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Latinx, una literatura compleja y vital

La cantidad de títulos que salen a la luz cada año en Estados Unidos bajo el sello de literatura latina es apabullante

Un grupo de escritores latinos, creadores del movimiento 'Dignidad literaria' protestan contra la publicación de la novela 'American Dirt', en Nueva York, el pasado febrero.
Un grupo de escritores latinos, creadores del movimiento 'Dignidad literaria' protestan contra la publicación de la novela 'American Dirt', en Nueva York, el pasado febrero.LAURA BONILLA CAL (AFP via Getty Images)

La literatura producida por los latinos de los Estados Unidos es fiel reflejo de las fluctuaciones experimentadas por las distintas comunidades que integran la minoría étnica de mayor relieve en el conjunto de la población del país. El primer asunto a resolver es de orden terminológico. ¿Cuál es la denominación más adecuada para designar a un conglomerado cultural en extremo heterogéneo? La disputa entre los términos “hispano” y “latino” se zanjó hace tiempo a favor del segundo, por motivos de corrección política. Los vocablos “hispánico” e “hispano” provocan rechazo porque ponen el énfasis en el peso del legado español, algo que se siente que es urgente borrar a fin de dar paso a una visión alternativa de la historia.

En años recientes ha adquirido preponderancia la etiqueta “latinx” o “latinex”, rubro de carácter inclusivo cuyo fin es tener en cuenta la orientación sexual y el género. Es el término favorecido en círculos académicos, aunque las comunidades que se busca representar con él no lo sienten como propio. Según un informe del prestigioso Instituto Pew publicado el pasado mes de agosto, el término latinx es ampliamente desconocido y apenas usado por las personas a quienes busca designar. Sea esto como fuere, lo cierto es que cada vez están más consolidadas las señas de una identidad latina compartida por las diversas comunidades de origen latinoamericano repartidas por todo el territorio estadounidense.

De entre ellas, la más numerosa y asentada, con más de 170 años de historia, es la de origen mexicano (los chicanos, aunque el término también ha sido discutido). El siguiente grupo por importancia numérica lo integran las comunidades de origen caribeño, con raíces en Cuba, la República Dominicana y Puerto Rico. En orden decreciente de presencia figuran las de origen centroamericano y sudamericano.

Es importante señalar que, paralelamente al proceso de consolidación de una identidad latina común e independientemente de cuáles sean los vínculos que unen a las distintas comunidades con su países de origen, los latinos de los Estados Unidos se sienten norteamericanos, de ahí que para referirse a sí mismos incorporen el vocablo americano a sus señas de identidad nacional: los latinos son cubano-americanos, dominicano-americanos, mexicano-americanos...

¿Cómo se refleja todo esto en la literatura? De la misma manera que no se puede hablar de una identidad latina sin tener en cuenta los matices, no cabe postular la existencia de un hipotético canon literario latino sin hacer importantes precisiones. La primera es de orden histórico: estamos ante un conjunto de tradiciones literarias cuyo tronco central se remonta a mediados del siglo XIX, cuando México cedió a Estados Unidos la mitad de su territorio nacional.

Dando un salto de un centenar de años en el tiempo, nos tropezamos con un sólido corpus que constata la realidad de una nueva sensibilidad literaria. Si se quiere dotar de un mínimo sentido de continuidad a un conjunto de tradiciones que aun siendo heterogéneas han acabado por converger, y a riesgo de incurrir en omisiones inexcusables, es imperativo mencionar al puertorriqueño Jesús Colón. Dentro de la tradición chicana destacan Gloria Anzaldúa, Tomás Rivera y Rudolfo Anaya, y de manera especial la figura señera de Rolando Hinojosa-Smith.

Décadas después, hacia finales del siglo XX, en el epicentro de lo que cabría caracterizar como el boom de la literatura latina, surgen algunos nombres clave, como los de Óscar Hijuelos y Cristina García entre los cubano-americanos; Dagoberto Gilb, Sandra Cisneros y Luis Alberto Urrea entre los mexicano-americanos, y Julia Álvarez y Junot Díaz, entre los dominicano-americanos. Este último es el autor latino que ha alcanzado mayor relieve a nivel internacional, sin que la industria haya logrado dar aún con un sucesor.

Ya en el siglo XXI, la cantidad de títulos que salen a la luz cada año bajo el rubro de literatura latina es apabullante, pero además de que son muy pocos los autores que logran despertar el interés del mundo editorial o el público lector en general, el nivel de calidad medio deja con frecuencia mucho que desear.

Algunos de los nombres que han sonado más recientemente son Justin Torres (Nosotros los animales, 2011), Cristina Henríquez (El libro de los americanos desconocidos, 2014) y Angie Cruz (Dominicana, 2019). Una de las narradoras más potentes y originales, Carmen María Machado (Mi cuerpo y otras fiestas, 2017), trasciende las preocupaciones étnicas en su obra.

Imperdonablemente, quedan fuera de este cómputo la poesía, una de las áreas más fértiles e interesantes de esta literatura, con nombres de innegable talla, desde el combativo Martín Espada hasta Richard Blanco o Elizabeth Azevedo. En el ámbito de la no ficción destacan los periodistas Héctor Tobar (Translation Nation, 2005) y Rubén Martínez (Desert America, 2012). Mencionar un título o un autor implica silenciar decenas. Sencillamente, no es posible sintetizar en unas líneas la riqueza y diversidad de una tradición literaria tan sólida, compleja y vital como la de los latinos de Estados Unidos.

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