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El mexicano Alejandro Adame, un pequeño oasis en una tarde gris

Soporífero festejo en Madrid a causa del mal juego de los novillos de López Gibaja

Alejandro Adame brinda al público el primero de sus novillos.
Alejandro Adame brinda al público el primero de sus novillos.Kiko Huesca (EFE)

El mexicano Alejandro Adame saludó la única ovación de la novillada celebrada este viernes en Las Ventas, tercer festejo de la Feria de Otoño, en la que, al menos por disposición, fue el único soplo de ilusión de una tarde gris, soporífera y muy deslucida también desde el punto de vista ganadero.

L. Gibaja/Fermín, Olmos, Adame

Novillos de Antonio López Gibaja, bien presentados en líneas generales, aun con un quinto algo más vareado. Tuvo cierto fondo de calidad el inválido primero; el blando segundo se defendió con mal estilo; con genio y exigente, el tercero; sin raza, clase ni entrega, los protestones cuarto, quinto y sexto.

Alejandro Fermín (grana y oro): pinchazo y estocada desprendida y trasera (silencio); bajonazo (silencio).

Ignacio Olmos (vainilla y oro): pinchazo y estocada (silencio); estocada defectuosa y cuatro descabellos (silencio).

Alejandro Adame (azul noche y plata): estocada perpendicular y cinco descabellos (ovación tras aviso); dos pinchazos y estocada atravesada a capón (silencio).

Plaza de Las Ventas. 1 de octubre. Feria de Otoño. La plaza registró menos de media entrada sobre el 50 % del aforo permitido.

Hacía su debut en Madrid el último eslabón de los Adame, otra de las grandes familias de toreros que ha dado México en los últimos años, encabezada por su tío abuelo Efrén Adame y continuada por sus tíos segundos, Efrén y Teo, su primo Gerardo y, sobre todo, sus dos hermanos, Joselito y Luis David, matadores ambos ya consolidados y que saben lo que es dejar la firma de su apellido en grandes plazas.

Y este Alejandro llegó al coso más importante del mundo dispuesto a seguir la estela de sus hermanos y, aunque le faltan todavía muchas cosas, se puede decir que gustó, al menos, en cuanto a las ganas que mostró desde que se hizo presente por chicuelinas en su turno de quites en el segundo novillo.

Pero ya en su primero, tercero de la tarde, un utrero con transmisión por el genio que desarrolló en sus exigentes embestidas, el pequeño Adame no se arrugó en ningún momento y le plantó cara en una faena que aunó firmeza, frescura y disposición, y salpicada, incluso, con algunos pasajes sueltos al natural de buen corte.

En el sexto, en cambio, pasó más de puntillas ante un animal muy desagradable por la manera de defenderse y de protestar ante cualquier afrenta. El hidrocálido lo intentó por uno y otro pitón, pero al final no le quedó otra que cortar por lo sano.

El novillo que abrió plaza saltó al ruedo prácticamente sin vida, un animal en el límite de las fuerzas y al que no hicieron sangre en varas ni para un análisis. La música de viento en los tendidos no se hizo esperar, más aún cuando el animal no paró de perder las manos en el incomprensible planteamiento de Alejandro Fermín de querer abrir faena por abajo.

Y fue una pena porque el animal tenía un fondo de calidad que, precisamente por sus nulas fuerzas, no pudo desarrollar. Ni cuidándolo como trató de hacerlo después su matador, que lo pasó con suma suavidad, pero sin lograr convencer ya a una parroquia que vivió aquello con total displicencia.

Al cuarto le faltó sobre todo raza y le sobraron brusquedades a la hora de tomar los engaños de un Alejandro Fermín que, aunque trató de vender su puesta en escena en el toreo de cercanías, no resolvió gran cosa, a pesar de su largo empeño ante un novillo que, como el público, acabó pidiendo la hora.

El primero de Olmos tampoco fue un dechado de fortaleza, aunque este, lejos de echar la persiana, tendió a protestar y a defenderse con mal estilo en el último tercio, donde midió al torero antes de pegar oleadas soltando la cara y “acostándose” ya en el segundo muletazo. Olmos anduvo voluntarioso en una labor totalmente anodina desde el punto de vista artístico, igual que su trasteo ante el insulso y desabrido quinto, que pegaba ya el tornillazo antes, incluso, de arrancarse y con el que el joven toledano perseveró, pero sin poder sacar absolutamente nada en claro.

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