No se hablará de ellos hasta que se hayan ido
Un voluminoso cómic francés establece un santoral de malditos del rock y músicas cercanas
Si no lo conocen, deberían acercarse a Underground, del guionista Arnaud Le Gouëfflec y el dibujante Nicolas Moog, en Norma Editorial (cuidado, el tomo pesa casi dos kilos). Se trata de una hagiografía de figuras destacadas del malditismo rockero, salpimentada con algunos creadores procedentes de fenómenos coetáneos, como Yma Súmac, Raymond Scott o Moondog. Una contaminación, podríamos deducir, de la estética de Incredible Strange Music, aquellas asombrosas monografías lanzadas en los noventa por RE/Search, la editorial punk de San Francisco.
Aunque se trate de biografías dibujadas, estamos al final ante un verdadero inventario de, como dice el subtítulo, “Rockeros malditos y grandes sacerdotisas del sonido”. Ya sabemos que las listas nos excitan como el movimiento de la capa ante un toro; específicamente, nos incitan a detectar el método subyacente. Eso resulta más difícil de lo que parece. Uno pensaría que la inclusión aquí de una artista tan mainstream como Patti Smith es una provocación deliberada, aparte de que el engolamiento del personaje, en sus últimos tiempos, parece habérseles escapado a los autores.
Los creadores cubren la cuota francesa con la insobornable Colette Magny, la compositora orientalista Éliane Radigue, el indiscutible Boris Vian, la inquieta Brigitte Fontaine y el trio cinéfilo Un Drame Musical Instantané. No pueden ser acusados de chovinismo: para reforzar sus argumentos, invocan la autoridad de tal o cual miembro de Sonic Youth, lo cual puede que no impresione a quien esté fuera de esa secta.
¿Y qué características definen a un músico maldito? Según Underground, aparte del evidente escaso éxito en vida, suelen reiterarse algunas particularidades:
1. Los problemas psíquicos: Daniel Johnston, Kevin Coyne, Townes van Zandt. A veces, acelerados por la ingesta de LSD, caso de Sky Saxon.
2. La incontinencia productiva. Las discografías de Sun Ra, Billy Childish o Lee Perry se acercan o superan el centenar de referencias. Pero somos conscientes de que resulta preferible la parvedad (Kraftwerk).
3. La reticencia a desarrollar una carrera convencional, lo que incluye desde el autosabotaje (Alex Chilton) al cambio de actividad (Captain Beefheart y la pintura), pasando por el exilio (Lee Hazlewood, huyendo a Suecia por motivos fiscales). Ojo: la expatriación de Moondog —desde Nueva York a Alemania— multiplicó su reputación y su obra grabada.
4. La oscuridad buscada. Desde los enigmáticos Residents al evasivo John Fahey.
5. No se requieren vidas ejemplares, algo evidenciado por la trayectoria de Kim Fowley como productor o las engañifas de Rolf-Ulrich Kaiser, promotor del “rock cósmico” germano.
Que conste que Arnaud Le Gouëfflec y Nicolas Moog evitan en general las obviedades del malditismo. Así, rescatan a Crass, único grupo del primer punk británico que realmente mantuvo una actitud oposicionista desde prácticas anarquistas. Tampoco mitifican las vidas atormentadas —el dibujo es risueño, a veces naïf— ni se bonifica a los muertos prematuros; la excepción es Peter Ivers, asesinado a los 36 años en un crimen nunca aclarado.
Si son lectores de Ruta 66, seguramente ya son conscientes de la existencia de estos francotiradores. Caso contrario, consideren Underground como paseos guiados por el lado salvaje. No esperen ayuda de los grandes medios: solo hablarán de Eugene Chadbourne o Cosey Fanni Tutti cuando ya se hayan ido.
Babelia
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