taylor o Bruce los que te hagan la compra y te acompañen al traumatólogo. Han sido muchos los artistas que han intentado y logrado esto, pero muy pocos, tal vez solo ellos, lo han conseguido en la inmensidad de un estadio de fútbol. Ella desde la confidencia generacional de la narración casi en tiempo real de su vida, con un discurso elástico que, cuando se pone demasiado dramático, casi siempre encuentra la frase para destensar.

Te identificas con ella, pero también la quieres, que no le pase nada malo. Tras cada disco, son millones los voluntarios para acompañar esa noche de vuelta a casa a Taylor. Y él, desde esa capacidad para contar historias de perdedores, con sus coches, sus chicas, el tipo de los pollos de Filadelfia que ayer se cargaron y aquellos días de gloria que ya no volverán, pero que cuando los recuerdas aún te arrancan esa sonrisa tonta. Más protegido en lo confesional que Taylor, porque él no creció en la era de la autoficción y de la capacidad de convertirse en marca. Y también de la clase social, de cierto poso obrero que hoy suena rarísimo, casi impostado, pero que hubo un tiempo, cuando los culpables de nuestros males llevaban traje —ahora creemos que son los que nos salvaran de nuestros males—, en que había cierta conciencia de clase en la música, y con sus grietas y su saneada cuenta corriente, Bruce la representó. Nadie, solo tal vez Bob Dylan y Billy Bragg, contó historias como Bruce. Nadie hasta que llegó Taylor Swift. Que el bosque de las lentejuelas no nos impida ver el árbol en el que ha tallado su nombre la protagonista de Betty.

El disgusto que le dio Springsteen a Reagan cuando resultó que ‘Born in the USA’ no iba de lo que el presidente creía: y la decepción republicana actual al constatar que su chica blanca hetero no es el ariete contra la cultura ‘woke’ que tan bien les hubiera ido

Siempre pensamos que la música era más divertida que la vida, porque en la vida todo es política, mientras que en la música casi todo es sexo. Y vete aquí que, mirando atrás y al frente, tenemos a dos iconos que lo han logrado sin vender sexo —a ver, que el sexo está también muy bien, la mejor manera de ocupar la hora de la siesta—, hasta el punto de que no hay mayor ordinariez hoy en el mundo que hacer un comentario lúbrico sobre Swift. Ahí, curiosamente, Bruce es quien sí se ha sexualizado un poco más, sobre todo en la época de Born In the USA. Porque, al final, hay formas de perder a un amigo: compartir piso, ir de viaje y acostarse juntos. Podemos estar tranquilos, ninguna de las tres nos va a suceder con ninguno de estos dos. Esta amistad va a durar.

Y para acabar, la política. El disgusto que le dio Springsteen a Reagan cuando resultó que Born in the USA no iba de lo que el presidente creía: y la decepción republicana actual al constatar que su chica blanca hetero no es el ariete contra la cultura woke que tan bien les hubiera ido. Un síntoma de éxito es la capacidad para decepcionar a quien debes decepcionar.

En fin, que Springsteen haga una versión de But Daddy I Love You Him. Que Taylor se haga un Racing in the Street. Y la paz en el mundo.

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Xavi Sancho
Forma parte del equipo de El País Semanal. Antes fue redactor jefe de Icon. Cursó Ciencias de la Información en la Universitat Autónoma de Barcelona.
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