La tranquilidad como atractivo turístico
El premio que la Unión Europea ha concedido a la movilidad sana impulsada por la alcaldía de Bilbao plantea el aliciente de la calma, la seguridad y la baja contaminación como nueva vuelta de tuerca para el turismo
Alfonso Gil Ibernón, concejal de movilidad del ayuntamiento de Bilbao explica que las ciudades mutaron antes de la covid. Desde el año 2000 se cuestiona el espacio que durante décadas se le cedía al coche. “Todo lo que produce la combustión de la gasolina es nocivo: más allá de contaminar, el ruido del tráfico genera cardiopatías y acelera enfermedades como el Alzheimer porque no permite el descanso”.
En junio de 2018 por el 87 % de las calles de Bilbao se circulaba a esa velocidad. Hoy 30 kilómetros hora es el límite de toda la ciudad. Por eso han recibido el premio de la Unión Europea a la mejor movilidad, por adelantarse a la normativa de la Dirección General de Tráfico. “El ruido ha bajado 2 decibelios. Los accidentes un 28%, las multas por saltarse un semáforo en rojo, un 43%. La revolución está en marcha. Es silenciosa, pero el ciudadano ya no va a tragar tener ruido, humo y siniestros”, declara a EL PAÍS.
Desde el 11 de mayo de este año, en España es obligatorio que en las vías urbanas de un único sentido se circule a una velocidad máxima de 30 kilómetros por hora. Lo impulsó la Dirección General de Tráfico (DGT). Y hay excepciones como las vías en las que conviven ciclistas, coches y peatones —es decir las calles en las que no se distingue la calzada de la acera—. Allí la velocidad se reduce incluso más. En Plasencia, por ejemplo, todo el casco antiguo tiene una velocidad máxima de circulación de 20 kilómetros por hora. Es decir, compatible con la velocidad de la bicicleta y poco más del doble que la alcanzada en los desplazamientos a pie.
Bilbao fue la primera ciudad del mundo de más de 300.000 habitantes que decidió limitar la velocidad de circulación de vehículos a 30. Lo hizo en todas sus calles, tengan estas uno o dos carriles y uno o dos sentidos. Lo explica Gil, que llegó a la política muy joven, con 12 años, antes, claro, de convertirse en abogado: “soy el cuarto de cinco y mis hermanos eran muy de izquierdas, y muy contrarios a ETA hablemos claro”. Ha estado muchos años escoltado, aun sin tener un cargo público. Y explica que nunca entendió la política como una profesión sino como una vocación. Su vocación de mejorar la vida en común hoy se centra en la movilidad porque en 2015, cuando los socialistas llegaron al gobierno, le pareció fundamental cambiar cómo se estaban moviendo los bilbaínos. “Una movilidad bien resuelta hace la ciudad más sana y más competitiva”, opina. Por eso la describe como una nueva monumentalidad: “Habrá tanta gente que venga a ver el Guggenheim como a comprobar la movilidad de la ciudad”.
Pero hay más. No solo importa el escaparate, la ciudad para los visitantes: “Una persona que se queda en casa es sedentaria. Si resolvemos bien la movilidad, iremos menos al médico. La ciudad será más puntera. Una calle 30 es más poderosa que una calle 50. Aquí asociamos la compra a un rato agradable. Tenemos que hacer que en las calles 30 florezca el comercio de proximidad”. El concejal defiende que las ciudades deben cuidar la logística de personas y de mercancías “no tiene sentido que la farmacia reponga seis veces al día”. Por eso cree que la Ciudad 30 es también la de los quince minutos: “Quiero recuperar para mis nietos: ir al colegio andando. Hemos ido para atrás. Hemos llevado a nuestros hijos al colegio en coche pensando que eso era confort y progreso. Un error bárbaro: el niño en la calle adquiere una experiencia vital para su desarrollo”.
Gil Explica que él se mueve por Bilbao en bicicleta eléctrica: “Tenemos el sistema público de bicicletas con más usos de Europa. La pandemia ha hecho que todos los fabricantes rompan los stocks. Las bicicletas han llegado para quedarse”, opina.
¿Qué hacer para que la gente deje el coche? “Un sistema de transporte público cómodo. La gente en España cree que utilizar el transporte público es de pobres. Pero de pobres es no tener transporte público. La velocidad en la ciudad es un pacto. Está en juego la buen vida urbana, el civismo, nuestra salud y nuestra convivencia”.
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