Más allá de los musicales
Temas en auge en el teatro estadounidense como el racismo o la exclusión fueron ya explorados por Arthur Miller, Tony Kushner o August Wilson
Parece perdurar el cliché de que Broadway es una feria mil y una vez veces vista, y otra vez sobre sí misma. Pero un repaso a su historia pone en evidencia la variedad del teatro estadounidense y el destacado papel que las minorías han tenido en su desarrollo: primero judíos y homosexuales, y en los últimos años, negros y latinos.
Primera sorpresa: musicales ácidos en plena Gran Depresión. Dos sátiras políticas firmadas por George e Ira Gershwin. En la primera, Of Thee I Sing (1931), reflejan la campaña electoral; en la segunda, Let ‘Em Eat Cake (1933), la ascensión de un candidato salpimentado con populismo. De 1943 retengo, entre muchas preciosas canciones, el insólito dato de Oklahoma!, de Rodgers & Hammerstein II, el primer musical donde hubo un asesinato en escena. Más arriesgado todavía: Show Boat (1946), de Kern y Hammerstein II, contó la historia de un teatro flotante en el Misisipi y su coro de cargadores negros que cantaban Old Man River. Y la protagonista era mulata, pero bastaba eso para mostrar críticamente la mirada del racismo en escena.
En 1946, Eugene O’Neill estrena una de sus obras más amargas y valientes: Llega el hombre de hielo. Todo ocurre en un hotelucho de mala muerte, donde malvive un grupo de alcohólicos y marginados. En 1949, Rodgers & Hammerstein II entregan su descomunal South Pacific: la protagonista es incapaz de aceptar al hombre que ama porque sus hijos provienen de un matrimonio interracial. Por cierto: la canción You’ve Got To Be Carefully Taught fue prohibida en los Estados del sur.
Un gran autor político, hoy casi olvidado en Europa, fue Clifford Odets: Waiting for Lefty (1935), una función innovadora porque transcurría durante una asamblea de la que formaban parte miembros del público. Una inclusión similar también tuvo lugar en Our Town (1938), otro clásico que llevó la firma de Thornton Wilder.
Quien continúa en un palmarés estudiado y aplaudido es Arthur Miller. Quizás su pieza más claramente política sea Las brujas de Salem (1953), con el macartismo como transparente metáfora. En 1964, el dramaturgo abordaría sus tensiones con el partido comunista en Después de la caída, sobre la que el público se abalanzó, en gran parte convencido de que el tema era su ruptura con Marilyn Monroe. Aunque quizás la pieza de melodrama político con mayor éxito, por su actualidad de entonces y la mezcla de humor, crítica y una inesperada moral, fue El mejor hombre (1960), de Gore Vidal, retrato de una campaña presidencial. Melvyn Douglas la protagonizó en teatro y Henry Fonda en cine. Volvió a ser muy aplaudida en 2012, con reparto de superestrellas y la veteranísima Angela Lansbury como invitada.
Treinta años después, el siempre imprevisible Stephen Sondheim presenta el musical más corrosivo de la década entrante: Assassins (1990), que pasa revista a los magnicidas que acabaron con varios presidentes americanos. En 1993, el joven autor Tony Kushner estrenó la impresionante Angels in America. Es la pieza más ambiciosa e imaginativa del teatro norteamericano de entonces, y sus temas centrales son la peste del sida y el ascenso del conservadurismo, con Reagan triunfante en torno a los miedos y anhelos del cambio de milenio.
Dos triunfos de la década de 2000 se cortaron en marzo pasado cuando cerró Broadway por la llegada de la pandemia. En 2018, Aaron Sorkin llevó a la escena (en el enorme Shubert Theatre) su versión de Matar a un ruiseñor, a partir de la célebre novela de Harper Lee. El público asistió enardecido, como si asistiera a un mitin, cubriendo de aplausos a Jeff Daniels en el rol de Atticus Finch. En 2019, otro segundo éxito con varios premios fue la insólita Lo que la Constitución significa para mí, de Heidi Schreck. Desde su adolescencia, Schreck no dejaba de ganar concursos de dialéctica en las universidades, y anduvo por todo Estados Unidos analizando la Constitución. En su madurez cuenta esa experiencia y vuelve a repetir lo que hizo, ahora ante un gran público. La escritora repasaba lo que a su juicio son las carencias constitucionales de hoy día: el racismo sigue siendo una lacra y el feminismo está ausente en muchos lugares. Fue un gran éxito, con largas colas en el Hayes Theatre de la calle 43.
Volviendo atrás, la primera función que causó impacto sobre el mundo negro fue Un lunar en el sol (1959), de Lorraine Hansberry, que tenía reparto de color y lanzó a Sidney Poitier. Otra gran pluma del teatro político americano fue August Wilson, muerto en 2005. Aquí no hemos visto nada suyo porque exige elencos afroamericanos. Quizás su obra más aplaudida es Fences (1985), de la que se hizo una película que le valió varios trofeos a Denzel Washington. Wilson ganó el Pulitzer y escribió The Pittsburgh Cycle, un conjunto de 10 obras entre las que destacan The Piano Lesson, Ma Rainey’s Black Bottom y Joe Turner’s Come and Gone. Como decía al comienzo, falta hablar mucho, muchísimo, del teatro norteamericano.
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