Muere el escritor y periodista Pedro Jesús Fernández
Fallecido a los 64 años, combinó la novela y el periodismo con su labor pública
No cesaba; solo podía pararlo, en su andar por el mundo, en su escritura, en su forma de mirar, una ráfaga horrible como esta enfermedad que domina el mundo y que a él lo tomó por asalto en Santiago de Chile, donde seguía, con entusiasmo y convencimiento, una de sus pasiones, la de servidor público. Allí, murió el lunes Pedro Jesús Fernández (Albacete, 64 años) era consejero de la Embajada española, un puesto que ya probó, con éxito profesional y humano —pues él fue en todas partes amigo de todo el mundo— en México, en Roma, en Buenos Aires, e incluso en La Moncloa, donde fue consejero de la Presidencia y donde volcó toda la enorme experiencia recogida en ese largo caminar.
En todas partes arraigó, porque era simpático, inteligente, cumplidor y, sobre todo, porque era un servidor público capaz de resolver un conflicto pensando más en dejar bien a su país que en quedar bien en la tarea.
Lo hacía todo, y en ocasiones lo hacía todo a la vez, sin que su lado diplomático interfiriera con su pasión literaria, y sin mezclar su indagación como historiador o profesor con una obligación que le venía del alma (y del estómago): la excursión culinaria y también paisajística, que convirtió en otro de sus oficios. Los lectores de El Viajero, de EL PAÍS, han sido testigos de esa excursión por el mundo del placer de comer o de mirar.
Como el periodista que llevaba dentro, siempre que hacía un viaje, o se quedaba varado en un país o en un territorio que le resultara atrayente, por las vistas, pero, sobre todo, por la presencia humana, ahí estaba ofreciendo Pedro Jesús sus entusiastas descripciones de la vida.
Tenía una afección pulmonar que influyó en el desenlace de su vida imparable, pero, aun así, jamás dio muestras de cansancio. Hizo de su tarea más vistosa como funcionario, el viaje por países de varios mundos, un modo de relacionarse con su alma de escritor. Tuvo poco tiempo para dar de su imaginación los libros que contaba cuando la noche le dejaba espacio, pero publicó dos ficciones, Peón de Rey (Alfaguara, 1998) y Tela de juicio (en la misma editorial, en 2000), que descubrieron un enorme talento no solo para la fábula, sino para la indagación en lo que de bello tiene la combinación de sintaxis, ritmo y audacia en la creación literaria.
Eliseo Alberto, el escritor cubano, dijo de esa prosa en EL PAÍS: “Cuando muchos mercaderes de verbo fácil nos quieren vender gato por liebre y mamotretos por novelas, Pedro Jesús Fernández avanza desde la sombra de su cátedra y nos propone el pan de su aventura”.
Esa capacidad de fabulación le sirvió también para apurar, entre realidad y ficción, lo que le regaló su pasión por las artes plásticas, y con esos materiales, del pensamiento, la historia o la percepción visual que lo ayudó también a mirar, abordó vida y obras de maestros suyos muy queridos, como Goya, Monet o Modigliani.
Tenía una virtud, además, que fue la combinación precisa de todas sus otras virtudes: viajó, estudió, conoció, pero en las conversaciones, en las que era un maestro de la educación y del respeto, nunca abandonó el lugar del que escucha; dejaba siempre en el otro la sensación de que quien tenía enfrente era un recién llegado que en todo momento estaba esperando que alguien le enseñara el rumbo de la historia y del mundo.
Fue un trotamundos que no presumió de su larga excursión sobre la tierra, y ahora que este periplo fatalmente se acaba en Santiago de Chile no queda más remedio que sentir rabia contra el tiempo que se lo lleva y gratitud por el buen tiempo que él nos hizo vivir como un inolvidable regalo.
Babelia
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