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Daniel Broncano: “Soy un misionero cultural y doy la brasa”

El clarinetista se ha convertido en el gestor musical más sorprendente y arriesgado de la nueva generación en España y tras el éxito de Música en Segura dirige por primera vez la Semana Religiosa de Cuenca

Daniel Broncano fotografiado el pasado mes de marzo en Madrid.
Daniel Broncano fotografiado el pasado mes de marzo en Madrid.Claudio Alvarez
Jesús Ruiz Mantilla

Sí, cierto, es él, su hermano, el de David. Pero depende como se mire. Para la legión de mileniales que siguen al humorista, Daniel Broncano (Orcera, Jaén, 35 años) es el hermano de David, bien. Pero en el mundo de la música clásica en España, ocurre al revés: David es el hermano de Daniel, clarinetista y figura ascendente de la gestión cultural en su mundo, donde dirige Música en Segura (Jaén) y la Semana de Música Religiosa de Cuenca, en plena celebración estos días. Broncano es el aire fresco que necesita un mundo previsible para sacudir los festivales y ciclos de manera cercana, desenfadada y alternativa. La punta de lanza de una generación que viene a cambiar las cosas.

Pregunta. ¿Usted se ha convertido en gestor cultural por accidente?

Respuesta. Es que no me gusta nada esa palabra. Prefiero llamarlo tramitador cultural.

P. ¡Horror!

R. Es que gestor es muy pasivo, o mi preferida, que es misionero cultural.

P. Tampoco… ¿No será mejor agitador?

R. Bueno, pero eso de misionero, aunque tenga la connotación negativa de dar mucho la brasa, en este mundo hay que ser tan, tan, tan persuasivo y convencido como un misionero. Yo lo soy y doy la brasa.

P. Suena a marketing ahora que lo han nombrado director de la semana de música religiosa de Cuenca.

R. No soy creyente…, eso para empezar.

P. Pues al carajo el marketing, ¿cree que conviene que pongamos eso? Le van a echar.

R. Eso de misionero ya lo utilizaba antes, eh. Hay que empujar con pan en esto, todo el rato. Sobre todo para defender que las corrientes no mainstream tengan su espacio.

P. ¿Qué tal apóstol?

R. Sí, sí, también, desde luego.

P. ¿Puede ser que la música religiosa la disfruten tanto creyentes como ateos?

R. Sí, puede ser. ¿Por qué no? Este festival ya lleva 59 ediciones apostando por ello de manera original y relacionando lo sacro con el arte más contemporáneo. Es un debate constante. ¿Es música religiosa o espiritual? Algo que nos eleva.

P. ¿No me vendrá ahora con el rollo de que la música nos hace mejores? Porque mire a Hitler o a Stalin, auténticos melómanos.

R. No, de hecho, organizamos en 2019 una exposición de la música que nos tortura, la que se ponía en las cárceles, en Guantánamo. Desde los mayas hasta la guerra de Irak, es algo que ha sido continuo. Más en los ritos religiosos o entierros. La música aparece entre los huecos que dejan las palabras o cuando somos incapaces de expresar algo con el lenguaje. La conciencia de algo trascendental, eso es para mí la Semana de Música Religiosa. Una guinda en medio de la fiesta y la mística.

P. ¿Salía usted en procesión?

R. Es que en mi zona, en Segura, no se daban tanto. Los pasos los subían a los tractores. Era el norte del sur, un corcovo del mundo, que decía Quevedo. De hecho, nuestra habla, por ejemplo, no tiene nada que ver con la del Guadalquivir.

P. Lo que sí se nota es que es usted un Broncano, habla igual que su hermano David.

R. Sí, de hecho, alguna vez, llamaban mis novias a casa y él les echaba la charla durante media hora. Un impostor.

P. ¿Ha venido usted a jubilar a una generación anterior en el negocio de la música clásica en vivo?

R. Hay una generación, para mí, referente. Son amigos. Me inspiran porque son muy ambiciosos, pero tiene que llegar el relevo. Muchas veces, los más jóvenes tenemos la sensación de fregar los platos de una fiesta pasada.

P. ¿Tanto?

R. Mi generación ha crecido en el contexto crisis, a veces harta alguna vez que se hable en clave de pasado: Esto ya no es lo que era y tal. La nostalgia de la concordia del 78.

P. ¿Necesita todo una sacudida?

R. En el contexto de la música clásica, para innovar viene bien la tradición. Ver una versión de una misa de Bach buena y organizar una caminata vocal al aire libre por las Hoces.

P. ¿Lo ven algunos como un intruso?

R. Ahora no.

P. ¿Eso quiere decir que hasta hace poco, sí?

R. Yo era un intruso, cierto. Además venía de fuera.

P. O sea, ¿un músico que tuvo que inventarse un festival en su pueblo para tocar en España?

R. Claro, claro. Yo estaba obsesionado con el clarinete. Quería que me contrataran en una orquesta.

P. ¿Y ahora es usted quien contrata las orquestas?

R. Más o menos. Sufrir el sector desde la experiencia ayuda. Lo que cuesta, lo que necesitas organizar...

P. Con el dinero público que se ha gastado en teatros y auditorios, llega usted ahora y monta óperas en una cooperativa de aceite. ¿Le parece bonito?

R. A la gente le impresiona un montón. El lugar tiene muchos elementos de maquinaria, paisaje y olores, que impactan. Pero a la vez da gusto organizar conciertos en buenos auditorios, eso también. La palabra festival implica algo extraordinario siempre, festivo. No hay que perder ese espíritu.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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